La nota publicada en tapa de Cash el pasado 10 de febrero bajo el título “Escapar al atraso” suscitó diversas opiniones entre quienes estamos de este lado de la grieta económica, algunas coincidentes y otras no tanto. Esta nota se inspira en las críticas percibidas con la intención de profundizar un debate necesario de este lado de la grieta; con quienes están del otro lado por ahora no nos interesa debatir, primero porque sabemos de antemano que nunca nos pondremos de acuerdo, segundo porque ya demostraron en estos tres últimos años lo que son (in)capaces de hacer y tercero porque lo más importante no es discutir con ellos sino tratar de derrotarlos en las urnas este mismo año.

Algunos colegas de este lado caracterizaron el enfoque de esa nota como “devaluacionista”, lo que implica en la jerga académica profesional un cierto tinte anacrónico propio de un desarrollismo industrial post Segunda Guerra Mundial ya perimido. Esta interpretación sería adecuada si en esa nota se hubiera propuesto devaluar aún más nuestra moneda con respecto al dólar y otras divisas, pero no fue así. Lo que planteaba es que, dado que ya llovió, es decir que, “gracias” a la impericia e ineptitud de quienes nos gobiernan desde hace más tres años, el dólar y las demás divisas se fueron al demonio, qué habría que hacer para que todo ese aumento de los tipos de cambio no se siga trasladando a los precios y cómo recuperar el poder adquisitivo perdido por el salario y demás ingresos fijos.

De paso, no vendría mal recordar que este gobierno de ineptos no devaluó  deliberadamente, ya que ese término corresponde a un mercado cambiario regulado, mientras que los genios que juegan en las grandes ligas internacionales (Peña dixit) lo primero que hicieron fue desregular totalmente ese mercado, al punto de pegarse el tiro en el pie de eximir de la obligación de liquidar sus divisas en el país a los exportadores. En ese contexto, cuando aumenta el valor de las monedas extranjeras, la nuestra “no se devalúa” sino que “se deprecia” por el efecto combinado de la oferta y la demanda. De todos modos, más allá de esta precisión técnica, los efectos de una depreciación o devaluación son los mismos; la única diferencia significativa es que una devaluación es una decisión política de la autoridad económica y una depreciación es una “decisión” del mercado que, para quienes están del otro lado de la grieta, es una suerte de fallo inapelable.

Distribución del ingreso

La segunda cuestión que da lugar a interpretaciones encontradas es la que postula que una devaluación (o depreciación) es siempre regresiva desde el punto de vista de la distribución del ingreso. El razonamiento que lleva a esta conclusión es que, como al aumentar el valor de las divisas los precios de lo que se exporta e importa se incrementan también en pesos, y como en la canasta de bienes de consumo salarial esos producto tienen un peso decisivo, entonces parece más que obvio que si los salarios no aumentan tanto como las divisas su poder adquisitivo disminuirá. Esto es verdad si, y sólo si, el Estado no hace nada frente a la devaluación (o depreciación) de la moneda; pero si el Estado aplica o aumenta en una magnitud similar, por ejemplo, el impuesto sobre las exportaciones (más conocido como “retenciones”) de productos alimenticios que integran la canasta salarial, ese efecto negativo sobre el salario real se vería neutralizado en gran medida.

Si además de esto, el aumento del valor de las divisas hace más competitivos a algunos productos de fabricación nacional con mayor valor agregado, no alcanzados por las retenciones, y eso les permite poder vender más en el mercado interno o en el exterior, es probable que eso genere mayores oportunidades de empleo y la distribución del ingreso mejore por aumento de la masa salarial, aunque la tasa individual de salarios reales no cambie.

Competitividad

Esto nos lleva a una tercera cuestión controvertida de este lado de la grieta y es el efecto que pueda tener sobre la competitividad interna o internacional de la producción nacional un tipo de cambio real elevado o, lo que es lo mismo, costos internos más bajos en dólares. 

La opinión está dividida entre quienes consideran que el efecto es significativo y quienes piensan que, sobre todo las exportaciones, no son muy sensibles al nivel del tipo de cambio real, es decir el valor del dólar con relación al nivel de precios locales. Incluso hay estudios estadísticos que procuran establecer este grado de sensibilidad, que lamentablemente no terminan de ser concluyentes porque nunca hubo en nuestro país un período suficientemente largo de estabilidad cambiaria como para demostrar una u otra cosa. 

