El Papa presidió ayer la Misa del Miércoles de Ceniza, con la imposición y bendición de la ceniza, en la Basílica romana de Santa Sabina. En su homilía Francisco comenzó recordando con las palabras del profeta Joel, que la Cuaresma se abre con un sonido estridente, el de una trompeta que no acaricia los oídos, sino que anuncia un ayuno. Un sonido fuerte, con el quiere ralentizar nuestra vida que siempre va a toda prisa, pero a menudo no sabe hacia dónde. De ahí que sea una llamada a detenerse, a ir a lo esencial, a ayunar de aquello que es superfluo y nos distrae. Es un despertador para el alma. Asimismo el pontífice invitó a liberarse “de los tentáculos del consumismo y de las trampas del egoísmo” y vivir la Cuaresma como un momento propicio para la conversión. “Los bienes son pasajeros, el poder pasa, el éxito termina. La cultura de la apariencia, hoy dominante, que nos lleva a vivir por las cosas que pasan, es un gran engaño. Porque es como una llamarada: una vez terminada, quedan solo las cenizas,” predicó el Papa. “La Cuaresma es el momento para liberarnos de la ilusión de vivir persiguiendo el polvo. La Cuaresma es volver a descubrir que estamos hechos para el fuego que siempre arde, no para las cenizas que se apagan de inmediato; por Dios, no por el mundo; por la eternidad del cielo, no por el engaño de la tierra; por la libertad de los hijos, no por la esclavitud de las cosas. Podemos preguntarnos hoy: ¿De qué parte estoy? ¿Vivo para el fuego o para la ceniza?”.Los bienes son pasajeros, el poder pasa, el éxito termina. La cultura de la apariencia, hoy dominante, que nos lleva a vivir por las cosas que pasan, es un gran engaño. Porque es como una llamarada: una vez terminada, quedan solo las cenizas.”