Hay tantos retratos de Alberto “el Viejo” Breccia como interlocutores tuvo a lo largo de su vida. Aún más, hay tantos retratos suyos como entrevistas dio a lo largo de su carrera. En esa suerte de collage de voces en torno a su figura asoman los recortes y contradicciones, a veces propiciados por él mismo. 

La historia dura dice que nació en Uruguay, aunque hizo toda su obra en la Argentina. Es de esos talentos que el país “nacionaliza” un poco sin preguntar. Empezó a publicar en una revista de Mataderos (donde trabajaba en un frigorífico). Allí dibujaba las tapas. Su primer trabajo profesional fue en 1939 para la editorial Lainez. Esos dibujos aparecían en la revista Tit-bits, por ejemplo. Pero no es una etapa que recordara con cariño. Al menos no en público y ante un grabador, porque su nieto Mariano Buscaglia cuenta que recorría los stands del Parque Rivadavia buscando números para su colección de la revista. Con frecuencia Breccia renegó de su obra en esa primera etapa formativa. Eran páginas para llenar la olla y el Viejo oscilaba en sus entrevistas entre defender la idea de la historieta como simple oficio o ensalzarla como arte.

Su primer gran salto cualitativo se dio al trabajar con Héctor Germán Oesterheld. No sólo por los guiones del cocreador de El Eternauta, sino porque fue uno de los primeros momentos en los que empezó a “soltar” la mano y probar cosas que el grafismo más convencional de las editoriales anteriores le impedían por mera lógica comercial. No es casual que para muchos la auténtica obra maestra de HGO no sea El Eternauta con Francisco Solano López, sino Mort Cinder, que realizó junto al Viejo.

Breccia solía destacar varios pasajes de su carrera, pero no siempre desde lo artístico. Por ejemplo, recordaba con frecuencia los años de malaria en que gran parte de lo poco que ganaba con sus páginas debía invertirlo en más tinta y papel, y que con su esposa sólo comían un vaso de leche y un alfajor. Gran parte de estos relatos que el propio Breccia hacía de su vida están reunidos en el extenso libro-entrevista Breccia, el viejo que le realizó Juan Sasturain (quien, además, fue su yerno durante un buen trecho y con quien creó Perramus). 

Su segundo gran salto cualitativo lo experimentó cuando, ya respetado y publicado, dejó de lado al editor como destinatario de su obra y pasó a producir según su propio interés y búsqueda artística. Gran parte de la exposición en la Casa Nacional del Bicentenario se concentra justamente en esta etapa de búsqueda plástica y narrativa de vanguardia.