El señor de los caballos 1988 

Robert Redford

Comenzando en 1980 con Gente como uno, Robert Redford dirigió a lo largo de su carrera una decena de largometrajes, pero sólo en una ocasión se puso además delante de la cámara. Basada muy libremente en el libro del escritor británico Nicholas Evans, El señor de los caballos reúne en el personaje de Tom Booker muchas de las aficiones y gustos personales del propio Redford: la vida en un rancho del Oeste norteamericano, el contacto con la naturaleza, el hombre y su relación con los animales. Booker habla con los caballos, les susurra en el oído y logra sanarlos, actividad que también termina derramándose en los seres humanos que lo rodean. No se trata de un acto sobrenatural sino todo lo contrario, aunque el tono de fábula realista empape el relato de principio a fin. Kristin Scott Thomas, Sam Neill y Dianne Wiest acompañaron al hombre de Sundance en la aventura, además de una jovencísima Scarlett Johansson, quien apenas comenzaba su carrera cinematográfica con este papel, el de una adolescente tan quebrada emocionalmente como su compañero equino.


Juego de espías 2001 

Tony Scott

Un galán del pasado todavía en plena actividad y el sex symbol de las nuevas generaciones reunidos en un relato de espionaje que es también –y, tal vez, por sobre todas las cosas– una historia de amor mutuo (no tan) oculto. Como solía ocurrir en algunas de las películas de Howard Hawks, con esos personajes masculinos tan compenetrados en su propia amistad y profesionalismo que terminaban pasando de largo de la bella mujer que tenían al lado. En Juego de espías, dirigida por Tony Scott antes de su entronización como autor popular, el maestro y el alumno en las artes de la inteligencia (Redford y Brad Pitt) recorren una parte de la historia –de Vietnam a la Berlín dividida y de allí al conflictivo Líbano de los años 80– para encontrarse, en el presente, separados por una joven militante de derechos humanos, encargada de defender la causa de los ciudadanos palestinos. Fumando cigarros caros y conduciendo un automóvil aún más costoso, Redford se divierte en la madurez interpretando con sutil coquetería una versión más refinada y menos perversa de aquel infame millonario de Propuesta indecente. 


Un amor, dos destinos 2005 

Lasse Hallström

El sueco Lasse Hallström, responsable de películas como Chocolate y ¿A quién ama Gilbert Grape?, dirigió a Redford en este drama contemporáneo con aires de western (por el ambiente, sobre todo, pero también por algunos de sus tópicos) coprotagonizado por Morgan Freeman y Jennifer Lopez. Einar Gilkyson, el único personaje con apellido nórdico interpretado por el rubio de Santa Mónica, es un ranchero que vive triste y cabizbajo desde el deceso de su hijo en un accidente, con la única compañía de su compañero en la finca, Mitch (Freeman). La visita sorpresiva de su nuera y de su hija habilita esta reflexión sobre el paso del tiempo, la muerte, los sentimientos de culpa y la posibilidad del perdón, nueva oportunidad de Redford para construir una criatura con aires recios pero interior crujiente. Irónicamente, el papel principal iba a estar a cargo de Paul Newman, pero problemas de salud le impidieron aceptarlo y la responsabilidad terminó recayendo en su amigo personal y ex compañero en las dos exitosas películas en las cuales colaboraron: El golpe y Butch Cassidy and the Sundance Kid.


El conspirador 2010 

Robert Redford

El penúltimo largometraje dirigido por Robert Redford, un drama de juicio y un relato histórico, parte de uno de los momentos fundacionales de la historia estadounidense (y uno de los momentos fundacionales del cine de Hollywood, cortesía de El nacimiento de una nación): el asesinato del presidente Abraham Lincoln a manos del actor John Wilkes Booth, en plena función teatral. Pero el foco del realizador se corre rápidamente hacia una subtrama poco visitada: el juicio por conspiración y traición a la patria a Mary Surratt (Robin Wright), la única mujer acusada en el proceso judicial y, como se demostraría más tarde, totalmente inocente de los cargos. Fiel a sus ideales progresistas, Redford transforma la historia verídica en un alegato jurídico sobre los valores más relevantes del sistema democrático, al tiempo que señala lo sencillo que resulta corromperlos por presiones sociales y políticas coyunturales. El guionista James Solomon trabajó durante años recopilando información fáctica antes de acercarle el guion definitivo al realizador.