Siempre está bueno arrimar el bochín, te dijo V. Una expresión antigua para V. que nació en el 87 pero conserva como territorio conquistado una seguidilla de frases semi jubiladas. Dichos que le gusta traer a las conversaciones sobre chicas como si ese acto las obligara a dar otra vuelta de tuerca a la forma en que nos nombramos, a la forma en que nos leemos y también nos escuchamos. Arrimar el bochín, te dice a vos, que nunca estuviste en una cancha de bochas pero sí en tantísimas lecturas de poesía que organizaste como la de esa noche: entre las invitadas, la chica más linda. Dudabas en invitarla, te la habían nombrado varias veces pero no tenías confianza o a veces la verguenza también es una variable hasta para alguien que organiza eventos todo el tiempo. La verguenza de llamar a alguien que va a ser la chica más linda de la lectura. Esa que se te sentó al lado y te convidó de su trago, esa chica invitada a leer y que vos no conocías pero tenías vista y que se quedó bien cerca porque estaba nerviosa y vos la tranquilizaste mientras V. detrás suyo te guiñaba un ojo, te hacía caritas y te iluminaba esa zona de la verguenza que cuando se disimula es como la pequeña picazón del roce de una flor. Arrimar el bochín, siempre. O rascarse el pudor apenas nacido y empezar por las especulaciones que se tejen al otro día, después de la huída, cuando comienza la estrategia del retorno:  ni idea cómo escribirle a una chica que te gustó, que fue la más linda de la fiesta pero no te queda claro si vos le gustaste o no a ella. La historia antes de la historia, la historia que se narra la mañana siguiente, las conjeturas  que se tejen al despertar: que te convidó el trago, que te fumó del mismo cigarrillo, entonces que sí, que le gustaste y V. te hacía caritas detrás de ella y fue para vos lo más divertido, lo más sensual el chistín con V. que te hacía la más afortunada de la lectura aunque no leyeras. Pero la chica más linda de la fiesta, después de los gestos que V. vió como bandera a la victoria, se fue a otra mesa y las saludó tímidamente como si el trago y el cigarrillo nada, como si nada.  Al otro día te duraba la interpretación dudosa de sus gestos y  tintineaban juguetonas las palabras bochinas de V., entonces le escribiste al IG porque claro, todes nos tenemos en esa red y es más fácil ahí dilucidar las vidas y por qué no los fetiches que casi le adivinás a la chica más linda y más aplaudida de la lectura, la que se te sentó al lado gran parte de la noche en la que, igual que casi siempre, volviste sola a casa. Me gustó mucho lo que leíste ayer, te voy a invitar a otras lecturas. Le diste mil vueltas a la frase con celular en mano, un poco sugestionada por V. o por la pequeñísima resaca que te tenía desde que abriste los ojos dándole vueltas a todo. No era una gran frase pero pensaste que era sobria y clara y sí, a largar la bocha. Pero resulta que no, no era tan simple como rodar en una cancha recién alisada. La desazón de ese visto debajo de la invitación a un futuro leer o escuchar o quién sabe qué porque no fuiste del todo clara, te agarró un minimalismo interpretativo o escritural y salió una propuesta corta y desafortunada porque los gestos también son leídos, como las poetas que leyeron esa noche, como V. que leyó mal parece, como ella que leyó bien y como vos que no tenías elementos para interpretar, porque no sólo de megusteos o likes vivimos sino de tragos que son convidados con toda la sororidad del mundo pero sin el coqueteo que esa noche necesitabas, sin cancha amplia para los bochines que arrimaste, para otra vida dónde la chica más linda de la lectura te respondiera el mensaje y quizás aceptara jugar con vos.