Resultó lo que se esperaba: una noche histórica de jazz. El viernes, Ron Carter y Kenny Barron compartieron con sus respectivos tríos el inicio del ciclo Jazz Nights en el Teatro Coliseo. En principio, fue histórica porque dos figuras cumbres del jazz se sucedieron en el mismo escenario. Y además fue histórico porque cada uno de los dos conciertos fue, de alguna manera, una grata lección de historia del jazz. Tanto Carter como Barron, con desarrollos propios, representan el clasicismo expandido del género. Lo que tras las fracturas del bebop se proyectó en las variedades de los años 50, de las que son hijos directos.

Barron dio el primer concierto de la noche. Con los brasileros Nilson Matta en contrabajo y Rafael Barata en batería, el pianista enseguida puso en claro por dónde irían las cosas, con su versión “All Blues”. Quiebres rítmicos, sentido de la sorpresa, armonía rica pero no invasiva y la delicada alternancia entre una ajustada dinámica de trío y solos delineados con sentimiento perfecto, fueron los pilares de una máquina de swing. Barron es un pianista formidable, portador de una enciclopedia inmensa en la que se conjugan la plasticidad del fraseo de Art Tatum y el candor contundente de Tommy Flanagan. Es un arquitecto del lirismo con un ingenio armónico superlativo, nutrido entre otras cosas por las disposiciones abiertas de los acordes y las posibilidades polifónicas que de ahí derivan. 

Sólidos y discretos, Matta y Barata resultaron la base ideal para las formas de intimidad que proponía Barron. El contrabajista supo desprenderse varias veces en solos contundentes, poniendo en juego una notable técnica instrumental, y Barata aportó riqueza rítmica sin forzar el juego sutil del trio. Tras el inicio mesuradamente enérgico, la versión de “You don’t know that loves is” cambió el aire de la sala. El clima intimista se prolongó con “Sonia Braga”, un bossa lánguido del mismo Barron. Lo mejor de la noche llegó con “Don’t explain”, canción de Billie Holiday sobre cuyo espíritu, en solo de piano, Barron compuso un muestrario de habilidades al servicio de la sensibilidad. Después de “Body and Soul”, el final con “One finger snap” de Herbie Hancock, fue un impulso de modernidad que el trío resolvió con clásica eficacia. 

La segunda parte de la noche tuvo a Carter como protagonista. El contrabajista de 81 años es un líder, es decir una presencia en torno a la cual gira el resto. Administra estímulos a partir de un desarrollo eficaz y elegante de la técnica y de la reconfiguración del rol de su instrumento en el diálogo con sus compañeros. A su derecha, el pianista Donald Vega; a su izquierda, Russel Malone, guitarrista de estilo personal, que sin embargo el viernes no tuvo su mejor noche. Malone tardó en lograr un buen entendimiento con Vega. Recién en la versión de “Candle Light”, tema que Carter supo grabar con Jim Hall en el disco Thelephone (1985), el guitarrista mostró la fibra esperada y a partir de ahí el concierto que se había sostenido en solos formidables de Carter, puso en juego el arte del trío. “My funny Valentine” fue el esperado laboratorio de asombros que mostró al Carter sabio, al frente de un trío formidable. En el final, el arte del trío funcionaba a pleno, como quedó sentado con una soberbia versión de “Soft Wins” y el reclamado bis que llegó con “On The Sunny Side Of The Street”. Perlas que coronaron la larga y generosa noche de jazz.