Abro, como una llave, el hombro. Hacia atrás, hacia adelante y de nuevo hacia atrás. Aún no escucho el sonido que sé que se produce al ejecutar la dislocación. Sostengo brazo desde codo. Resisto. Hasta dónde puede llegar si suelto. Hasta dónde pueden estirarse nervios y ligamentos. Trepo con mano izquierda por tríceps, aguanto respiración. Atrás, adelante, atrás. Cierro llave. Anoto en el cuaderno, siete segundos.

***

Mezcla con pez. Parece una sirena que pasa detrás de mí y me roza. Camino con la marea y llego al ángulo. Me siento y me sumerjo hasta los hombros. Abrazo rodillas y miro. Nada. Tiene movimientos imperfectos en las brazadas. Entonces, sigo sus brazos. Es la mano derecha la que no se abre. Veo cómo se acomoda las antiparras, cómo fuerza la mano para que no se le trabe. Vuelve al océano. La pierdo de vista. Recuerdo la conversación sobre la crema. Sus labios transparentes. De pronto emerge. Me mira. Camina algunos pasos y vuelve a sumergirse. Con la cabeza erguida nada hacia mí. Suelto las piernas y me paro. Ella llega. Apoyada en el borde a centímetros de mí se saca las antiparras y el gorro. El pelo es largo y negro. Cae como cascada. Me mira. No sé qué decir.  Pasa por delante y sube por la escalera. Veo su codo derecho, una cicatriz rosa lo cubre. Tengo ganas de llorar. Entonces siento que es la criatura más bella que jamás haya visto.

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Camino hasta estación. Miro plátanos. Respiro Banfield. Saco vapor. Saco campera y pulóver que ato a cintura. Quiero sacarme remera y corpiño. Saco corpiño. Apoyo mano izquierda sobre hombro derecho con corpiño en mano. Tiro corpiño en tacho de línea Roca. Llega tren. Subo. Suena Ave de paso en vagón contiguo.

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El agua está más transparente que nunca pienso mientras la medusa me lleva al centro y nos sumerge. Una película brillante cubre el agua y entra por las fosas de mi cuerpo que es blanco o gris.

La medusa tiembla. Parece invocar mientras repite una y otra vez, mi nombre. El sonido se vuelve cóncavo en mis oídos. Ella me sorprende desde abajo con su manto y me cubre. Pasa lenguas sobre el cuello que se abre como lámina. 

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El cielo se ilumina de verde. Vuelan escamas doradas que caen suspendidas sobre el cloro. La medusa sacude con sus brazos el agua que estalla en el aire y nos levanta. Arranco con los dientes la piel desde el hombro y descubro piel verde y dorada. Caigo convertida. Vuelvo al mar.

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Ella me saca el gorro y desliza mi malla. Me lleva a la lluvia y lava mi espalda. Me mira a través del agua. Apoya su manto transparente sobre mi piel. Se pega y con todos sus brazos me envuelve. Abro pezones y escamas para respirarla. Ella, bocas. Desciende y desliza su cicatriz contra mi vulva dorada. Entro con las manos en su cuerpo gelatinoso y salgo convertida en agua que escurro por nuestras piernas. 

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Palpo en el hombro el nuevo corte. Lo acaricio con cuidado porque duele. Es apenas un dobladillo de piel dorada que quiere abrirse en cualquier momento.

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Despierto en su cama. Ella me mira con el pelo negro extendido sobre el cuerpo. Está cubriéndome con líquenes los brazos. Hace rezos mientras los escupe desde adentro con saliva salitrosa. Luego pasa lenguas. Abre piernas y expulsa.

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Me sonríe con su boca transparente. Toca con sus brazos orales los míos y me aprieta fuerte. Me sacude vísceras. Escupo verde. Floto.