En cuatro horas podés ver una serie, hacer un postgrado, terminar una biblioteca en taller de carpintería, leer un libro, correr, arreglar la moto, hacer changas, trabajar, tuitear, tomar una cerveza con tus amigas, tener sexo, patinar con tu hija, tejer, dormir, escuchar música, escribir, mirar Instagram, merendar en un bar a cielo abierto, tomar clases de boxeo, retomar clases de yoga o poner una mesa de metegol en el living. Sin embargo, todo el goce se diluye en esas cuatro horas que no son dedicadas a disfrutar, pavear, ejercitarse o charlar, sino en realizar tareas domésticas. El peso no es solo el peso de fregar platos o limpiar el vómito de les hijes sobre el piso (¿por qué nunca llegan al baño?), preparar la cena todas las noches con lo que hay (o no hay y es cada vez más caro), lavar la ropa o descolgarla cuando llueve. El mayor peso es que la balanza está desbalanceada: las mujeres hacen más porque los varones hacen menos. Las mujeres cumplen más porque los varones disfrutan más. Las mujeres disfrutan menos porque los varones cumplen menos. Y así. Grrrrrrr. 

La injusticia no se barre debajo de la mesa. Aquí están, estos son, los datos para la revolución doméstica: en siete de cada diez hogares donde conviven parejas ellas se hacen cargo de las tareas domésticas y le dedican cuatro horas semanales más que sus maridos, novios, amigos con derechos (pero sin obligaciones de limpieza) o concubinos, según un estudio de Opinaia, realizado en diciembre del 2018 y difundido el 21 de marzo del 2019, que resalta una verdad que no necesita ser trapeada para que quede clara: las principales responsables de la limpieza del hogar son mujeres. Y solo el 37 por ciento de los hombres realiza estas tareas a diario. Cuentas claras no conservan la amistad: por lo tanto el 63 por ciento no lava, plancha, revisa cuadernos, baña o hace las compras (con el estrés adicional de la crisis, la inflación y el aumento del dólar). 

En un ranking mundial de pasarle el dedo al polvo para ver quién le dedica más horas a la limpieza los argentinos son los que más tiempo invierten en la limpieza del hogar, según un informe de Global Home Index de 2017. Pero, en realidad, no son los argentinos. Y no por una cuestión de lenguaje inclusivo, sino por la exclusión de la democracia hogareña. La brecha de género se hace sentir. Al ritmo de la industria japonesa del orden hay una gran valorización de la limpieza con la ropa sucia afuera, los placardes acomodados según el invierno y el verano (aunque el tiempo esté desacomodado) y los platos guardados antes de volver a trabajar y encontrar restos de arqueología gastronómica. El 97 por ciento de los encuestados afirma que la limpieza del hogar es importante; el 72 por ciento que la calidad de vida está relacionada con la limpieza y el 71 por ciento que duermen mejor si no hay migas en la cama o las toallas están colgadas del perchero en el baño (y no tiradas en el piso). Además, la vida social influye en la aspiradora o al revés, a más aspiradora, más risas compartidas. Pero en el estudio dicen que en el 50 por ciento de los hogares muy limpios sus dueños/as o locataries reciben visitas de parientes y amigues. El problema es quién pase la escoba, lave el mantel con el vino derramado o va a comprar el queso para picar antes de la cena. En promedio las mujeres dedican cuatro horas semanales más que los varones en la limpieza del hogar. El 70 por ciento de las mujeres realiza siete o más tareas de limpieza del hogar (otra que Blancanieves y los siete enanitos, estas son las siete tareas nada pequeñas) por semana, mientras que sólo el 46 por ciento de los hombres llega a esa misma cifra. El 50 por ciento de las mujeres realiza tareas de limpieza hogareña a diario, mientras que sólo el 37 por ciento de los hombres limpia diariamente.

Otras cifras de la radiografía sobre tareas domésticas de Opinaia es que el 50 por ciento de las mujeres realiza tareas de limpieza hogareña a diario (limpiar los baños, lavar los platos, lavar la ropa y limpiar la cocina), mientras que sólo el 37 por ciento de los hombres limpia rutinariamente. Pero, por supuesto, ir a buscar cerveza o bajar al chino tiene más adeptos que fregar las cacerolas con virulana o darle al inodoro con la escobilla. “En las tareas de limpieza consideradas las más importantes o dificultosas, la brecha de trabajo es mayor: limpiar los baños presenta una brecha de 24 puntos, mientras que limpiar los pisos y la cocina presentan una brecha de 19 y 18 puntos respectivamente. En promedio se observó que las mujeres dedican casi 13 horas semanales a realizar tareas de limpieza del hogar, mientras que los hombres apenas superan las 8 horas por semana. Las mujeres dedican más de 4 horas semanales por sobre los varones a la limpieza del hogar, lo que representa casi 20 horas al mes”, destaca la investigación. 

Además, en el 73 por ciento de los hogares las mujeres se hacen cargo mayormente de las tareas de limpieza del hogar. Al analizar la brecha en la realización de las diversas actividades, se encuentra que por cada 100 mujeres que efectivamente realizan las tareas, sólo 66 hombres limpian el baño, 67 lavan la ropa, 69 limpian los muebles, 72 pasan un trapo al piso, 74 planchan la ropa, 74 dejan sin restos de comida la cocina, 79 barren o sacan las migas de la casa, 81 limpian la heladera y 81 lavan los platos. 

En el término de una semana el 92 por ciento de las mujeres lava la ropa (mientras que solo prende el lavarropas el 68 por ciento de los hombres); el 86 por ciento de las mujeres limpia los baños (el 62 por ciento se anima a enfrentar el inodoro, el bidet y la bañera); el 85 por ciento de las mujeres limpia los pisos contra un 66 por ciento de los hombres y el 91 por ciento de las mujeres también realiza tareas de limpieza de la cocina frente a un 73 por ciento de los hombres que pasa un limpiador por la hornalla o la parte de arriba del microondas. 

El estudio cita el libro Economía Feminista, de la doctora en Economía Mercedes D’Alessandro que plantea que las tareas domésticas son imprescindibles pero suelen ser menos valoradas social y económicamente que el trabajo pago. Esta diferencia de apreciación genera una de las mayores fuentes de desigualdad entre varones y mujeres: al ser ellas quienes tradicionalmente dedican más esfuerzo a esto disponen de menos tiempo para estudiar, formarse y trabajar fuera del hogar.