Desde Córdoba

La escritora desobediente puso de pie al público que estaba en el teatro Del Libertador San Martín durante el cierre del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE). María Teresa Andruetto, que inició su discurso citando unos versos de Leonard Cohen, no acató las normas ni se dejó domesticar por las instituciones que la invitaron. “Una lengua está en permanente movimiento y de no ser por esos desvíos, disidencias y transformaciones, estaríamos hablando hoy lenguas romances o latín vulgar. El castellano comenzó desobedeciendo, como lo muestran las Glosas Emilianenses, esas anotaciones al margen en un códice escrito en latín, que en el siglo X u XI algún monje hizo para aclarar algún pasaje; anotaciones en un modo de decir en el que ya hablaba el pueblo, pero que todavía no había pasado a su forma escrita”, subrayó la autora de La mujer en cuestión. “En una lengua cabe un mundo, y en ese mundo caben los disensos y las luchas”.

Como sucedió durante cuatro días, varias escritoras y escritores argentinos polemizaron sobre el nombre mismo del congreso. Andruetto –acompañada por Luis García Montero, el director del Instituto Cervantes– cuestionó que el país y la provincia no hayan tenido injerencia en los contenidos de la programación. “Para nosotros, para nuestro sistema educativo, esta lengua en la que aquí hablo siempre ha sido la lengua castellana. Así llegó a América, y fue esa lengua y no otras que se hablaban o se hablan en España, la que se impuso sobre las lenguas originarias”, planteó la ganadora del Nobel de Literatura Infantil y Juvenil, el Hans Christian Andersen, y contó lo que le sucedió al director mexicano Alfonso Cuarón, a quien le resultó “ofensivo” que su película Roma haya sido subtitulada en España; que un español necesite que le digan: “No os acerquéis al borde” en lugar de “Nomás no se vayan hasta la orilla”. La escritora comentó que una editora española pretendió cambiarle “durazneros” por “melocotoneros” con la “extraña fundamentación” de que en España nadie entendería la palabra duraznero. “Pero sucede que melocotonero es una palabra tan artificial para un argentino que nunca jamás podría usarla”, explicó la escritora cordobesa, y criticó la “pretensión de uniformidad que destruye lo singular o lo invisibiliza”. 

La autora de Lengua madre argumentó que las variedades idiomáticas americanas “no tienen tantas posibilidades de ser reconocidas por la Academia y, cuando lo son, pasan por formas folclóricas, americanismos”, puntualizó la escritora. “En el Diccionario Panhispánico de Dudas, alrededor de un 70 por ciento de lo que se considera ‘malos usos de la lengua’ es de origen latinoamericano, lo cual tiene que ver no sólo con la idea de purismo y la pretensión de uniformidad, sino sobre con la convicción de que el bien decir se decide fuera de nosotros”, evaluó la autora de Los Manchados y propuso que las instituciones reguladoras de la lengua “nos representen de una manera más justa”, porque “una lengua vive en las bocas de sus hablantes, y es asombrosa la velocidad con que lo vivo deviene palabra muerta”. Andruetto advirtió que Argentina nunca predicó el purismo idiomático. “Somos impuros o mestizos y esa impureza es nuestra riqueza”, afirmó la narradora cordobesa para indicar después que “debiéramos cuidarnos mucho de una lengua que se someta a la lengua oficial, cuidarnos de no confundir la lengua viva con los cementerios”.

Una investigadora madrileña le confesó a Andruetto que no entendía por qué los argentinos necesitaban traducir a Dante –a raíz de la edición de la Divina comedia, con traducción del poeta Jorge Aulicino–, si está traducido al español. “Tal vez ni se advierte cómo pegan en nuestros oídos muchas traducciones de editoriales españolas, especialmente cuando se trata de escritores que trabajan con lo coloquial”, aclaró la escritora y recordó que Juan María Gutiérrez, preocupado por el lenguaje rioplatense, rechazó la propuesta de integrar la Real Academia Española en 1876. De la polémica lingüística, estética y “fuertemente política” que llevaron adelante Gutiérrez, Esteban Echeverría, Domingo F. Sarmiento y Juan Bautista Alberdi, “emergió la convicción de que ser un hablante o un escritor argentino es también ser un usuario de la lengua desobediente ante la demanda de casticidad”, precisó la escritora. 

“La búsqueda de uniformidad va en consonancia con la persecución de un mayor rendimiento económico”, continuó Andruetto. “Empresas y capitales multinacionales promueven la ampliación del mercado del castellano para reforzar el monopolio de la lengua como negocio; buscan un idioma de modalidad única, a costa de su depredación, del mismo modo que los monocultivos en su búsqueda desmedida de dinero van contra la riqueza del suelo y la diversidad que nos ofrece la naturaleza”, comparó la autora de El país de Juan. Aunque se dice que la lengua “no es de las instituciones, sino de los hablantes”, la escritora destacó que “no parece suceder lo mismo en el aprovechamiento económico que una lengua provee, porque sin dudas no es mayoritariamente el castellano argentino, ni el mexicano ni el peruano, ni el boliviano, el que se comercializa en la enseñanza internacional del idioma, sino la modalidad española que por la vía del país que la lleva a la práctica, se beneficia con esos recursos”. 

En cuanto al lenguaje inclusivo, observó que no hubo ni una sola mesa de discusión sobre un tema que está “vivamente presente” en la discusión de la agenda actual. Andruetto reconoció que “no sabemos qué pasará con la literatura, ni si es posible escribir en lenguaje inclusivo de un modo lo suficientemente cargado de ambigüedad como para que además de hacernos pensar, nos conmueva, nos complejice”. El uso y expansión en ciertos sectores sociales “impregna y permea los usos públicos, periodísticos y políticos”, añadió la escritora y pronosticó que la lengua se las ingeniará para conservar “un territorio común entre sus hablantes, para seguir siendo en sus diferencias y su riqueza”. De algo está muy segura la “Tere”, como la llaman cariñosamente muchos amigos y lectores: “La uniformidad no es el camino para que la lengua que compartimos se mantenga viva; si hay riqueza en esta lengua nuestra, esa riqueza no está en la rigidez sino en la posibilidad de aceptar la potencia de lo diverso y de lo múltiple”.

“¿Es borde la palabra? ¿O es orilla? ¿O es canto, o línea, o costa, o ribera, o margen? Cada uno tiene sus razones para decir de uno u otro modo”, sugirió Andruetto. “Como en la parábola que relata Gershom Scholem, aunque no sepamos encender el fuego ni encontrar aquel lugar en el bosque, ni seamos ya capaces de rezar, podemos seguir contándonos unos a otros nuestras historias y la Historia. Perder eso sería perdernos, sería una nueva forma de barbarie”.