Seleccionar poemas con una temática determinada es siempre problemático. Hay poemas que se resisten a ese encasillamiento y pretenden encarar más de un tema, o son representativos de una generalidad que podríamos llamar universal. Si se trata de seleccionar poemas políticos, el problema se duplica: ¿lo político general, subjetivo, en tanto relación con el mundo, o lo político institucional, objetivo, de observación de la realidad exterior?; ¿o un relato de nuevo cuño en el que lo íntimo y lo social se expresen al unísono?

En esta antología hay poemas de varios libros de Luis Tedesco; en todos ellos el tema es la política, en toda su complejidad. Relaciones familiares, con los vecinos, en los lugares de trabajo, con el Estado y sus burócratas, en la ciudad, en el campo, incluso en la muerte, política de fantasmas. Por estos poemas transitan personajes reconocibles en nuestras relaciones cotidianas. Transitan acontecimientos reconocibles de nuestra historia, reciente y pasada: la dictadura genocida, los desaparecidos –obreros, estudiantes, pero también los pueblos originarios, esos desaparecidos de la lengua–, la miseria a la que la política capitalista somete a los trabajadores. Transitan por ellos los excluidos del dinero, los expulsados de la belleza. Estos poemas expresan lo que uno cree que es, aquello por lo que lucha, las alegrías y los desencantos que esa lucha nos provoca.

Pero hay más desencanto que alegría, más escepticismo que optimismo, desmoralización antes que entusiasmo, desánimo resuelto en ironía. La conciencia de haber sido derrotado guía el relato de una vida política intensa. Esa misma conciencia que reconoce determinadas ideas y a determinados líderes como artífices de esa derrota. 

Hasta aquí lo que concierne a la política hacia afuera. Pero hay otro afuera, que tiene también su política. Y en ése Tedesco triunfa. Su posición en la lengua lo exime de la derrota como fracaso y lo ubica en la derrota como camino. Es ahí donde el poeta se acerca a la conciencia de un universo propio que es –no podía ser de otro modo– un universo social.

Tedesco pone en su lengua las lenguas de sus ancestros. Como legado de una tradición compleja, su poesía encuentra anclaje en fuentes muy diversas: el Siglo de Oro español –esa disputa entre Góngora y Quevedo–, el Romanticismo criollo –el de Echeverría y El matadero–, el Modernismo –con Darío y Lugones como estandartes–, la vanguardia de principios del siglo XX –con el ejemplo paradigmático de Vallejo–, la poesía gauchesca –Malón en cautiverio es una reescritura del Martín Fierro, pero se trata de un Fierro que no huye de la ley sino que la combate, y cuyo enemigo no es el moreno, sino el patrón–, el tango –y con él el lunfardo– y el cocoliche inmigrante, las voces de los obreros y campesinos que trajo el mar para habitar esta tierra.

La construcción del poema expresa también ese mestizaje: el endecasílabo y su forma más lograda –el soneto– conviven con los antiguos pareados del mester de clerecía, con los octosílabos de la gauchesca clásica, con los dodecasílabos y alejandrinos aggiornados del Modernismo, con el poema en prosa de la vanguardia simbolista. 

Tradición y ruptura se unen en la poesía de Tedesco, una poesía religiosa, en el sentido de que su ambición es religar en una sola lengua la diversidad de las lenguas que la pueblan. Religiosa en su intento de unidad de las diversas tradiciones que la nutren. Así como Pound creyó en la utopía de un lenguaje universal, Tedesco se embarca en el épico viaje de crear uno que nos represente. En la poesía de Rilke, la patria es la infancia; en la de Tedesco, la patria es la lengua. 

Su poesía construye puentes: entre el pasado y el presente, entre la miseria y la gloria, entre un vos y un yo. El hablar mestizo de la relación entre el colonizador y el colonizado, entre el explotador y el explotado, es también el hablar indeciso entre estilos, y estas estéticas se realizan en la duda. Una duda que impulsa, que, como quiere Machado, hace camino al andar.

La poesía de Tedesco no teme el mestizaje: lo busca y lo expresa, y con ello crea otra lengua, que es y no es barroca, que es y no es suburbana, que es y no es culta. Una lengua de oro cubierta por el barro, una lengua de sangre, un cuerpo vivo que, en cada lectura, se convierte en diamante.