Mientras la marea feminista se multiplica en libros, discos, orquestas y películas, resulta refrescante y hasta revelador volver a un hito de la música argentina que representó un tipo de reinvindicación de género diferente. Surfeando otra clase de marea –una marea con el olor a pólvora del Córdobazo y con la cadencia de las zambas del cenit del boom folklórico–, un radical como Félix Luna, un desarrollista como Ariel Ramírez y una comunista como Mercedes Sosa parieron una obra maestra titulada Mujeres argentinas. Pasaron exactos 50 años. Regresar a esas ocho canciones –esas ocho mujeres– es una experiencia extraordinaria.

“(...) ‘Mujeres argentinas’ presenta distintos tipos dentro de sus protagonistas: desde la guerrillera que peleó por la Emancipación en el Alta Perú hasta la abnegada maestra; desde la poetisa que enriqueció el acervo lírico del país hasta la cautiva que renunció a volver a la civilización; desde la brava tucumana que echaba aceite hirviendo sobre los invasores ingleses, en el alba de la Patria, hasta la gringa cuyas manos poblaron el Chaco...”, dice un fragmento del texto del arte interno del vinilo. Los personajes históricos se confunden con otros imaginarios, que representan anónimamente a mujeres en situaciones muy precisas: Juana Azurduy, Rosarito Vera Peñaloza, Alfonsina Storni, Manuela Pedraza y Guadalupe Cuenca conviven con una simple muchacha que otea la ventana de la casa de Mariquita Sánchez de Thompson y escucha versos del Himno Nacional, con Dorotea Bazán –una variante de la leyenda de la cautiva, extrapida de Una excursión a los Indios Ranqueles, de Lucio V. Mansilla– y la gringa inmigrante del Chaco profundo y montaraz.

En 1969 Mercedes Sosa trascendía no como mito o emblema, pero sí como la revelación del folklore, como una artista surgida de las entrañas del Nuevo Cancionero que venía a oponerse a la idea de un folklore paisajista. En tanto Ariel Ramírez aún vibraba con los ecos internacionales del suceso de la Misa criolla y Félix Luna era un historiador de fino paladar folklórico, que ya había colaborado con el pianista en Navidad nuestra y en Los caudillos. Con la premisa innegociable de que la voz no podía ser otra que la de la tucumana, la concepción del disco fue relativamente veloz. “Se creó pensando en Mercedes –escribió Luna en su libro de memorias, Encuentros– y ella fue conociendo los temas a medida que salían (...) Fue una obra sin pretensiones. La voz de Mercedes, el piano de Ariel y un apoyo de percusión muy liviano bastaron para lograr esa sencillez”.

Es cierto: la grabación se redujo al piano y al clave de Ramírez, el charango de Jaime Torres, la guitarra de Tito Francia, la percusión de Domingo Cura, el órgano de Héctor Zeoli. Pero la sencillez de la que habla Luna es relativa. Si bien son canciones que mantienen independencia entre sí, el álbum se inscribe en la espesura de las obras conceptuales: son los tiempos de las cantatas folklóricas y las óperas rock. De la de Santa María de Iquique, interpretada por Quilapayún, a Tommy de The Who, ambas de 1969, había una necesidad de contarlo, de cantarlo todo, de estetizarlo todo, en un punto resbaladizo entre la denuncia y la pretensión: desde una matanza obrera en Chile hasta un trauma psicológico al compás de una lisérgica pelotita de pimball. Un zeitgeist en el que cabía el fusil, la bomba y el LSD.

Más allá del aire de suite de la formidable guarania “Gringa chaqueña” y tal vez de  las complejidades de “Manuela, la tucumana” –un triunfo pensado para piano, que por su amplio rango fue un desafío para Mercedes Sosa–, Mujeres argentinas está integrada por inapelables y redondas canciones que se volvieron clásicos populares casi instantáneamente. El “casi” lo explica Facundo Ramírez, –pianista como su padre Ariel– “Pensaron hacer un ciclo de ocho funciones en el Teatro Alvear para presentar el disco. Pero no iba gente: primero fueron 25 personas, después 30. Al final, el Partido Comunista salió al rescate: compró dos mil discos y los repartió por las disquerías de Corrientes. Lentamente el público empezó a acercarse. Papá me contó que las disquerías ponían una y otra vez ‘Alfonsina y el mar’. Finalmente hicieron cinco meses a sala llena”.

Cuando la dupla Luna-Ramírez se sentó para conciliar la lista de mujeres barajaron incluir a Eva Perón. El peronismo proscripto estaba cada más activo y en la casa del barrio de Belgrano de Ariel Ramírez el tema –regado por tinto mendocino y blanco salteño– se debatió varias noches. Todo se debatía. “En casa se armaban verdaderos mitines políticos: venía un capo del P C como Máximo Real –íntimo de papá y de Falucho Luna, venía el Colorado Ramos, peronistas, conservadores, frondicistas. Papá y Luna admiraban a Evita, pero pensaron que su inclusión podía ser considerada oportunista”, dice Facundo.

 Sosa, Ramírez y Luna reincidieron tres años más tarde con otra obra cumbre: Cantata sudamericana. Entre una y otra existe un abismo ideológico. El país había cambiado de 1969 a 1972. El rasgo más políticamente radicalizado de Mujeres... es, tal vez, la parte de la letra de “Juana Azurduy” que dice “que la revolución viene oliendo a jazmín”. La polémica era una constante en aquel tiempo en que la producción de guitarras criollas no dio abasto y hubo que importar de Brasil. Poetas militantes como Armando Tejada Gómez cuestionaban por lo bajo la reivindicación de Alfonsina Storni, quien dentro del canon de la época era tildada, por lo menos, de burguesa. Todo era interpelado, por izquierda y por derecha. Cantata sudamericana, sí, tuvo un decidido sesgo combativo en sintonía con Salvador Allende, con la esperanza del inminente regreso de Perón y con el humor social general. La idea de ese álbum es unívoca: la unión y la liberación de América latina.

Hace 50 años Mujeres argentinas fue el primer paso para la consolidación de Mercedes Sosa en un símbolo continental. El disco Homenaje a Violeta Parra (de 1971, otro inadvertido gesto de reivindicación de género; nadie como Violeta en la lucha por correrse de lo que se esperaba de una mujer campesina), la consagración en Europa y el exilio, hicieron el resto. 

Hace medio siglo, entonces, en apenas media hora de música, otras ocho mujeres entraron en la inmortalidad: la Gringa, Juana, Manuela, Rosario, Dorotea, Alfonsina, Guadalupe y la China del Alto. Canciones incorruptibles al paso de tiempo, que se siguen escuchando como lo que son: parte de la más sofisticada, moderna e inspirada música argentina.