El lunes 2 de octubre de 2018 fuimos con Raúl Zaffaroni a una reunión en la sede de Madres de Plaza de Mayo con Hebe de Bonafini, que nos aguardaba, con la voz quebrada y sola, al lado de una pequeña estufa, en su oficina, para hablar y asistirla jurídicamente ante la difícil situación que atraviesa su fundación y la Universidad de las Madres, que está intervenida y su sede central, en Plaza Congreso, a punto de ser desapoderada por la Justicia. Hebe lloraba. Ese mismo día le habían dejado de pagar el sueldo a su secretaria. Dijo que la poca plata que tenía la guardaba en un taper gris para pagarle a sus empleados. Estaba sola y se comportaba como se comportó siempre: con mucha dignidad. Con gran entereza. Pero con lágrimas en los ojos. 

Las Madres, que le han dado y siguen dando lecciones de moral e integridad a la sociedad entera, están punto de ser desapoderadas de su casa central por la Justicia, que les impugna el incumplimiento del cargo de la donación del Banco Nación del edificio en que se constituye su sede central, que exige dos cláusulas concretas: que el edificio funcione como universidad y que la Fundación promueva el respeto de los derechos humanos. La universidad está intervenida por el Gobierno y ya convertida en un Instituto (Instituto Universitario Nacional de Derechos Humanos, Madres de Plaza de Mayo. (IUNMa, dependiente directo del Ministerio de Justicia de la Nación, como parte de su organigrama, con su autonomía funcional vaciada). Esto conduce, por un vericueto legal, a presentar tal cambio como una forma de incumplimiento del cargo de la donación de un inmueble. Esta maniobra (legal en apariencia, pero cuyo móvil es ostensiblemente injusto y artero) conduce a desapoderar a las Madres de su casa central, con las múltiples implicancias simbólicas y materiales de tal desalojo. Un paso más en el desmantelamiento y amedrentamiento de los espacios de derechos humanos, como el cierre o el desfinanciamiento progresivo de oficinas (el Banco Central cerró su oficina dedicada a los Derechos Humanos, al tiempo que abrió oficinas para delegaciones del FMI, en un traspaso elocuente, que habla solo) y espacios dedicados en diversas instituciones y lugares públicos a la Memoria. El amedrentamiento a las Madres no es un hecho judicial aislado. Además de un atropello a la historia argentina, es una política que recorta garantías y centra en los “derechos humanos” su principal enemigo simbólico. En tiempos de ajuste y miseria planificada, todo defensor de derechos humanos es percibido como un “enemigo”. Y las Madres, que hablan desde el corazón para preservar la memoria y para preservar a los chicos de hoy del hambre y el olvido, son situadas en ese lugar por el actual gobierno. Como “enemigas”. Hebe no usa eufemismos. Tiene un mérito que la política en general no tiene. Habla claro. 

Ya en la reunión de octubre, junto a un joven abogado de la fundación, Hebe nos dijo a Zaffaroni y a mí: “vienen por el archivo, pero yo no se los voy a dar, tenemos que hacer algo, tienen que ayudarme, yo ya no se qué hacer”, repetía, con la mirada de angustia y un carilina con el que se secaba las lágrimas y que tenía apretado en la mano. A Hebe lo que más le preocupaba entonces de la intervención era que los archivos de las Madres corrieran peligro, terminaran en las manos equivocadas: las manos de los cómplices de la dictadura. No pueden, los archivos de las Madres, quedar en esas manos, manos que han contribuido, por el contrario, a sostener los pactos de silencio que las Madres siempre han querido romper. Las Madres han luchado y luchan, preservando esos archivos de quienes dicen querer “inventariarlos”, contra la impunidad y el vaciamiento simbólico y material de los derechos humanos. Las Madres luchan, ayer, como hoy, por sostener en pie lo más digno que tiene nuestra democracia. La memoria de las Madres. Su ejemplo. Su dignidad inquebrantable y definitiva. Su ejemplo. 

* UBA-Conicet, director del Tribunal Experimental en Derechos Humanos Rodolfo Ortega Peña (UNLa).