Al Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente ni siquiera le decían Bafici en 2001, cuando un jovencísimo salteño llamado Rodrigo Moscoso estrenó Modelo 73, una de las tantas películas de esa época que proponían un relato fresco, desacartonado, callejero, deudor de la errancia adolescente y librado de todas las taras formales y lingüísticas que (todavía) aquejaban a gran parte de las producciones locales. Pero inmediatamente después, cual Salinger norteño, Moscoso pareció esfumarse de la faz de la Tierra, hasta que reapareció en 2005 para el demorado lanzamiento comercial de su ópera prima. Ni siquiera él imaginaba que pasarían catorce años entre aquellas proyecciones en el MALBA y el estreno de su segundo largometraje. Durante ese periodo dirigió publicidades, documentales de televisión e institucionales, y una década atrás volvió a su Salta Natal para fundar su propia productora. Ya en ese momento le rondaban los lineamientos principales de la historia de un hombre de treinta y largos que, por voluntad pero también por imposibilidad, mantiene los usos y costumbres de un adolescente. Ese proyecto terminaría llamándose Badur Hogar, que luego de su paso por la Competencia Argentina del último Bafici sube a la cartelera comercial este jueves.
“No quería desaparecer 18 años”, dice entre risas Moscoso ante las primeras preguntas de Página/12. Unas preguntas tan obvias como inevitables: ¿Qué pasó en este tiempo? ¿Por qué casi dos décadas entre una película y otra? “Me largué a filmar siendo muy chico, con muchas ganas. Fue medio kamikaze: un guión que escribimos con Juan Villegas y filmamos en los veranos de 1998 y 1999, mientras estábamos en la Universidad del Cine”, recuerda, y sigue: “Después, la película tuvo muchas complicaciones económicas por la situación que atravesaba el país. Incluso los negativos están en Canadá porque nunca se pudo levantar una deuda. Hubo muchos inconvenientes que hicieron que se retrasara el estreno porque no podíamos hacer copias, hasta que logramos mostrarla en el MALBA. A toda esa experiencia traumática de un proceso tan largo se sumó que empecé a trabajar fijo y fui padre. Recién hace un par de años retomé este idea con más seguridad”.
--¿Qué te genera que Modelo 73 está catalogada como una película de culto y una de las representaciones más fieles del espíritu de la primera etapa del Nuevo Cine Argentino?
--Me encanta haber sido parte de ese momento, aunque me hubiera gustado serlo de una manera más amena. Pero tampoco me quejo ni me arrepiento de haber filmado tan joven. Quedó como una película “maldita” por esas situaciones que, desde ya, no fueron a propósito. Quería volver con una película distinta básicamente porque soy otro muy distinto al que era hace 20 años. Mi hija, por ejemplo, nació durante ese rodaje y hoy ya está estudiando cine. Pasó mucha agua bajo el puente.
Ya desde las coordenadas iniciales del relato se vislumbran las consecuencias del avance de ese caudal al que refiere el director. Porque si bien, tal como reconocerá líneas abajo, el protagonista salió de una matriz similar a la de los adolescentes de su ópera prima, hay en Juan Badur (Javier Flores) una mayor complejidad en sus emociones y en cómo ellas dialogan directamente con su contexto personal. Ese hombre es hijo de una familia de descendencia sirio-libanesa que supo tener prosperidad gracias al negocio de electrodomésticos del título. Esa buena posición económica, sin embargo, no está presente en la rutina de un hombre que, lejos de haberse asentado en la adultez, pasa sus días ganándose unos mangos como limpiador de piletas junto a un amigo, un metalero bien alejado del arquetipo de hombre bravucón y violento. En ese contexto conoce a Luciana (Bárbara Lombardo), una porteña que moverá los cimientos de esa vida que, aunque cómoda, nunca terminó de satisfacerlo. De allí en más, Badur Hogar es una comedia romántica que bebe del clasicismo sin que esto implique abusar de sus lugares comunes, un relato de crecimiento propulsado por el choque entre la impronta local de Javier y la urbana de ese auténtico remolino que es Luciana.
