Existe un viejo debate, especialmente al interior del kirchnerismo, sobre si es la política la que conduce la economía o es al revés. La respuesta parece obvia. Conduce la política. Sin embargo las restricciones económicas también existen y algunas de ellas son insalvables. Siempre hablando desde categorías simplificadas un ortodoxo considerará, equivocadamente, que el límite es fiscal, mientras que un heterodoxo sabrá que, especialmente en las economías no desarrolladas, el límite es externo. 

Dicho de manera rápida, la voluntad política está cercada por la restricción externa. Como la mayoría de los lectores de este espacio ya saben esa restricción se expresa en la escasez relativa de dólares. Lo repetimos porque es necesario para la exposición, pero también porque es lo que en otros espacios no se dice. 

Cuando la economía crece partiendo desde una situación externa –de cuenta corriente– superavitaria, llega un momento que, dada la estructura productiva local, las importaciones crecen mucho más rápido que las exportaciones y la economía se queda sin dólares. El problema se resuelve de fondo por la vía del cambio de la estructura productiva, es decir del desarrollo, aumentar exportaciones y/o sustituir importaciones. Pero también puede resolverse estructuralmente por la vía del endeudamiento, que puede ser directo, colocando deuda, o atrayendo dólares ofreciendo un diferencial de tasas más o menos suculento que dinamice el también famoso carry trade o bicicleta financiera.

Los endeudamientos directos e indirectos no son malos en sí mismos, son una herramienta para no sufrir los efectos de la restricción externa. Estos efectos son bien concretos, cuando la economía se queda sin dólares el crecimiento se frena. En la economía real el freno se debe a que no alcanzan los dólares para cubrir las importaciones de insumos y/o hacer frente al conjunto de la demanda de divisas. Por el lado financiero (la separación entre economía real y financiera es sólo analítica) esto se manifiesta en la imposibilidad de sostener el nivel del tipo de cambio debido a que la demanda es superior a la oferta (recordemos que hay déficit de cuenta corriente). Si el dólar sube, lo que es lo mismo que decir que el peso se deprecia, se desata un proceso inflacionario que reduce salarios y hacer caer al resto de los componentes de la demanda agregada, empezando por el consumo y siguiendo por la inversión. Es un verdadero círculo vicioso, el multiplicador keynesiano trabajando a la baja y contrayendo la economía.

Todo lo expuesto es una suerte de modelización pura. En 2015 se sabía que la economía tenía un problema de falta de dólares que había comenzado al menos tres años antes. A esta altura se conoce que el macrismo lo solucionó exclusivamente por las vías de lo que acaba de definirse como endeudamiento directo e indirecto. El principal problema es que como la planificación no está en su ADN se pensó que la tarea inversora sería inducida por la fuerzas del libremercado. La inversión vendría de afuera y los actores de adentro los imitarían provocando un boom inversor, la malograda “lluvia de inversiones” que jamás sucedió. Las causas de la promesa incumplida deben buscarse en los movimientos de los grandes agregados macroeconómicos, entre ellos la inversión y la inflación, los que no se comportan como creen los economistas cambiemitas.

En 2016, los recién llegados economistas del régimen decían que el nuevo modelo económico reemplazaría al Consumo por la Inversión como el principal componente que traccionaría de la Demanda Agregada y con ella el crecimiento. Sin detenerse en la explicación del error teórico de la afirmación, ya que en economías no planificadas la inversión es una función de la evolución del PIB, lo cierto es que nada de ello ocurrió. Lo que sí sucedió es que el gobierno tornó permanentes los endeudamientos directos e indirectos, medidas que por su naturaleza deben ser transitorias. Con ello, preparó su propia trampa de insustentabilidad.

Vale repasar la secuencia de los hechos porque es corta y muy clara. La llegada de Mauricio Macri fue recibida con gran algarabía por los mercados financieros internacionales. Se trataba del arribo de una nueva administración “amistosa con los mercados” que había batido en las urnas, aunque sea por un magro margen, al llamado populismo. Era el comienzo de la consolidación de un cambio de tendencia en la región. El pago sin chistar a los fondos buitre, una verdadera capitulación negociadora, reabrió las puertas para el endeudamiento. La toma de deuda fue desaforada durante 2016 y 2017, cerca de 100 mil millones de dólares con acreedores privados. Sin embargo, ya a fines de 2017 la misma prensa que había alentado el regreso de los inversores financieros a la Argentina comenzó a advertir que el país no tenía la misma capacidad de repago que otro país que por entonces colocaba tanta deuda como Argentina: Arabia Saudita. Tras el exceso de entusiasmo sonaron las voces de alarma. Conocedor de su paño el por entonces ministro de Finanzas, Luis Caputo, se apuró a colocar deuda en enero y febrero de 2018, pero a partir de marzo los flujos voluntarios a la Argentina se cortaron.

Tras la larga corrida cambiaria de marzo y abril, que no se detendría hasta septiembre, el gobierno tomó la infausta decisión de regresar al FMI, el salvavidas geopolítico que le tiró el socio estadounidense para evitar el derrumbe de un gobierno amigo. Para los inversores el regreso al Fondo, con un préstamo stand-by de 50 mil millones de dólares extendido luego a 57.600  millones, provocó el resultado contrario al esperado. Fue la señal de que la economía Argentina se encontraba peor de lo que se creía. Los grandes fondos de inversión comenzaron a salir del país. Los más informados, se sospecha que con inside information, fueron los primeros en deshacerse de las valorizadas Lebac y salir con el dólar a 20 pesos. Los menos advertidos salieron con el dólar a 40. En adelante la decisión de salir estaba tomada, de lo que se trataría es de minimizar pérdidas. Los picos de riesgo país a más de 1000 puntos y de dólar a 47,50 del pasado jueves expresaron un fenómeno de puerta 12 en la salida. En la última semana en Wall Street los títulos y acciones argentinas se derrumbaron, rápidamente los inversores descubrieron que podrían tener mucho para perder con una salida desordenada. Si se quieren llevar los dólares del FMI y de las reservas internacionales del Banco Central deberán actuar con más cautela. 

La única certeza que queda es que el gobierno ya no controla las variables y que ello sucede porque no hay incentivos para la oferta de dólares (liquidación de exportaciones) ni freno a la demanda (restricciones a la salida de capitales). El problema no es político, es económico.