La realidad parecía ficción cuando la intervenía con su escritura, con esa mirada con la que podía examinarse a sí mismo y observar con una lucidez excepcional a los demás. La ficción parecía demasiado real en varias novelas en las que perseguía el secreto anhelo de desmontar la compleja trama de la realidad y £volver imperceptible la oposición binaria entre lo real y lo imaginario. El escritor rosarino Juan Martini, autor de notables novelas de la literatura argentina como La vida entera y las protagonizadas por Juan Minelli, Composición de lugar, El fantasma imperfecto, La construcción del héroe y El enigma de la realidad murió el sábado a los 75 años.

Martini --nacido en Rosario el 13 de febrero de 1944-- comenzó a escribir en la adolescencia; primero poemas, bajo el influjo de Bécquer, Nervo y Espronceda, y luego cuentos, motivado por las lecturas de Poe, Twain y Quiroga. Entre 1964 y 1968 dirigió la revista Setecientosmonos, en la que participó Nicolás Rosa como codirector. Publicó su primer libro de relatos El último de los onas (1969) y luego otro también de cuentos, Pequeños cazadores (1972). Antes de exiliarse en Barcelona, donde vivió entre 1975 y 1984, salió su primera novela policial, El agua en los pulmones (1973). En esa ciudad trabajó como editor del sello Bruguera, editorial donde publicó otra novela policial, El cerco, y también La vida entera, prologada por Julio Cortázar y reeditada por Eudeba en 2016. “Leer esta novela ha sido para mí como soñarla", admitía Cortázar en el prólogo. "Al igual que en tantos sueños que se inician dentro de un clima y de un territorio perfectamente realistas para resbalar poco a poco hacia otras dimensiones donde todo es posible y aceptable, mi lectura me fue llevando de las secuencias habituales a los enlaces insólitos, de la anécdota al vértigo; cuando me di cuenta (como a veces en los sueños, sin poder hacer nada para evitarlo) ya estaba en un mundo donde la verdad y la belleza y sobre todo la humanidad no necesitaban de la lógica para hincarse en el lector como se hincan algunos de esos sueños que ya no olvidaremos nunca”.

El escritor --que fue director editorial de Alfaguara-- estaba cada vez más convencido de que las películas y las novelas tienen su fundamento en la mirada, aunque también apelen a otro tipo de soportes. “La mirada juega un papel principal, no solamente en las novelas sino en la sociedad en la que vivimos, donde estamos mirando la vida de los otros, desde los realities hasta lo que se te ocurra, y somos mirados y espiados todo el tiempo. Es raro que en cualquier patio o negocio no haya varias cámaras que nos estén vigilando. Mirar al otro sin que se dé cuenta es casi el principio de empezar a espiar”, decía Martini en una entrevista con Página/12 por la edición de la primera novela de la trilogía Cine (Eterna Cadencia).

El protagonista de Cine, Sivori, es un director de cine que comienza a espiar a su nueva vecina, Pina Bosch, traductora de alemán que está trabajando con un libro de cuentos de Robert Walser, adicta a las drogas, anoréxica y bisexual. Aunque nunca fue peronista y no quiere hacer otra película más sobre Eva Duarte, a pesar de ese “hay que cortarla con el peronismo”, tantas veces escuchado por ahí, de la idolatría partidaria o el desprecio gorila, del mito que oculta al mito, de sus propias dudas y apenas un par de certezas --no quiere filmar una biografía ni un documental--, Sivori sucumbe ante el fogonazo de una frase que imagina en boca de Eva: “Nunca más me llames así”.

El autor de La máquina de escribir (1996), El autor intelectual (2000), Puerto Apache (2002) y Colonia (2004) reconocía la seducción que ejercía la figura de Eva Perón. “No soy ni fui peronista, tuve acercamientos en el 73 típicos de la época, al haber votado a Cámpora, pero Eva es un personaje que siempre me puede. No es la primera vez que aparece en mis libros. En La máquina de escribir hay un capítulo que se llama 'La inmortalidad', en el que ella deja a Perón, harta de sus infidelidades. En La construcción del héroe hay un personaje que se llama Beba Obregón, que anda regalando tapados de piel a las chicas que trabajan de noche, y también aparece en La vida entera. Cuando me pongo a trabajar con Eva desde la ficción, me puede. Más allá de todo lo que se quiera decir, que era caprichosa, arbitraria, resentida; aunque todo eso fuera cierto, había algo profundamente legítimo en la relación de Eva con la gente, una voluntad que está más allá de toda frivolidad, una voluntad de transformación social", admitía Martini. "Perón no, pero Eva me puede”.

Ganó la Beca Guggenheim en 1986, el premio Municipal de Literatura en 1990 y el Premio Boris Vian en 1991, entre otros reconocimientos. Rosario Express, el libro de cuentos que publicó en 2007, se lo dedicó a Roberto “el Negro” Fontanarrosa, su “amigo del alma”. “El personaje de la película de Las invasiones bárbaras le dice a otro, creo que es a la novia de su hijo, que se reprocha no haber dejado una huella de su paso por el mundo", recordaba el escritor. "Y da un par de ejemplos, y entre ellos dice 'haber escrito un libro', aunque no importara lo que pasa con ese libro. Haberlo escrito, haber dejado una huella de ese paso por el mundo”. Martini dejó la huella de una gran obra, las inscripciones de un novelista que construía “artefactos” policiales, la saga de las novelas de Minelli o las novelas de Sivori para romper esos artefactos y repensar los descentramientos y desvíos de la lengua.