--Es inevitable encontrar puntos de contacto entre Modelo 73 y Badur Hogar. ¿Podría pensarse a Juan como uno de esos adolescentes ya adulto?
--Sí, sobre todo por el tipo de personaje: un muchacho quedado que necesita que algo lo empuje en la vida. Pero Juan, como decimos en el norte, está “pasado”: tiene una vida de adolescente cuando tiene treinta y pico de años. Eso le da el toque de comedia más absurda. Me gustan las películas que se ríen de las miserias propias de todos nosotros.
--Más allá de la idea del personaje que se ríe de sí mismo, la película nunca lo juzga, e incluso transmite cariño hacia él.
--Es que no me gusta regodearme en gastar o condenar a nadie, ni mostrar que hay algún personaje superior a otro. Me parece que somos todos igual de losers, siempre tenemos dudas. Más allá de que sea una comedia romántica filmada en Salta, la atraviesa la idea de que todo es relativo. ¿Por qué tendría que haber arrancado antes a hacer algo de su vida? No le salió, todo el mundo lo juzga. Pero, ¿por qué tendría que haberlo hecho solo? Le salió de suerte, se cruzó con esa mujer un verano y ella se enganchó en la mentira que le dice a su compañero. Todo se da de forma azarosa, de casualidad.
--Durante el Bafici hablaste de un personaje en “busca de la verdad”...
--Creo que las mentiras, las omisiones y los malos entendidos atraviesan la película. Replantearía esa idea de “la verdad” y la cambiaría por “la realidad”, porque Juan se tiene que enfrentar a lo que es, y lo hace a través de mentiras, algo que se supone que no está bueno. Pero muchas veces se llega a las cosas por el camino más largo, más difícil, más incorrecto.
--¿Esas mentiras funcionan como un mecanismo de defensa?
--Sí, investigué muchas películas sobre personajes que mentían. Hay una, Billy Liar, de John Schlesinger, que me gusta mucho. Me parecía interesante que el personaje mintiera no por malicia sino porque no le sale otra cosa. Se mete solo en problemas, sin quererlos.
--Podría pensarse a Modelo 73 y Badur Hogar como relatos de crecimiento aun cuando los protagonistas estén en etapas distintas de la vida. ¿Coincidís?
--Los cambios en Juan se dan más a los golpes. Los chicos de Modelo 73, en cambio, se dejaban llevar. Acá se deja llevar, pero por un correntada. Busqué hacer una película más dinámica y que tuviera capas de conflicto que fueran en paralelo: las mentiras, la relación con sus padres, el peso de ese negocio que cuenta algo sobre la historia familiar que a Juan de alguna manera lo afecta, la relación con la chica.... Creo que no es solo una historia de amor ni una comedia de enredos puramente superficial. Desde ya que tampoco es una comedia de puro chiste.
--Esa familia, si bien mira a Juan de reojo, tampoco hace demasiado porque salga adelante.
--Diría que la familia lo apaña. Tengo muchos amigos que salen de ver la película y me dicen que son o eran así. Quizás sea una situación que se dé más en pueblos o ciudades chicas, lo que la hace una película local, pero también es universal porque hay muchas personas así en ciudades grandes. Respecto a la familia, Juan usa el supuesto estancamiento de su padre, que es un tipo grande y con una posición económica que le permite hacer lo que quiera, como justificación para no arrancar. Es como un espejo con ese hombre que no usa a Javier, pero tampoco lo jode. En ese sentido, son parecidos.
--¿Qué rol juega la idea de legado familiar?
