“Esto se está saliendo de madre. Se las están llevando con cubos...”, se inquieta Isaí Blanco, el alcalde de La Oliva, en Fuerteventura, frente a un singular descalabro que va en ascenso: el paulatino vaciamiento de una playa de su municipio que, en vez de arena, cuenta con pequeñas algas calcáreas. Muy populares, muy requeridos ejemplares calcáreos, por los que turistas peregrinan un buen trecho (varios kilómetros por un frondoso camino) amén de llevárselas a montones. Por una tontera, realmente: estas algas parecen pochoclos. Y sí que son famosas las “palomitas de maíz” a esta altura del hypeo: en redes sociales, la #PopcornBeach es fenómeno viral, lo cual ha generado un mayor afluente de turistas en el paraje canario, que hasta hace poco solo era frecuentado por surfistas. No conforme con tomarse fotos y compartir las vistas, los visitantes toman cual souvenir los benditos “pochoclos” o rodolitos, a pesar de que está prohibido. No poquitos, dicho sea de paso: unos 10 kilos por mes, según estiman especialistas, que están que arden porque la gente las robe a lo pavote, cuando son realmente importantes para los ecosistemas. Destaca, de hecho, el biólogo Francisco Otero, del Instituto Ecoaqua de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria que “durante su periodo vital combaten el cambio climático por su absorción del dióxido de carbono del mar, a la vez que por sus formas llenas de cavidades sirven de depósito para que otras especies pongan sus huevos”. Y explica además que, con las grandes mareas, son arrastrados hasta la superficie, donde ya muertos, y después de miles de años de erosión, se vuelven arena. Por cierto: su crecimiento es muy lento, de aproximadamente un milímetro al año. “Algunos de ellos llegan a medir hasta 25 centímetros, lo que significa que han vivido más de 250 años”, ofrece Otero. Ergo la actual campaña de concientización de La Oliva para que ni visitantes ni residentes retiren las algas de donde provienen. Porque todo hay que decirlo: los vecinos de la zona no se quedan atrás en el pirateo, llevándose rodolitos para decorar sus jardines y jarrones. Una pena.