“Le falta un poco de respeto hacia el público, hacia el rival y también hacia sí mismo. Tiene talento para ganar Grand Slams pero por algo está donde está”. Los dardos de Rafael Nadal tuvieron rebote en todo el mundo. El español acababa de quedar eliminado en octavos de Acapulco y no tuvo reparos en apuntar a los modales de su vencedor.

Nick Kyrgios había montado un show para desquiciar al número dos del mundo: reclamos al árbitro, intentos por mostrar que estaba lesionado y hasta un inesperado saque de abajo bien al estilo Michael Chang en Roland Garros 1989. Una vez consumada la victoria, el australiano le respondió al público que estaba en su contra, se tomó la oreja y dejó entrever que la reprobación le importaba muy poco.

Aquel partido de febrero en México apenas sería una muestra del cóctel explosivo que suele entregar Kyrgios. La fusión de talento y circo volvió a aparecer semanas después, en el Masters de Miami, cuando liberó todo su repertorio en el triunfo sobre el serbio Dusan Lajovic: dos nuevos saques de abajo, voleas sin mirar, tiros entre las piernas y hasta una discusión con un espectador que lo trató de imbécil. Allí también se encargó de insultar al juez de silla en un partido de dobles y de reflotar la disputa con Nadal tras la consulta de un periodista: “No voy a respetar a alguien sólo porque pasa la pelota por encima de la red”.

“Kokkinakis tuvo sexo con tu novia”, le dijo a Wawrinka durante un partido en Montreal 2015, en referencia a la croata Donna Vekic, quien había hecho dupla con el otro jugador en cuestión en el Abierto de Australia de aquel año. Multa de diez mil dólares. En Shanghai 2016 exhibió conducta antideportiva, discutió con el juez y se dejó perder ante el alemán Mischa Zverev. Multa de 25 mil dólares. En Queen’s 2018 simuló masturbarse en un cambio de lado: agitó una botella sentado en el banco y la apretó para expulsar el líquido. Multa de quince mil euros. Kyrgios no es una leyenda pero sí coquetea con los límites y tomó el legado de otras generaciones para emerger como el último rebelde con raqueta.

El sucio

Conocido en su apogeo como “Nasty”, por los métodos que solía usar para sacar de foco a sus rivales, Ilie Nastase surgió como el primer rebelde de la Era Abierta. El rumano que en 1973 inauguró el primer puesto del innovador ranking ATP siempre jugó sobre los márgenes del reglamento.

En la final de Wimbledon 1976 contra el sueco Björn Borg fue advertido y le respondió al umpire: “No me diga Nastase, dígame señor Nastase”. Aquella derrota fue la gran decepción de su carrera. En Louisville 1975 jugó dobles con el moreno Arthur Ashe, en tiempos definitorios de la política de discriminación racial. El rumano no tuvo mejor idea que maquillarse de negro y entrar a la cancha para estar “igual que su compañero”, por lo que recibió duras críticas de sectores contrarios al apartheid.

Nastase ganó dos Grand Slams –US Open 1972 y Roland Garros 1973–, totalizó 57 títulos y jugó tres finales de Copa Davis (1969, 1971 y 1972) junto con su compatriota Ion Tiriac, el recordado entrenador de Guillermo Vilas. Sus modos antideportivos, sin embargo, le valieron nada menos que cinco descalificaciones a lo largo de su trayectoria: Indianápolis 1974, Bournemouth 1975, Masters de Estocolmo 1975        –luego fue campeón–, Palm Springs 1976 y Salisbury 1980.

La sanción ejemplar

Jimmy Connors, uno de los tenistas más revolucionarios y dueño de una devolución demoledora, edificó una de las carreras más longevas de la historia, a tal punto que aún sostiene récords como la mayor cantidad de títulos (109) y de victorias (1253) en el máximo circuito. Efusivo, talentoso y campeón de ocho Grand Slams, sufrió dos descalificaciones en su carrera: en Boca Ratón 1976 y en Boca West 1986. Por la segunda recibió una sanción ejemplar en aquellos tiempos.

El norteamericano disputaba el quinto set en la semifinal ante Ivan Lendl y el juez dio válida una bola dudosa del checo. Connors consideró injusta la decisión y se retiró de la cancha luego de que le dieran por perdidos dos games. La descalificación trajo otro golpe un mes después: el estadounidense fue suspendido por diez semanas y multado con 20 mil dólares, en lo que resultó la pena más grave para un profesional en aquel momento. Se perdió Roland Garros, entre otros torneos, y regresó en Queen’s.