--A Juan le hubiera gustado que le dejaran el negocio. Ahí hay un mecanismo entre un hombre, el padre, al que le impusieron cosas y otro que hubiera querido que le impongan cosas. Ese malentendido termina mostrando que no hay una receta para educar a los hijos o “encaminarlos” en la vida. No quiero sonar pretencioso, pero algo de eso hay en la historia. No es que las herencias sean importantes, pero existen ya sea porque faltan o porque nos las imponen. Somos hijos, crecemos bajo el modelo de nuestros padres, queramos o no, y siempre tenemos mejor relación con adultos que no son nuestros padres.
--En Modelo 73 era un auto viejo y aquí, los electrodomésticos de los '80 y '90 del local familiar cerrado. ¿Cuál es el vínculo entre tus personajes y los objetos viejos?
--Esos electrométricos pueden ser muy bonitos para la chica o los espectadores nostálgicos, pero para Javier son un complejo porque representan algo que al principio no está bueno. Pasa a ser bueno a partir de que empieza una relación con esa chica tan linda que le da bola. Me resulta más fácil encontrar en lo visual, en objetos que podés poner en una imagen, elementos necesarios para terminar de bajar la historia. Esa locación es argumental y también visual. La película cuenta un romance de verano en Salta, pero ellos básicamente están todo el tiempo encerrados. Hace unos días alguien me preguntaba por qué, si transcurría en Salta, no se veían paisajes. No como reclamo, sino más bien como algo bueno. No es que pensé eso (de hecho, hay paisajes integrados a la acción), pero no tuve los condicionamientos que podría tener un productor de Buenos Aires al que le dicen de ir a filmar allá. Además, en las películas porteñas nadie se pregunta por qué no hay planos del Río de la Plata. Hay una universalidad dada por el tipo de historia y personaje: hombres crecidos que no maduraron y familias que apañan hay en todas partes. No sé si en todos lados hay familias de clase media alta con hijos que tengan amigos de clase baja, pero en Salta todavía se da.
--¿Qué le aportaba a la historia que Luciana fuera porteña?
--Hace unos días, hablando con Javier, el protagonista, recordamos la escena en la que él le dice: “Para vos es fácil porque te volvés, pero para mí no porque me quedo acá”. A ella no le importa hacer quilombo en Salta porque llega y se va, mientras que para él, que miente y está acomplejado, implica meterse más en el barro y correr riesgos de que lo descubran y quede en ridículo. Juan es un personaje condicionado por el entorno, con las miradas de su familia y hasta de su mejor amigo en la nuca. Que ella, en cambio, esté indemne a esas miradas le permite agarrarlo y llevarlo por todos lados, algo que ayuda a la historia de enredos.
--Es una mujer que remite a las screwball comedy: fuerte, decidida, arremolinada, que lleva las riendas del relato...
--Sí, es la que acciona. La película es muy clásica en ese sentido. Quería que fuera una película que, además de llegarle a la mayor cantidad de público posible, propusiera algo distinto. Podría haber hecho algo relacionado con la cultura tradicional salteña o algo así, pero no son cosas que me guste ver ni hacer. Las películas son universos propios, no tesis sociológicas. Mientras más propios sean, más me gustan.

 

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La guía de Martín Rejtman

 

La comedia argentina tiene como principal característica la escasez: pocos directores y directoras se le animan al género de las risas. Y la mayoría de los pocos (y pocas) que lo hacen, se limitan a replicar modelos narrativos exportados desde Hollywood, esfumando de raíz cualquier particularidad que permita circunscribir el relato en una idiosincrasia local. Desde ya que no es el caso de Badur Hogar, que toma una estructura clásica para embadurnarla de un barniz eminentemente salteño. Moscoso sabe de qué se trata la comedia, en tanto tuvo como una de sus primeras experiencias en el cine un trabajo en el Departamento de Arte de Silvia Prieto, de Martín Rejtman. “Para mí es el mejor director argentino de comedia”, dice el salteño, y explica: “Hay mucho que aprender de él, de su inteligencia, de cómo escribe, de cómo dirige actores. Cada película es una propuesta distinta. Nos enseñó a muchos a querer el cine, a reírnos y a jugar con los personajes y las situaciones”.