Desde Christchurch

Dos días después de los devastadores ataques en dos mezquitas de la ciudad de Christchurch, los neozelandeses todavía estaban intentando asimilar los hechos que rápidamente se están inscribiendo entre los más relevantes de la historia de la nación y entre los que dejarán más cicatrices. En la moderna Nueva Zelanda, los estallidos de violencia se han destacado por su excepcionalidad. En las últimas décadas, incidentes como el asesinato de la familia Bain en 1994, el homicidio de Sophie Elliot en 2008 y de la mochilera británica Grace Milane hace algunos meses, produjeron un shock generalizado.

Pero lo que acaba de ocurrir es un territorio nuevo, perfora la manta de una seguridad que estas remotas islas parecieron brindar durante mucho tiempo. Los residentes de Christchurch, sin contar los terremotos que ocurrieron hace ocho años, se acostumbraron a vivir en una de las sociedades presuntamente más seguras. Por ello, la primera ministra Jacinda Ardern, quien abiertamente describió los horrores del pasado viernes como terrorismo, está ahora allanando el camino para realizar cambios duraderos en las leyes sobre el acceso a armas en el país, leyes que hasta ahora permitieron a aquellos que poseen licencia, poseer armas semiautomáticas. “Las leyes de armas en Nueva Zelanda necesitan cambiar y van a cambiar”, declaró la primera ministra en una rueda de prensa el sábado. Al visitar un local de armas en un suburbio en las afueras de la ciudad, este reportero vio armas semiautomáticas que todavía estaban a la venta, incluyendo lo que parecía ser una AR-15 -uno de los tipos de armas usadas, aunque modificadas, en célebres tiroteos en masa en Estados Unidos, incluyendo la masacre de Sandy Hook. Se cree que Brenton Tarrant, 28, quien fue acusado de haber perpetrado los asesinatos masivos, usó una arma semiautomática. Afuera de un bar en la Plaza de la Catedral en Christchurch, Selena, quien vivió toda su vida en la región de Cantebury, dijo a The Independent que sintió que los ataques de la tarde del viernes habían retraumatizado a los  locales. “Bastantes personas todavía están intentando superar los acontecimientos que siguieron a los terremotos”, dijo. “Es casi como que hemos dado por sentado cuán segura creemos que es Nueva Zelanda.”

En otros lugares de la ciudad, se veían expresiones de espíritu comunitario, duelo y solidaridad, mientras la policía armada vigilaba atentamente a las pequeñas multitudes que se reunían a presentar sus respetos cerca de las calles acordonadas, a metros de las mezquitas blancos del ataque. 

Esta imagen es una forma de medir cuánto ha cambiado en tan poco tiempo, ya que la presencia de la policía armada en esta ciudad con una baja tasa delictiva ha pasado de ser un asunto de relativa controversia a no ser un asunto en discusión. Hace menos de un mes, movimientos para armar temporalmente a la policía de Cantebury que estuvieran de servicio, después de un incidente con un arma de fuego que no resultó letal, fue causa de debate. Ahora pareciera que pocos se opondrían. En lo que pareciera ser un eco del espíritu exhibido por los residentes después de los terremotos, voluntarios han comenzado a organizarse para ofrecer asistencia a los afectados y heridos -y a aquellos que los cuidan. Los sitios web creados para recolectar dinero para las familias de las víctimas vienen recibiendo un constante flujo de ingresos; otras iniciativas involucraron donaciones de tiempo y dinero. 

Afuera del Hospital General de Christchurch un grupo de voluntarios descargaba cajas con comida para las familias que visitaban a los heridos –toda comida halal, es decir, producida bajo preceptos islámicos–. Ellos habían reclutado a varios transeúntes para ayudar con la entrega. Esta muestra de generosidad fue iniciada por Olly, 34, cuyo lugar de trabajo se sitúa en la calle Riccarton, en un área de la ciudad que se extiende a unos pocos cientos de metros desde la escena del primer ataque. Él explicó que al principio actuó individualmente pero que ahora eran tantos involucrados que no puede dar un número: cuando se le preguntó por la cantidad, simplemente dijo “muchos”. 

“Estaba en shock cuando me enteré, pero decidí ayudar”, dijo. Olly empezó comprando algunas comidas de un negocio local pero se quedó sin dinero. Esperaba conseguir más. “Quería comprar algo, pero no era suficiente”, dijo, y agregó que consiguió encontrar colaboradores que le brindaron tiempo y vehículos adicionales para llevar los alimentos. 

Más allá de Christchurch, los neozelandeses rindieron homenaje a sus compatriotas musulmanes en vigilias y otras muestras de respeto comunitarias. La mayor reunión de este tipo tuvo lugar en la capital, Wellington, ayer un evento en recuerdo a las víctimas que atrajo a alrededor de 10.000 personas en su punto más álgido. 

Kart Jensen, de Wellington, quien se describió a sí mismo como un “trabajador de eventos” que estaba donando su tiempo y su conocimiento técnico, dijo que el encuentro estaba abarrotado, y lo calificó como respetuoso y emotivo. Al reflexionar sobre los acontecimientos del fin de semana, Jensen dijo que recibía de buena manera las declaraciones de la primera ministra a favor del control de armas, pero agregó que deseaba que se hubiera hecho mucho más antes del viernes. Ex residente de Christchurch, Jensen continuó: “Creo que si el parlamento de Nueva Zelanda hubiera reforzado las leyes sobre armas no estaríamos en este lío. El asesino era básicamente un fascista psicótico homicida en masa de Australia, y si no hubiera tenido los medios para matar personas, nunca hubiera ocurrido, o hubiera ocurrido en otro lugar”.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para PáginaI12.

Traducción: Bianca Di Santi.