I.

Una se confiesa,

una se peca,

una se absuelve,

una se condena a volverse a pecar

hasta que el pecado se disuelva en su propia esencia.

 

II.

No sé  por qué se produce en mí esta especie de sepia sobre el dibujo a la tinta cuando te cuento que tuve perras y tuve gatas, pero ahora tengo calabazas jugando en el patio.

 

III.

De pronto algo bermellón, una noticia, un número, un pensamiento, redondos, se apoderan de mi carne y de mis huesos. Sé que tengo una casa con jardín, donde, como por arte de magia, se inclinan las enredaderas. Hay más de un millar de hojas pegadas en las paredes,

naciendo

y renaciendo sin cansarse.

 

IV.

Sé también que tengo mucho más por contarle a tu segunda persona.

Dando vueltas más allá del tiempo, hacia todos los rumbos, todos los crepúsculos, hago lo que siempre me había parecido imposible.

 

V.

Esfumino el recuerdo de mi primer pecado y la creación de otro pecado tiene lugar en este mismo instante. Al mismo tiempo, vos podés encender lo que nos permite vivir en mundos donde los pecados tienen tamaño sobrenatural. No será ésta la única invención que se pare sobre sus dos patas.

 

VI.

Nos ponemos a jugar a ser nosotros, antes de que fuéramos una presencia física. También enviamos mensajes a quienes seremos en el futuro, "hemos nacido", anunciamos, "no del todo, pero nos hemos prometido ser la razón de nuestro existir". Los que fuimos otean el horizonte. Somos los recién nacidos de cada instante. Traemos bajo el brazo el pan del pecado original. Cada cual en su tiempo y en su espacio. Cada cual con su primera persona que luego nombrará la segunda persona que luego creará la primera del plural.

 

VII.

En el fondo de la cazuela, jazmines, azúcares, calabaza y estrella federal. Tácitamente aparece la tarde segura de haber estado cocinando a fuego lento el sexo de los dos para siempre, en una mesopotámica belleza, aguda y perfumada, esdrújula y violeta, casi sed, casi mano firme, movediza, firme, movediza, movediza, movediza, firme, firme, como cuando empezó todo, desde el comienzo, la apoteosis del pecado bajo el brazo que ahora esconde su cabecita bajo las alas.

 

VIII.

Esa luz también está en vos,

como un siempre-sí-siempre,

tres veces luz siempre,

luz sí,

luz siempre.

Mostrame tu lucecita, aunque bien podrían ser los ojos y la lengua.

Y me mirás las cejas, las sienes, la frente, la nariz, las orejas.

Los brazos extendidos.

Los pensamientos naciendo y renaciendo sin cansarse.

Tu segunda persona es mi primera persona, y mi primera persona es tu segunda persona.

 

IX.

Yo únicamente sé que se me contagia ese poder político de diosa mesopotámica cuajada y parada en el fruto irreal de su propia imaginación.

Yo únicamente sé sobre la cara de la mariposa con una luna encendida en mitad de la boca.

 

X.

Y me niego a no decir esto no es mentira, esto no es verdad, esto no es poesía, esto no es pecado, esto no es resurrección, porque esto no es el esqueleto de un poema, la mano de un dios que mendiga, los huesos de una tormenta, la cabellera larga de un sueño.

 

XI.

Vos decís que verdades y mentiras pueden encontrarse en todas partes, en la cantidad que cada uno las quiera. Pero qué divino, qué divino poder pecarse, recrearse, materializarse, desmaterializarse. Lo agradecés y lo agradezco infinitamente, en mi nombre, en tu nombre, en nombre de todos los que fuimos y seremos.

 

XII.

La noche bajo el manto de mi sexo se santigua.

Tu lengua junta los panes y los peces.

Mis dedos encienden el cirio.

Los conejos van y vienen de alfa a omega.

Qué manera de resucitar, de resucitar…  

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