Si hay algo de lo que soy fan, es de reír. Amo reír, creo que es una de las mejores maneras de pasar la vida. Reír en familia, con amigos, con vecinos y hasta con desconocidos, siempre me ha despertado un interés particular y hasta casi podría decir, adictivo. El humor y la risa son para mi, los componentes indispensables para atravesar cualquier acontecimiento, por más trágico que parezca. Deseo que los demás rían, ya sea por un gesto, una frase, o por una ocurrencia. Busco y reconozco la risa como un capital de valor incalculable. Ya que la risa libera lo que muchas veces las palabras no alcanzan a decir, libera lo innombrable. Y en ese juego de liberación, te transforma, te vuelve un otro,  recordándote que estás vivo y qué estás riendo con alguien.

Con esto no quiero decir que la risa sea siempre oportuna. Muchas veces me he quedado pagando, riendo solo, incómodo, sin entender el humor del otro o sin que el otro entienda el mío. Como cuando alguien cuenta un chiste pero no sabe contar el remate y uno se queda esperando sin saber qué decirle, y en vez de decirle la verdad, para que no se sienta mal, ríe forzosamente disimulando. O como cuando alguien ríe, y uno por no entenderlo, ríe también pensando para adentro ¿De qué se ríe? ¿Se ríe de mí? ¿me estará cargando éste? 

Por eso creo que siempre el humor y la risa están regulados por el ritmo. El humor es rítmico, y saber usarlo, es un don para algunos, y un entrenamiento para otros. Pero creo que todos, sin diferencia, tenemos la posibilidad de usarlo y entrenarlo.

Pensando en qué escribir acerca de lo que soy fan, e identificando este placer por el humor, se me vinieron muchas personas, series y películas que me hicieron reir hasta el hartazgo. Empezando por Peter Sellers y su Fiesta inolvidable, Jacques Tati y su Mon Oncle, Charles Chaplin y sus Tiempos modernos, Buster Keaton y El maquinista de la General, Larry David y su Curb Your Enthusiasm, Los Monty Python y La vida de Brian, La tríada de Urdapilleta, Tortonese y Gasalla en ATC y su real realidad, Nini Marshall y su Cándida, Woody Allen y Los ladrones de medio pelo, fueron algunos de los humoristas que rompieron mis esquemas y me mostraron otro modo de ver las cosas, haciéndome reír de ellos y desde ellos de mí. Porque creo que de eso se trata reír: reírse de uno para reír con los demás. 

En el verano de 1992, yo tenía 7 años y habíamos ido con toda mi familia a vacacionar a Miramar. Me acuerdo qué mi mamá siempre me decía “mientras estés acompañado y sea de día, volvé cuando quieras”, sentía libertad al escuchar esas palabras. Un día por esas tardes de verano, Mati y Jor, mis hermanos más grandes, me llevaron a que conozca un recorrido nuevo para llegar a la playa. La llamaban la Barranca del Diablo. Hacía varios días qué venían hablando de eso, y me intrigaba mucho el nombre. Era una barranca llena de arbustos con espinas. El juego consistía en atravesarla a toda velocidad, sin usar el freno, hasta llegar al final de la calle. Recuerdo la sensación de vértigo que tuve al verla por primera vez. Primero se tiró Mati, después siguió Jor, ambos bajaron con estilo, por último quedé yo, paralizado al borde del barranco. Mis hermanos, desde abajo, insistían que me tire, que me anime, que nada malo podía pasar, pero yo tenía mucho miedo de perder el control y lastimarme; y fue así, qué a pesar de la insistencia, bajé por el asfalto y me perdí la oportunidad de atravesar el barranco endemoniado con mi bicicleta. Mis hermanos se reían y yo no entendía, sabía porque no podía hacer lo qué quería. Tuve miedo y me paralizó. Creo que ese fue uno de mis primeros fracasos. Era claro que necesitaba otro tiempo para poder reírme con ellos y reírme de mí.

Un par de días después, a mi mamá se le ocurrió, como salida nocturna, ir a Mar del Plata a ver una obra de teatro, se llamaba Los mosqueteros del Rey y estaba en el teatro Colón. Nunca me voy a olvidar cuando entré a esa enorme sala. La obra empezaba a telón cerrado, y solo escuchábamos la voces de los actores a través de los micrófonos, eran los enormes, Hugo Arana, Juan Leyrado, Darío Grandinetti y Miguel Ángel Solá –creo que después fue reemplazado por Jorge Marrale–, todos dirigidos por exquisito ojo del genio de Manuel González Gil. Miguel Ángel Solá, en un momento se daba cuenta que el público ya estaba en la sala y que los micrófonos estaban funcionando, entonces los cuatro salían apurados al escenario a presentarse intentando disimular el error. A partir de ahí, toda la obra era una concatenación constante de errores disimulados de la peor manera posible. Tengo muchos grandes momentos en mi cabeza, la salida de Hugo de espaldas a público, Leyrado y su discurso endemoniado, Solá y sus silencios perfectos, el detalle de Grandinetti actuando de mal actor... pero me acuerdo que lo que primero que me hizo reir, fue ver cómo reían los demás. El telón estaba cerrado y la gente se reía de lo que decían esas voces y yo con esas caras de desconocidos y en las de mis hermanos empecé a reír y ya no pude frenar. Me acuerdo de reir sin parar, qué la gente llegaba a un estado de risa que se caía de las butacas y se volvían a sentar. Llorábamos de risa con esos cuatro genios del ritmo, había tal grado de complicidad y ridículo entre ellos qué todos los qué los estábamos viendo podíamos pegar el salto y tirarnos juntos de la silla, casi como saltando por un barranco sin frenos, dejándonos llevar por la barranca de la risa de los mosqueteros. 

Esa noche, no volví siendo el mismo a Miramar. Algo de esa obra me encendió las ganas y el deseo de hacer teatro, me abrió a la posibilidad de disfrutar del riesgo, el vértigo, y me permitió intentar el último día de mis vacaciones saltar por la barranca del diablo sin tocar los frenos, sino ocupado en mantenerme riendo con mis hermanos hasta el final del recorrido.

Creo qué en definitiva soy fan de eso, del humor y la risa, como posibilitadores; como un insumo de adrenalina para poder hacer aquello qué, hasta antes de reír, no podemos hacer.


Juan Pablo Galimberti es docente, actor, dramaturgo y director, egresado de la EMAD, en donde obtuvo la beca Podestá. Fundador de la Compañía de la Fe y de la escuela de teatro DPH. Como dramaturgo y director realizó trabajos como Arrugados como Jack (2006), Chat (2011), Chinitos (2013), La rabia (2016) y El espacio (2017), entre otros. Fue premiado como mejor actor y mejor director en dos ediciones de la Bienal de Arte Joven, 2013 y 2015, respectivamente. En la actualidad se encuentra en cartel como actor en Palmeras, con dirección de Pablo Quiroga (Espacio Sísmico, viernes a las 23), J.Timerman, de Eva Halac (El Portón de Sánchez, domingo a las 20.30), La gente normal, de Leandro Arecco (Espacio Callejón, sábado a las 18). A su vez, continúa trabajando en la Trilogía de la Fe, para estrenar su próxima obra, La misión, precuela de La rabia, en julio de este año y realizando su primer experiencia como guionista y director con el cortometraje Lo frágil.