Tiempo atrás, cenando con un grupo de amigos, uno de ellos comentó que había ido a ver la obra de teatro del Trinche Carlovich y que el mismo Trinche estuvo presente en la función. Surgió entonces la pregunta de quién de los presentes había visto jugar al Trinche; todos manifestaron su pesar por no haberlo hecho. Algunos por la edad, son un poco jóvenes, otros por motivos diversos. Incluso hubo quien contó que tenía entradas para ese partido histórico del 74, en que el seleccionado rosarino humilló a la selección nacional (ese partido donde en el entretiempo el polaco Cap entró al vestuario rosarino y le rogó a Timoteo "Che por favor, sacame a ese 5 que nos está volviendo locos") y no recuerda por qué no pudo ir.

Yo callé, no dije nada, quizás por falso pudor o tal vez por no estar seguro, pero entre los agujeros de mi memoria no alcanzó a colarse todavía aquella tarde de invierno en que mi viejo me llevó a ver jugar al Trinche. Pocas veces fui a la cancha de Central Córdoba con mi viejo, él era canalla hasta la médula, y así me formó, pero se ve que algún rinconcito del corazón guardaba para el charrúa. Esa tarde, si mal no recuerdo, hacía un frío de la ostia y ahí, sentado en los tablones, pude asomarme al espectáculo más maravilloso o mágico que pueda darse en una cancha de futbol.

El Trinche no se movía mucho, jugaba en un sector muy limitado de mitad de cancha, pero por algún motivo misterioso, todas las pelotas iban a él. Y una vez juntos, la pelota y él no se separaban mientras él no lo decidiera, prestándola a un compañero. Era imposible arrebatarle el balón, aún a patadas y cuanto más énfasis pusiera el rival en su empeño, mayor era el ridículo al que quedaba expuesto. Caños, dobles caños, sombreros, bicicletas y marianelas era mágico repertorio que el Trinche sacaba a relucir según le conviniera.

He visto jugadores extraordinarios, todos los conocemos no hace falta nombrarlos, pero todos tienen en común cierta mecanización previsible, que termina por agotar el asombro. Uno sabe que cuando Messi toma el balón en tres cuartos de cancha con el rival desacomodado, va a gambetear a todos y convertir el gol, eso uno lo toma como seguro. Con el Trinche nada era seguro, no sabíamos en ningún momento, con locura te iba a salir.

En fin, esa fue la única vez que vi jugar al Trinche…o tal vez lo creí, porque después, consultando en Google, me anoticié que el Trinche jugó en Central Córdoba a principios de los 70, y en esa época mi viejo ya no estaba conmigo. He ido a la cancha de Central Córdoba con él, eso es seguro, pero tal vez los jugadores que vi eran Palmintieri, Indalecio López, Federico o Vizzo, lo del Triche es solo un sueño mío. Esos sueños que de tan deseados  uno los cree de verdad, como los favores de la mujer amada.

Tal vez entonces, yo tampoco haya visto jugar al Trinche y todo sea una alucinación de mi memoria, puede ser que sea así. Es que cuando uno sueña lo imposible, cuando esperanzado espera la magia que nos arranque de este suelo y nos eche a volar, nuestros sueños se llenan de Trinches Carlovich que con sus caños, sobreros y bicicletas nos ayudan a seguir jugando este partido.

En todo caso, ver jugar al Trinche en la cancha de Central Córdoba, es uno de los sueños pendientes que me quedaron con el viejo.