Antes de que el desastre azotara a Pompeya –ciudad que acabó enterrada bajo masas y masas de ceniza volcánica tras la erupción del Vesubio en el 79 d.C.–, la famosa urbe del Imperio Romano contaba con alrededor de 150 locales de comida rápida, según estimaciones. Ningún invento moderno: allá a lo lejos en la geografía y el tiempo, los sitios fast food eran una realidad cotidiana, especialmente para la clase popular que no contaba con el lujo de una cocina privada. A modo de bares de paso para picar alguna cosilla ligera antes de continuar con las labores diarias, estos termopolios (en latín thermopolium, plural thermopolia) incluían en sus menús típicos pan con pescado, queso horneado, lentejas, vino especiado. Y tenían diseño característico: un mostrador en forma de L sobre el que había grandes vasijas de barro empotradas, o dolias, con los guisos calentitos del día. Además de ánforas, sobra decir, con vinito, entre otras cuestiones. Pues, según informó el Parque Arqueológico de Pompeya en un comunicado, un nuevo termopolio acaba de ser hallado durante excavaciones, descubierto en el cruce entre el callejón de las Bodas de Plata y el de los Balcones. Se trata del último tesorito con el que han dado en la Región V, barrio ubicado al norte, que comenzó a explorarse solo recientemente, y del que ya han surgido esculturas, objetos preciosos, monedas, inscripciones, lararios familiares, restos humanos en posición dramática... Lo curioso del flamante eureka, empero, es que a pesar de haber estado sepultadas por casi 2 mil años, se precian al detalle las antiquísimas decoraciones de sendos mostradores del termopolio, estupendamente conservadas a pesar del correr del tiempo: en uno, hay un fresco pompeyano donde una nereida semidesnuda monta sobre un caballo en las profundidades marinas; en otro, hay un fresco “publicitario” que representa la actividad propia del comercio con sus dolias y ánforas.