Producción: Tomás Lukin


Los terraplanistas

Por Mara Ruiz Malec *

En Argentina, todos los días escuchamos la misma oración: El Gobierno emite dinero para gastar y la “emisión genera inflación”. La emisión bajó a cero, el gobierno está ajustando brutalmente el gasto, pero nada de esto está funcionando. Antes de seguir, sería bueno aclarar que la escuela ortodoxa moderna hace décadas que ajustó las tuercas de su teoría y dejó de defender la antigua fórmula emisión = inflación. La teoría no sólo se modernizó, sino que está siendo atacada por nuevas ideas en el mismísimo mundo desarrollado. Pero por algún motivo misterioso, en Argentina se siguen aplicando ideas gastadas. Los terraplanistas de la economía.

El problema de esta estrategia de emisión cero es que erra en las causas de la inflación. Y esto reduce las posibilidades de éxito. Es claro que una economía donde las fábricas están trabajando a la mitad de su capacidad no tiene exceso de demanda de sus productos. Si es evidente que no hay filas interminables de personas en los comercios para gastar los pesos que el gobierno emitió de manera “irresponsable” ¿por qué siguen subiendo los precios? Por empezar, en Argentina la frase de cabecera debería ser “la devaluación genera inflación”. Pero además del dólar, tenemos otros problemas.

Hay un lugar al que los precios no pueden ir, no importa que tan poco dinero haya. Los precios no pueden ir por debajo de los costos (más un margen de ganancias, las empresas no producen por diversión). Los costos están subiendo: el dólar, la tasa de interés, las tarifas. Si bajar la inflación es una prioridad, hay que coordinar un objetivo de inflación con los precios que el gobierno determina - o colabora en determinar: tarifas, naftas, dólar, tasa. Hoy hay un único costo que actúa de ancla: los salarios. 

Coordinar no significa dejar fijo todo. Significa ser realista sobre las necesidades de tasa, dólar, tarifas y el sendero de desinflación que estamos dispuestos a tolerar. Se trata de que el gobierno proponga un escenario macroeconómico estable pero realista y sostenible. Y aquí viene el segundo problema. Porque no solo los costos están subiendo, sino que existe la percepción de que van a seguir subiendo. Al gobierno le queda muy poca credibilidad. Y las expectativas son muy importantes a la hora de determinar los precios.

Alguien dirá con mucha razón, que aún cuando hubo costos bajos y estables (dólar planchado, baja tasa de interés, subsidios) Argentina convivía con una inflación superior a la del resto de los países. Administrar el precio del dólar para que no tenga movimientos tan abruptos que generen saltos inflacionarios es un buen comienzo para no tener inflación del 40 o del 50 por ciento. Administrar los precios de los servicios (transporte, luz, gas, nafta y aquellos en los que influye el Estado, como Salud) de acuerdo con alguna pauta inflacionaria. 

Pero llevar la inflación por debajo del 20 por ciento en nuestro país está lejos de ser una tarea fácil. La mayoría de los países bajaron la inflación con una combinación de arreglos cambiarios más o menos rígidos y medidas varias poco convencionales. Hoy es evidente que los arreglos muy duros sobre el dólar, como fue la convertibilidad, son muy costosos. Entonces, al sendero estable (pero no fijo) del precio del dólar hay que ponerle mucha, pero mucha coordinación, también con empresarios y sindicatos. 

El gobierno debe proponer un sendero de tasas, dólar, gastos e impuestos coherentes entre sí. Esto es la base y no hay acuerdo de precios que funcione sin una macroeconomía razonable. Además, el Estado debe determinar los precios que maneja de forma coherente con esa política: si pretende una inflación de 20 por ciento, no puede dejar que el dólar suba a 40 pesos de un día para el otro, ni permitir que las tarifas estén dolarizadas. Bajo esa propuesta, y con un objetivo creíble de inflación, debe supervisar y promover la coordinación de empresas y sindicatos hacia valores de precios y salarios que suban menos pero que, en el caso de los salarios, no pierdan poder de compra (y en lo posible, ganen). Esto no requiere un pacto de una vez para la foto electoral, sino generar mecanismos de diálogo, regulares y permanentes, que permitan ir llevando a la economía argentina a un escenario de menor inflación que pueda sostenerse en el tiempo.   

* Economista e investigadora del ITE de la Fundación Germán Abdala. 


