Con el Rey Momo, Thor o la Pachamama: hoy los murgueros porteños firman con cualquier deidad con tal de que no llueva, como vaticina el pronóstico, y puedan salir a trajinar el asfalto de febrero, que es legítimamente suyo. Es que hoy comienzan los festejos de carnaval en toda la ciudad de Buenos Aires, y se extenderán cada sábado y domingo del mes. También habrá festejo durante los dos feriados restituidos por el kirchnerismo, que este año coinciden con el lunes y martes 27 y 28. Los sábados y el lunes 27 los bombos redoblarán de 19 a 2 de la mañana. Domingos y martes 28, la actividad oficial terminará a la medianoche. En total habrá 29 corsos barriales en la ciudad: 22 serán en plena calle y, siguiendo la política del año pasado de encerrar algunos para evitar cortes de calle, otros siete se harán en plazas y clubes.

Esos 29 corsos parecen bastantes, pero lo cierto es que se trata de la cifra más baja en muchos años. De hecho, al menos desde 2012 la cantidad de espacios para las murgas jamás había bajado de 32. En 2016 hubo 37 corsos, en 2015 fueron 32, en 2014 fueron 37, en 2013 34 y en 2012 se abrieron 35. No parece casual que cada baja coincida con los años electorales. Menos aún, que la cultura popular sufra mayores recortes en la coyuntura política actual. El gobierno de Horacio Rodríguez Larreta apenas dio muestras de sensibilidad hacia este sector en su año y monedas al frente del ejecutivo local.

Otro retroceso respecto de los carnavales de los últimos dos años es la falta anuncios de actividades complementarias a las de la murga. Si en años anteriores se incorporaron orquestas y humoristas a las programaciones de los corsos, este año la escueta información oficial no menciona nada de ello. “No se difunde nada, nadie se entera, en el carnaval porteño se invierte más plata en baños químicos y en vallas –¡no nos interesan las vallas!– que en difusión”, se queja Nacho Bertorelli, uno de los directores de La Redoblona, la murga que para en FM La Tribu y que tiene un espíritu circense que la convierte en una de las mejores del circuito. Sobre el traslado de algunos corsos a plazas y clubes barriales, Bertorelli lamenta que “los sacan de los lugares donde se podrían llenar de gente y los ocultan”.

El carnaval porteño es un fenómeno cultural del que participan directamente varias decenas de miles de niños, jóvenes y adultos de Buenos Aires durante todo el año, ensayando y organizando las murgas, y que llega a muchos miles más en febrero, cuando las lentejuelas y las canciones recorren las calles. Pese a esto, los medios de comunicación tienen una relación extraña con los corsos y rara vez entienden el orden de sus desfiles, su estética, su historia, motivos y estructura. Y mucho menos saben cómo lidiar con la imprevisibilidad crítica de la coyuntura social y política de los adoradores de Momo, o juzgar si una murga es buena o mala. El carnaval, al cabo, pone en juego creativo y artístico a actores sociales que no siempre tienen voz. Y así como en los corsos habrá murgas plegadas a la “revolución de la alegría” que le cantan al clima, otros meten el dedo en la llaga cotidiana y denuncian desde la carcajada. Es más seguro transmitir a las comparsas de Gualeguaychú, que evitan la confrontación, que a una murga como La Redoblona que propone como espectáculo El Ministerio de la Felicidad. “Este año, los murgueros de La Redoblona nos vamos a un retiro espiritual donde por ley todos disfrutamos de nuestra situación económica, de ser pobres”, anticipa Bertorelli sobre el espectáculo del grupo. “Por ley somos todos felices y los ministros hacen regalos a la población: Bullrich da balas de gomas y te las llevás puestas, Awada da kits de corte y confección para niños, Prat Gay te da un bono, pero no hay, entonces bono bono bonito bonohay”.

Como todos los años, algunos corsos alojarán jurados encargados de evaluar a las murgas y distribuirlas en categorías que sirven para asignar la cantidad de funciones que disfrutará cada una el año entrante. El carnaval porteño, saben bien quienes trabajan por él todo el año, tiene un reglamento estricto y cada digresión (curiosamente, cada ejercicio del sentido lúdico del carnaval) implica restarle puntos al proyecto. “¿Cómo vas a uniformar el carnaval?”, plantea el codirector, uno de los críticos de este sistema. “¿Para que todos hagamos la misma mierda? Así es aburrido y nunca va a crecer el carnaval”, apunta y señala sobre la variedad de instrumentos de las viejas murgas, ahora limitados sólo a uno de los dos rubros posibles para las murgas. Su mirada, claro, es una de las distintas visiones posibles sobre un sistema al que, aunque siempre le llueven críticas, sigue incólume.

Por supuesto, Buenos Aires no es la sede única del carnaval. El sitio web carnavalargentina.com.ar consigna al menos otras 28 ciudades donde se festejan las ordalías del Dios Momo. En algunas de esas ciudades, en particular donde es un atractivo turístico importante, como Gualeguaychú, ya empezaron en enero. Otras están por empezar. Allí donde el festejo está más arraigado, se extenderán durante todo febrero. En otros lugares sólo se celebran por tres o cuatro días. Vecinos y turistas pueden mezclarse en los carnavales norteños de Jujuy y Salta, los litoraleños, en la costa atlántica y otros en el centro del país. El interior y el conurbano bonaerense, lo mismo que la Patagonia, también organizan sus espacios, aunque la página no los incluya a todos. Algunos incluso tienen una producción notable que excede el fenómeno de las comparsas o las murgas. El carnaval de Lincoln (Buenos Aires) incluirá recitales de Los Auténticos Decadentes, Abel Pintos, La Vela Puerta, Marama y Natalia Oreiro, entre otros, además de noches temáticas dedicadas a distintos géneros musicales con bandas regionales. Es que el carnaval argentino, por suerte, no termina ni en Gualeguaychú y ni en Buenos Aires, y refleja la diversidad del país.