Quienes vivieron la experiencia preelectoral de 2017 podían intuir que en 2019 el macrismo trataría de repetir la receta ganadora. Hace apenas un mes, en este mismo espacio, se publicaron las tres principales estrategias: sostener a capa y espada, mejor dicho con las divisas del FMI, el valor del dólar como ancla inflacionaria, utilizar los fondos del sistema previsional para otorgar créditos equivalentes a varios salarios y sostener la persecución judicial a la oposición. El objetivo de estas estrategias era estabilizar la macroeconomía luego de la tormenta disparada por el corte del crédito externo, generar una percepción de falsa bonanza con pico en octubre y, por último, que la población crea que el gobierno puede ser malo, pero que los opositores son peores. Es atendible que las recetas ganadoras no se cambien, el problema es que el contexto cambió, empeoró radicalmente.

La estrategia del lawfare no se abandonará, pero el destape de la relación delictual entre los servicios de inteligencia, representantes calificados de la prensa hegemónica y el mismísimo juzgado que lleva adelante el grueso de las causas armadas contra la oposición hirieron de muerte la credibilidad de los procesos. A ello se sumó que el Poder Judicial huele con antelación los cambios de poder. El derrumbe de la economía macrista acelera los tiempos. Muchos magistrados ya sienten en sus caras que el viento sopla desde otro cuadrante. Intuyen que sus carreras podrían verse severamente afectadas si persisten en la asociación ilícita de la persecución política. Se verán los últimos coletazos, pero la capacidad de fuego de la guerra jurídica ya no será la misma. La mitad de la pólvora se gastó antes de tiempo y la otra mitad está mojada.

El punto que se mantiene cabalmente en pie es que el gobierno se juega su sostenibilidad en el precio del dólar. Ya no tiene margen para mega devaluaciones desastrosas como la de 2018. Para su alivio llegó la plata del FMI para volcar dólares al mercado y tras el último pico de 45 pesos por unidad el Banco Central decidió congelar la banda de flotación. Por ahora la estrategia dio resultado. La divisa bajó un escalón y volvió a situarse por debajo de los 43. 

El oficialismo reincide así en una estrategia clásica de la historia económica local: anclar el tipo de cambio como herramienta de estabilización. Claramente decidir el precio del dólar es potestad de la política económica, pero hay que contar con los dólares para sostener el precio elegido. Por ahora la demanda de divisas se mantiene reprimida con una supertasa de interés. El riesgo, una vez más, es la trampa de la revaluación. Quienes comprenden el funcionamiento de la economía saben que se trata de un instrumento transitorio que, dados los magros números de las exportaciones en relación al Producto, demanda una permanente entrada de capitales, principalmente vía deuda. La herramienta funciona siempre hasta el punto en que la deuda se corta. No hay aquí nada nuevo bajo el sol.

La tercera herramienta, siempre siguiendo el modelo 2017, son los créditos de la Anses. La ministra Carolina Stanley anunció el miércoles que incluso hasta se podrán tomar préstamos para refinanciar los otorgados en 2017, lo cual pone en primer plano el cortoplacismo de esta clase de medidas. También dijo, como presunta buena noticia, que los créditos no superarían la tasa del 50 por ciento anual. En pocas palabras se hace con la población lo mismo que la economía: endeudarla y patear la pelota para adelante. El objetivo es calmar la furia. Hasta se anunciaron 10 mil créditos para la compra de viviendas para quienes puedan acceder vía Procrear. Si todo va súper bien, al millón de viviendas prometidos en la campaña de 2015 se le cayeron dos dígitos.

Hasta aquí, sin embargo, no hay mayores cambios respecto de lo que se preveía. Lo nuevo surgió a partir del nuevo pico del 4,7 por ciento de la inflación de marzo, que llegó a 6,0 en alimentos. El aumento del descontento por el fuerte deterioro del consumo corre en paralelo con el derrumbe de la imagen presidencial. Si el objetivo original era sacar a la economía de la campaña, la economía se coló por todos lados. El tremendo fracaso de la política antiinflacionaria del gobierno desconcertó a los propios. En la misma conferencia del miércoles el delegado del FMI para la política económica, Nicolás Dujovne, reconoció que la disparada inflacionaria fue producto de la alteración de dos de los principales precios relativos, el dólar y las tarifas. Se trató de una verdadera capitulación teórica. Hasta Guido Sandleris había dicho en febrero que la aceleración de la inflación se debía a una recomposición de márgenes empresariales. En otras palabras, como la teoría que emplean no funciona avanzan a tientas en la niebla. La política monetaria es ultra restrictiva, el déficit fiscal primario se reduce, pero la inflación vuela. Debe ser duro para los creyentes en serio en los postulados del mainstream, que seguramente los hay.

En este nuevo marco de capitulación teórica, el Gobierno decidió tomar medidas acordes que le den “un alivio” a quienes “están poniendo el hombro sin especular” para que “avancen los cambios estructurales”. Dicho de manera rápida: medidas que alivien la situación de los más castigados por el modelo económico con el argumento de que sólo se llega al paraíso sacrificando el presente, gran mentira económica si las hay, a la vez que triunfo provisorio del marketing político. Lo notable es que las medidas que “alivian” serían esas que ayer tanto se criticaron, como intentar algún acuerdo de precios. Y lo también notable fue que el delegado del FMI aseguró que no serán necesarios los controles sobre el cumplimiento de los acuerdos dado que se habría alcanzado un “pacto de caballeros” con las empresas de alimentos. Como todo el mundo sabe, los pactos de caballeros hacen a la esencia del funcionamiento del capitalismo realmente existente... bueno, no, pero el delegado Dujovne así lo explicó.

Además, el “nuevo” diagnóstico de que la inflación es un fenómeno de precios relativos también trajo la idea de que no estaría mal frenar un poco los aumentos de tarifas. Pero nada de bajarlas, el objetivo es “aplanarlas”, posponer para el verano los pagos de picos de consumo invernal y dejar algunos aumentos de transporte para más adelante. 

Como en 2017 la idea se resume en patear todo para después de octubre. La diferencia respecto a dos años atrás es que ahora todos conocen la estrategia, existe la restricción del FMI; los recursos, las esperanzas y la credibilidad son menores y finamente “el día después” de las elecciones será explosivo, una bomba que nadie sabe cuándo estallará, pero que todos saben que está allí.