Agueda Menvielle es ingeniera agrónoma y ex directora de Relaciones Internacionales del Ministerio de Ciencia (1998-2016). Fue mentora principal del programa Raíces (Red de Argentinos Investigadores y Científicos en el Exterior) y en 2008 consiguió que la repatriación de intelectuales se constituyera en una política de Estado. En esta entrevista describe y analiza la emergencia y el posterior declive de las repatriaciones a la luz de los diferentes escenarios políticos.  

–¿Cómo surgió Raíces? 

–En 1998, cuando ingresé a la dirección de Relaciones Internacionales de la ex Secretaría (de Ciencia), existían intenciones de relacionarse con los científicos argentinos radicados en el exterior pero no había nada sistematizado. Entonces, armamos una base de datos para saber de cuántas personas estábamos hablando. Al principio fue complicado porque los investigadores se mueven mucho pero, con la ayuda de algunos funcionarios de Cancillería, supimos que eran 5 mil. Para 2003 ya habíamos definido los ejes de cómo se realizaría el retorno de estos cerebros que el país demandaba.

–¿Cómo se encaró el tema con el nuevo gobierno?

–Lo hizo de la manera en que los políticos deben apoyar las buenas ideas: poniendo plata. Desde la asunción de Kirchner, el clima del sector de CyT estuvo en crecimiento y empezaron a volver los científicos. El primero fue Javier Fernández, que retornó junto a su esposa (ambos investigadores) para trabajar en Bariloche; desde ese momento hasta que dejé el cargo en mayo de 2016 fueron 1299. Retornaban especialistas de primer nivel porque les financiábamos sus proyectos, ingresaban a la Carrera del Investigador Científico del Conicet y también podían impartir clases en universidades. El clima era inmejorable: el país demandaba su presencia porque los valoraba. 

–Además de la repatriación de científicos, se promovía la vinculación por otras vías.

–Se habilitaron las visitas de especialistas extranjeros al país; la realización de tesis cotuteladas; becas para jóvenes en formación; se abrieron nuevas posibilidades de trabajo en lugares impensados donde nuestros investigadores podían realizar muy buenas experiencias. Incluso, el Programa permitió llenar vacíos disciplinares; gracias al regreso de nuestros expertos se consolidó la bioinformática en el ámbito local.     

–¿Qué ocurre en la actualidad? Todavía está vigente. 

–Se convirtió en una política de Estado a partir de una ley (26.421/08), por lo cual se requeriría de un mecanismo muy engorroso para conseguir darlo de baja. Nadie firmaría eso, sería lo menos político del mundo. Por eso, la manera más sencilla de dejarlo inactivo es asfixiarlo económicamente, dejarlo sin financiamiento. Las visitas, las estadías, los seminarios y los intercambios internacionales ya no se pagan. De los programas que desarrolló el MinCyT fue el que más visibilidad y valor simbólico tuvo. Logramos traer a Julio Palmaz, creador del revolucionario stent, que vino a dar un seminario en la Fundación Favaloro. Lo recuerdo como si fuera hoy: cuando en 2008 llegamos al repatriado número 600 fue una verdadera fiesta, participaron desde las autoridades del sector hasta la propia presidenta. Después hicimos la fiesta del número 800 y la del 1000; la ciencia ocupaba la portada de todos los diarios.

–Pero se acabaron las fiestas.

–Ya no hay nada para festejar. En las condiciones actuales –sin dinero, convocatorias para ingresar al Conicet ni fondos para infraestructura ni proyectos– es natural que los investigadores decidan irse en busca de mejores posibilidades. A países como EE.UU., Alemania o Australia no le importan de qué nacionalidad son los recursos humanos que llegan mientras que los resultados sean administrados por ellos mismos. Un cerebro científico no requiere de muchas visas ni permisos excepcionales porque constituye un bien muy demandado en el mundo. El éxodo de los investigadores se repite en nuestra historia de manera penosa. Comienza con la Noche de los Bastones Largos, luego con la dictadura del 76’, sigue en los ‘80 porque no había formadores de calidad en el ámbito local, se estira durante los ‘90 neoliberales y también resurge con el cambio de siglo. Ahora, tras un período de gracia con el kirchnerismo, se repite la escena.