Los sucesos que vienen ocurriendo en el sistema de la comunicación reflejan que para ciertos sectores la libertad de expresión se volvió selectiva: mientras Mark Zuckerberg filtra datos personales para vendérselo a empresas, Julian Assange es detenido por haber denunciado torturas y crímenes de lesa humanidad cometidos por EE.UU. en Irak y Guantánamo. Parece que no todas las libertades son asimilables para el neoliberalismo actual, menos las libertades que atentan contra la acumulación del sistema capitalista. 

Por más que se quiera reducir su imagen a la de un hacker, Assange realizó una labor periodística, contemplada dentro de los parámetros del ejercicio del derecho a la comunicación. Los mismos establecen que cualquier persona que difunda información por considerarla de interés público no debe ser castigada ni sometida a sanciones. Es que la libertad de expresión no radica solamente en el derecho individual de cada persona a manifestarse, sino también la de toda una sociedad de recibir cualquier información. 

En Argentina, por más que el Presidente manifieste el 31 de marzo que existe una amplia libertad de expresión, la realidad es totalmente diferente. Casos como el del fotógrafo alemán detenido en Neuquén, el joven encarcelado por un twitter, periodistas detenidos en movilizaciones, medios que cerraron, trabajadores despedidos y el incremento exponencial de la concentración mediática son hechos que reflejan el debilitamiento de la libertad de expresión en estos años, y que quedaron plasmados en los datos que ofrece el reciente informe “MomArgentina”: durante este gobierno más de 20 medios cerraron, 2700 trabajadores de prensa perdieron su empleo, 45 periodistas resultaron heridos y cuatro grupos mediáticos concentran actualmente el 46,25% de la audiencia argentina de los medios tradicionales. 

  Sin embargo, parece que en estos tiempos hasta los hechos concretos pueden ser relativizados y que la verdad por sí sola ya no vale nada. Puede Macri decir “no presionamos ni cuestionamos la tarea de los medios ni de los profesionales de prensa” y así, poner en duda la veracidad de videos y fotos de periodistas violentados en manifestaciones por las fuerzas de seguridad. Entonces, ¿dónde queda la verdad si hasta lo más visible puede ser relativizado? Pero sobre todo ¿quién o qué termina estableciendo que es lo veraz?

  En tiempos de posverdad y fake news, pareciera que estos conceptos más que preocupaciones actúan como un tipo de refugio para los que necesitan vivir de la mentira. Se naturalizan comportamientos que vienen de antaño, pero que se intensificaron con el constante avance de la tecnología. Se desvaloriza la búsqueda por la verdad, reduciéndose a un plano de disputa y controversia, en donde nada queda claro y todo se confunde. Entonces, se da una batalla comunicacional en donde la cancha siempre está inclinada, y lo que parece verdadero lo termina imponiendo el sector que posee los medios de comunicación. 

Por ende, la libertad de expresión, la pluralidad de voces y el derecho a la comunicación tiene mucho que ver con alcanzar la verdad. Disputarle a las famosas fake news va de la mano de la necesidad de que no se censure a los Julian Assange, de que no despidan trabajadores de prensa y de que no haya concentración mediática. Claro, también es que haya menos pobreza y que esas voces postergadas también sean parte del debate público. Democratizar la palabra es democratizar la verdad. O por lo menos, acercarnos más a ella.

* Licenciado en Comunicación UBA