Radicada en México desde hace un cuarto de siglo, la realizadora y guionista Paula Markovitch vuelve a la Argentina a la hora de expurgar sus demonios, que son los de (casi) toda una sociedad. Hija de padres con un paso por la militancia, Markovitch tenía siete años cuando a mediados de 1976 sus mayores se refugiaron con ella en San Clemente del Tuyú, como forma de ocultarse de las fuerzas oscuras. Esa experiencia quedó reflejada en su ópera prima El premio, ganadora de un Oso de Plata en la edición 2011 del Festival de Berlín y exhibida en el Festival de Mar del Plata a fines de ese año. A pesar de su recepción internacional, El premio jamás tuvo un estreno formal en este país, hecho poco menos que incomprensible. Ahora la distribución local resulta más piadosa con la obra de la realizadora, dando a conocer con "sólo" dos años de atraso su segundo film, Cuadros en la oscuridad.

Como en la anterior, vuelve a pisar fuerte el peso de lo autobiográfico en Cuadros en la oscuridad, aunque sólo la dedicatoria final permite comprenderlo. Enteramente protagonizado por actores desconocidos --según parecería, todos amateurs-- el opus 2 de Markovitch transcurre en algo así como un no-tiempo y no-lugar de la Latinoamérica pobre. Hasta el punto de que antes de que el primer diálogo se deje oír --y pasa bastante tiempo antes de eso-- podría pensarse que tanto la localización como los actores son mexicanos. Un único fragmento, en el que desde un desvencijado televisor sin conexión de antena externa (ni soñar con el cable, todavía y en esa zona) se oye la voz del dúo Marcelo Araujo-Macaya Márquez y la mención de Abel Balbo y "Los Ramones", Díaz y Medina Bello. Argentina, primeros 90, entonces. Pero es la única indicación, y la época no cambia mucho. El lugar un poco más, como se verá.

El pelo en estado de fuga, el vestuario escaso, la mirada triste, el quincuagenario o sexagenario Marcos (Alvin Astorga) parece derruido por dentro. Vive solo, casi en medio de la nada (rutas anónimas, un río que parece un basural, ostentoso descuido municipal en lo que hace a la limpieza pública), en una casa tan derruida como él. Un colchón tirado en el piso, una única campera a modo de frazada, el televisorcito de 14 pulgadas sin conexión, una estufa de pantalla encastrada sobre una garrafa, para dar calor. Desorden general, alguna comida precaria y, de a ratos, una pincelada sobre alguno de los cuadros que conviven con trastos y cosas en desuso. Marcos pinta. Y trabaja cargando tanques en una estación de servicio. La zona, seca y destemplada, podría ser tanto el noroeste como el sur del país. Lo mismo da.

Un día un chico de la zona, cuyas únicas actividades parecen ser andar en bici, juntarse con otros chicos e inhalar poxi-ran, entra por los techos de la casa e intenta robarle la radio. Es el raro comienzo de una relación entre ambos, que parecería consistir en llenar los respectivos vacíos: más allá de lo que se ve, nada se sabe de la vida familiar y afectiva de ambos, si es que la tienen. El chico, Luis (Maico Pradal) no habla más que unos pocos monosílabos. Hasta el punto de que el hermético Marcos queda como el charlatán de los dos, haciéndole de profesor de pintura y explicándole el cubismo con el sencillo expediente de tapar uno y otro ojo. O mostrándole, con un simple apagado de luz, que los colores no existen en realidad, que es nuestra vista la que los crea. A Luis, pintar le despierta curiosidad. "Yo era clandestino", dice Marcos. "¿Sabés lo que es clandestino?" No sabe, no contesta.

Cuadros en la oscuridad, título apropiadísimo, se presta a la clase de sordidez y miserabilismo en la que buena parte del cine contemporáneo se empeña con mórbida delectación. No es el caso. Autora del guion (previamente había escrito los de las excelentes Temporada de patos y Lake Tahoe, del nativo del DF Fernando Eimbcke), Markovitch "seca" todo posible exceso, mediante el expediente de atenerse a un enfoque estrictamente fáctico. Lo que ocurre es lo que hay, el contexto se limita a lo que se ve. Salvo, claro, cuando la realizadora deja asomar, desde un ignorado abismo del tiempo, el dato que de pronto permite armar una historia entera. "Clandestino" retrotrae a dictadura, pérdidas. Refugio tal vez en ese culo del mundo, cuyo estado de abandono remite (otra vez el pequeño dato, iluminando el contexto) a un calculado "olvido" oficial. ¿Puede sobrevivir un pintor allí? Esa es tal vez la pregunta que la película se hace sobre el final, confiando para el mañana (¿hoy?) en alguna clase de herencia, impensada y tangencial.

CUADROS EN LA OSCURIDAD  7 PUNTOS

Argentina/México/Alemania, 2017

Dirección y guion: Paula Markovitch

Duración: 90 minutos

Intérpretes: Alvin Astorga, Maico Pradal, Lide Uranga, Paula Mabrak

Estreno exclusivo en el cine Cosmos.