Al principio lo que hubo fue malhumor. Hay que decirlo, un malhumor agobiante tanto como el espacio que nos dejaban para encontrarnos entre nosotras, para festejarnos, para pelar tetas. El problema no es que estuviera lleno de tipos, el problema fue que esos tipos se habían apoltronado al menos desde una hora antes en el mismo espacio en el que había sido convocado el #Tetazo y entonces no dejaban circular, ni siquiera levantar los brazos para sacarse la remera. Ahí al acecho, en cuanto veían una teta desprevenida iban al ataque de su roce “sin querer”, mano muerta conocida por quienes viajan en transporte público, antes de esa alianza tácita entre minas que antes de que se pusiera en práctica apenas si miraba sobre el hombro cuando alguna se quejaba de que la habían apoyado o le habían tocado el culo. Malhumor. Nosotras mismas nos preguntábamos qué hacíamos ahí, si a nosotras nos gusta andar en tetas mientras estamos en la playa o en la pileta, mientras lavamos los platos, cuando tomamos mate o hacemos ejercicio. Nos gusta estar en tetas porque hay que tener siempre a la altura de las costillas el elástico ajustado para sostenerlas erguidas, para que no se noten los pezones, para no ser presa fácil. Malhumor. A lo mejor porque nos imaginábamos el espacio de la calle para tender la lona y charlar con las amigas, para abrazarnos entre brillantina –que de hacernos ver se trataba–, bailar al ritmo de tambores que nunca faltan, intercambiar volantes, ponerse al día con los chismes, afilar la lengua sobre los preparativos del 8 de marzo. Pajeros siempre hay, en todos lados, también formarían parte de nuestro imaginario, ¿pero encima? ¿con esa prepotencia que más que acumular fantasías para sus manualidades se convertían en abuso? Si las minas dijeron “basta” a la policía de uniforme que actuó con celeridad inaudita es porque la historia está tensionada a dos puntas: ellas sabían –saben–, por feministas, por entrelazadas en los movimientos que desde aquí agitan al mundo, que no iban a poder pasar sobre sus cuerpos así como así. Y los y las policías también sabían que hay sensibilidades en pugna, que el neoconservadurismo manda desde los medios hegemónicos lo que es moral y lo que no, lo que es virtuoso y lo que es bárbaro, blanquea como jabón en polvo toda las luchas por la autonomía y las convierte en berrinches de unas pocas inadaptadas. Ahí estuvieron el martes las inadaptadas, organizándose espontáneamente las autoconvocadas con las que llevaban sus banderas para hacer un cordón entre todas, para abrir espacio, para invitar a los tipos a dejarnos respirar, a dejarnos hacer lo que queríamos. La cantidad de medios no ayudaba, es cierto. Pero mal podían cubrir la noticia si no dejaban que sucediera. Hubo lágrimas en alguna de las más jóvenes que se sintió toqueteada. Hubo rabia. Lo mismo que empoderó a los patrulleros en Necochea fue lo que animó a tanto macho soberbio a ocupar el espacio como si les perteneciera, porque el patriarcado se resiente, patalea, está bien agarrado en las estructuras del estado, en las poses cancheras que se leen en las redes, entre los que sacan músculo en el gimnasio y entre las chicas que temen perder a sus adonis, perder su mirada, perder ese lugar conquistado a fuerza de un par de generaciones de Sex and the City y Cosmopolitan, del modelo aspiracional de las que llegaron a lugares que antes otras no pudieron y entonces de qué nos quejamos. Paradas en el borde del abismo, en el abismo entre la confrontación a las piñas y las risas cómplices y los cantos entre ellas, entre el disfrute de la rebeldía y la calle tomada, entre los abrazos que finalmente se dieron y algunas lágrimas enjugadas en el hombro de la compañera, así se hizo el tetazo y se cortó la calle y se bailó y las sonrisas están en las imágenes que rodean estas palabras que si quieren pueden guardar para el uso que quieran porque esas imágenes se habitaron, se gozaron, se crearon para el nuestro. Así andamos entre tensiones. Podrán decirnos cómo luchar o por qué, que pintar un patrullero no es parte de lo correcto –¿sí en cambio tirarte encima las cámaras?–, que la causa de la propia libertad, de la autonomía del cuerpo, de la soberanía sobre nuestras acciones es poca cosa. Pero el terreno se abre con estos gestos, delante de nosotras, de todxs nosotrxs; a desalambrar, amigas, como se dijo alguna vez, en todos y en cada uno de los sentidos que anima esa palabra, aunque nos duelan las manos y nos embarremos los pies. Podrán estar colgados de nuestras tetas, tantos machitos resentidos, pero sabemos sacudirlas bailando y esos, seguro, quedarán en el camino.