“Me duele respirar”, dijo Álvaro Conrado, de 15 años, cuando cayó herido de un balazo en la garganta por un francotirador, el 20 de abril de 2018. Conrado fue el primer adolescente que murió durante las protestas en Nicaragua contra el régimen del presidente Daniel Ortega. El inventario de la represión es más doloroso aún: más de 400 muertos, 800 presos políticos y 23 mil exiliados en Costa Rica, sin contar otros países centroamericanos, Estados Unidos o los países europeos. “¿Cómo puedo ponerme a escribir ficción si lo que está ocurriendo aquí es tan real?”, se preguntó entonces Sergio Ramírez. Al escritor nicaragüense le duele mucho Nicaragua, el país donde fue revolucionario sandinista y vicepresidente entre 1984 y 1990, hasta que el desencanto por la deriva autoritaria lo distanció de la arena política para volver a la literatura y devenir una voz crítica. El autor de Ya nadie llora por mí (Alfaguara), segunda novela negra protagonizada por Dolores Morales, un ex guerrillero que se convirtió en investigador privado, se presentará hoy a las 18.30 en la 45° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, en un diálogo con Matilde Sánchez (sala Tulio Halperin Donghi).

   Hace un año Ramírez le dedicaba el Premio Cervantes “a la memoria de los nicaragüenses que en los últimos días han sido asesinados en las calles por reclamar justicia y democracia, y a los miles de jóvenes que siguen luchando sin más armas que sus ideales, porque Nicaragua vuelva a ser República”. El autor de Sombras nada más, Mil y una muertes y Sara, entre otras novelas, confirma a PáginaI12 que la naturaleza de la situación en su país es la misma, aunque han cambiado las circunstancias. “El objetivo de recuperar la democracia no se ha cumplido; el régimen de Ortega ha venido desarrollando la política de ganar tiempo para no realizar las demandas de elecciones justas, libres, democráticas; que los presos políticos, que son más de 800, vuelvan a sus casas; que los exiliados puedan regresar con todas las garantías; que se restablezcan las libertades democráticas de opinión y de manifestación -advierte el escritor nicaragüense-. El régimen busca ganar tiempo y espacios para poder llegar a 2021 y hacer una farsa de elecciones y seguir adelante. Eso me parece un poco surrealista porque el país no es el mismo. La demanda por la transformación democrática es radical. Tarde o temprano estos cambios van a darse; la forma en que van a darse es lo que aún no puedo decir”.

–¿En qué sentido la sociedad no es la misma?

–Hay una conciencia cívica de lo que el país no quiere. Quizá lo que no está muy claro es lo que el país quiere, un programa político de manera expresa, aunque exista de manera tácita. Lo que el país no quiere es una familia reinante, no quiere elecciones falsificadas, no quiere falta de libertades públicas, no quiere una desigualdad económica tan abismal como la que existe. La sociedad quiere democracia, libertad, justicia, reparación de los crímenes cometidos; esta es una base de sustento común para distintos sectores de la sociedad. La inmensa mayoría de la sociedad sabe lo que no quiere y ahora lo que quiere va a ser definido a través del programa político de las fuerzas que se presenten a elecciones en un contexto verdaderamente democrático. Lo que vislumbro es una concertación de fuerzas alrededor de un programa común, donde las bases sigan siendo justicia, libertad y democracia.

–¿Por qué decidiste quedarte en Nicaragua, a diferencia de otros compatriotas que se han exiliado?

–Durante la dictadura de Somoza yo viví catorce años en el exilio, y no quería repetir esa experiencia. Me propuse aguantar hasta donde fuera posible dentro de Nicaragua. El peor castigo para un escritor es el exilio forzado. Un segundo exilio lo veía como destructivo. Mi posición sigue siendo quedarme en Nicaragua y seguir siendo lo que he pretendido ser: un escritor con una voz crítica.

–A propósito de tu última novela, Ya nadie llora por mí, ¿la novela negra es el género ideal para reflejar la situación de corrupción política en Nicaragua?

–La novela negra es un buen método para enfocar una situación como la que ocurre en Nicaragua. La novela tiene que liberarse de cualquier carga que la aleje de su propio campo. No es tarea de la novela hacer una crónica de lo que ocurre hoy. La novela es un asunto del pasado, de manera que uno no puede aspirar a usar la novela para hacer una crónica contemporánea de asuntos que todavía no están resueltos. Eso es campo del reportaje periodístico y del ensayo analítico. La novela negra es una buena manera de tomar distancia de los acontecimientos y poder narrar ese pasado inmediato sin hacer un compromiso político explícito con los hechos. No hay que usar la novela como un arma política porque la novela no sirve para eso.