Son muy interesantes al respecto los trabajos que integran el libro Discusiones sobre el Tipo de Cambio publicado hace algo más de un año por la Universidad Nacional de Moreno, particularmente el del capítulo 4 que hace un racconto de esas investigaciones empíricas.

Para intentar dirimir esta controversia es importante rescatar una vieja distinción conceptual en economía entre condición necesaria y condición suficiente. 

Una condición necesaria es aquella sin la cual algo no se puede lograr, pero por sí sola tampoco alcanza si es que hay otros requisitos para lograrlo; estos requisitos adicionales constituyen la condición suficiente. Con un dólar bajo en relación a los costos internos no hay manera en el corto plazo de que una exportación sea rentable (en el largo plazo haría falta un incremento muy importante de la productividad en esa actividad); pero también es cierto que aun cuando el dólar fuese elevado con relación a los costos internos eso no garantiza que un productor nacional pueda ganar un mercado internacional para sus productos, porque haría falta primero que haya un horizonte de estabilidad de esa relación suficientemente confiable y segundo programas de capacitación y promoción de productos en el exterior. 

En otras palabras, el tipo de cambio real alto es una condición necesaria y una política exportadora integral la condición suficiente para aumentar las exportaciones no tradicionales; pero con un tipo de cambio real bajo, o sea sin la condición necesaria, no hay política exportadora que resulte efectiva.

Salarios

Finalmente, está la cuestión de los salarios expresados en dólares: ¿es necesario tener costos salariales en dólares más bajos para que la producción nacional sea más competitiva? Y, si es así: ¿es inevitable la reducción del salario real para ser más competitivos? Las respuestas son sí y no, respectivamente, y eso es lo que se planteaba en la aquella nota de Cash. Veamos por qué.

Destacábamos que hasta ahora, principios de 2019, el dólar se duplicó, los precios al consumidor aumentaron casi 50 por ciento y los salarios en promedio no llegaron a recuperar el 30 por ciento. El resultado de este desaguisado, consecuencia de correr a la situación de atrás al influjo de los mercados, es que el tipo de cambio real mejoró un tercio, el costo salarial en dólares cayó un 35 por ciento y el salario real se deterioró en más del 13 por ciento, con el agravante de que la masa salarial real cayó aún más como consecuencia de los casi 200 mil empleos registrados que se perdieron durante 2018. Todo esto es lo que ya llovió.

¿Qué decimos que habría que hacer y sobre todo qué no habría que hacer  partir de esta situación como quedó? 

Primero, recuperar el salario real en pesos elevándolo a un nivel similar al del aumento de precios internos vía paritarias. 

Segundo, evitar que esta recuperación se vuelva a trasladar a los precios con dos tipos de medidas: una amigable, mediante un acuerdo social entre Estado, empresarios y sindicatos, y la otra más compulsiva o unilateral, controlando los precios de los bienes y servicios que no se exportan ni importan (no transables). 

Tercero, recuperar una política cambiaria activa para evitar que el dólar se vuelva disparar. Si esto se logra, se habrá conseguido reducir el costo salarial en dólares en un 25 por ciento en vez del 35 por ciento, manteniendo el poder adquisitivo del salario real previo al inicio de la debacle cambiaria. 

Esta es la condición necesaria para superar la restricción externa y la consecuente escasez crónica de divisas, pero no es suficiente.

Ingenuidad

La condición suficiente es, como se dijo, la estabilidad y sustentabilidad de este esquema de precios relativos en un horizonte amplio de no menos de tres años, con un esquema de promoción de exportaciones no tradicionales de carácter permanente junto con un programa de mayor valor agregado en las exportaciones primarias, alentado también por un tipo de cambio real competitivo.

Lo que no hay que hacer es keynesianismo ingenuo de Primer Mundo, inflando la demanda interna sin resolver la restricción externa, única forma de dar señales de solvencia internacional a largo plazo. Ese objetivo es loable desde el punto de vista político y social, pero inviable desde el punto de vista económico. 

La diferencia entre ambos enfoques define dos tipos de populismo: uno estratégicamente sustentable y el otro de pan para hoy y hambre para mañana.

* Docente de la Universidad Nacional Arturo Jauretche, subcoordinador de la carrera de Economía.