El debate que falta

Por Victoria Giarrizzo *

Hay problemas éticos que son muy sencillos de resolver. Sabemos que robar está mal, que mentir para vender un producto también, que evadir impuestos es incorrecto, que pagar una coima es ilícito. Que el empleo en negro es ilegal y el trabajo esclavo también. Pero hay cuestiones donde lo que es correcto e incorrecto se vuelve más difuso, especialmente cuando las normativas son laxas. Cuando se analizan los por qué de la inflación, mirando más allá de sus causas macroeconómicas, aparecen algunos de esos conflictos entre lo correcto e incorrecto. ¿Está bien que si sube el dólar una empresa aumente automáticamente los precios anticipando que podrían subirles algunos costos, aún cuando todavía no le subieron? ¿O que tomemos coberturas frente a posibles subas de precios que no ocurrieron? ¿Es correcto que una empresa cuyos costos no están completamente dolarizados cuando sube el dólar se comporte como si lo estuvieran y traslade el 100 por ciento del aumento a precios? 

¿Está bien que si aumenta el tipo de cambio y la empresa obtiene más ganancias exportando, suba los precios internos para ganar lo mismo localmente? ¿Es entendible que grandes empresarios aprovechen momentos de inestabilidad e incertidumbre para remarcar? ¿O que empresas concentradas suban los precios arbitrariamente haciendo valer su posición dominante de mercado? ¿Y que los bancos suban a niveles usureros las tasas de interés tanto para el productor como para la familia que acumula deudas, en momentos críticos de la economía? ¿Que los gremios presionen para obtener aumentos superiores a los que marca el IPC y los que negocian otros sectores? ¿O que los especuladores tengan libertad absoluta para actuar como quieran siendo que eso está poniendo en riesgo la estabilidad de una nación? 

Y preguntemos también: ¿hasta dónde es ético que el Banco Central defina una tasa de interés que no hace otra cosa que alentar la especulación, y obligarlo a emitir dinero para pagar intereses a especuladores que cuando tengan la posibilidad, ya sabemos que no dudarán en hundir al país si pueden con eso obtener mayores ganancias? 

En una encuesta realizada en septiembre de 2018 entre un grupo de 700 personas, en pleno proceso de aceleración de la inflación, dependiendo de la pregunta, entre el 87 y 95 por ciento de la gente contestó que le parecen mal todas esas prácticas. Sin embargo, no hay castigo legal, no hay castigo social y tampoco hay una discusión abierta sobre esos temas. En la Argentina de hoy todo eso está permitido. En el gobierno muchos sostienen que nada que la ley no prohíba está mal. Y el problema entonces es mayor: porque estamos avalando un modelo de producción estéril, despojado de objeciones valorativas y legales. 

Dirán los que participaron de algunas de las tantas bicicletas financieras que se permitieron en la Argentina en los últimos años, que no hicieron nada que estuviera prohibido. Pero quienes participaron, muchos hoy grandes críticos de este país, ¿reflexionaron sobre su cuota de responsabilidad en lo que le sucede a la Argentina? Lo mismo los funcionarios que dejaron espacio a esas acciones y más aún, que las justifican frente a la evidencia del daño que causan.

La historia económica mundial muestra que los procesos especulativos suelen terminar en crisis económicas con consecuencias sociales profundas, que terminan quebrantando los derechos humanos más básicos. La historia argentina está sobrada de ejemplos donde el accionar del capital financiero, protegido por un Estado que en vez de ponerle límites lo invita a fortalecerse, terminaron colapsando las capas sociales más vulnerables. 

Se habla mucho de que el problema de la inflación es la emisión de dinero para financiar a un Estado que destina buena parte de sus recursos a gasto social. Y se dirige la mirada hacia los desocupados o a quienes viven por debajo de la línea de pobreza que reciben un magro subsidio del Estado. En cambio, no se habla de los grandes actores de esta economía, que todos los días abusan de un Estado quebrado y lo exprimen. 

Son muchos los países que penan la especulación, incluso en la compra y venta de dólares, donde cualquier nación puede quedar desestabilizada frente a una corrida. Son muchos los países que regulan a las empresas cuando su accionar pone en riesgo el bienestar social. Argentina no. Y no hay tiempo para seguir postergando ese debate, que no es ideológico, sino de sentido común.

* Economista e Investigadora de la UBA.