Anarquista sin cura

John McEnroe ganó siete torneos de Grand Slam y lideró el ranking ATP tanto en singles (170 semanas) como en dobles (269), pero también dejó una marca indeleble por ser uno de los jugadores más polémicos. En la final de Wembley 1981 discutió con Connors, con los jueces de línea y con el umpire antes de ser multado con 700 dólares, cifra con la que superó el máximo de cinco mil según el reglamento y que le valió una suspensión de 21 días.

En Madrid 1984, en cuartos de final ante Bill Scanlon, pateó un cartel, increpó a un árbitro, le respondió al público, estalló la raqueta al suelo, se arrodilló ante una decisión injusta y coronó con insultos al juez general. En la Copa Mundial de Düsseldorf de 1987, contra Checoslovaquia, recibió una advertencia por demorarse en un servicio. Tras ceder su saque, en el cambio de lado tomó sus cosas y se fue.

Pero en octavos de Australia 1990 ante Mikael Pernfors desplegó toda su anarquía. Recibió una primera advertencia por intimidar a una jueza de línea y fue penalizado con un punto por romper su raqueta. Las reglas de conducta de la ATP acababan de ser modificadas y Big Mac continuó su show sin saber lo que vendría después. Tras un insulto al umpire sufrió un tercer warning y, en lugar de ser castigado con un game, fue descalificado por abuso verbal. “Soy una persona emocional; cuando salgo a la cancha el público sabe que no habrá tirado su dinero”, llegó a explicar alguna vez. Pero la mejor sentencia fue del propio Nastase: “Es peor que Connors y yo juntos”.

Un rebelde que odiaba al tenis

Mike Agassi, un iraní que representó a su país como boxeador en los Juegos Olímpicos de 1948 y 1952, obligó a su hijo Andre a devolver 2500 pelotas por día lanzadas a cien kilómetros por hora desde una máquina construida con sus propias manos. El aparato llamado “dragón” aterrorizó al pequeño durante toda su infancia.

“Nadie que devuelve un millón de pelotas del dragón puede ser derrotado”, le dijo Agassi padre al mítico Nick Bolletieri para que lo tomara en su academia. En aquel lugar de Bradenton se materializó el Agassi transgresor que devino en un rebelde con jeans y pelo largo inmerso en uno de los deportes más tradicionalistas. 

El mayor escándalo se conoció cuando Agassi publicó su autobiografía Open, en la que admitió haber consumido metanfetaminas en 1997, el año en que se derrumbó tanto en el tenis como en su vida. Después de haber alcanzado la cima en 1995 y haber descendido hasta el puesto 141° del ranking, el Kid de Las Vegas experimentó un explosivo retorno que lo devolvería a lo más alto y lo llevaría incluso a completar los cuatro grandes con su título en Roland Garros 1999.

Hasta que se juntó con su mujer Stefi Graf, Agassi no se animó a decirle a nadie que odiaba al tenis. Los inicios con su padre y los vaivenes de sus años como profesional generaron que el tenis fuera todo menos una pasión. “¿Quién de nosotros no lo odia?”, le respondió la alemana.

El desafiante

Aquel partido en Roland Garros fue épico. Cuatro horas y 37 minutos que no habrían quedado en la historia si no fuera por un acto de rebeldía. Cuando Marat Safin se tomó el atrevimiento el partido ya había entrado en un momento caliente del quinto set. El ruso salió disparado hacia adelante en busca de un drop imposible y no sólo llegó sino que ganó el punto con un toque sutil.

Félix Mantilla lo felicitó en la red por la jugada y Safin, sin ánimos de ofender a nadie, se bajó los pantalones y mostró sus calzoncillos blancos. “No sé por qué lo hice; pueden preguntarme cien veces y siempre diré lo mismo”, explicó el ruso. Aquel contradrop lo habría colocado con triple break point si no hubiera sido por una segunda advertencia que desató su furia hacia el juez brasileño Carlos Bernardes: “¡Me metiste un warning por eso! ¿Hasta cuándo vas a joderme?”.

La rebeldía del ex número uno y bicampeón de Grand Slam tuvo su desenlace luego del triunfo, cuando disparó contra los entes rectores del tenis: “Entre todos destruyeron el partido. Tenían que demostrar que no podían permitir eso. Pero no saben lo que es el tenis y están por debajo de los jugadores. Tanto la ATP como los árbitros hacen todo lo posible para eliminar el lado divertido. Dirigen cada vez peor”.

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