A mediados de los años cincuenta, June Jordan se encontraba estudiando en el Barnard College, una universidad de Nueva York creada para mujeres por otras mujeres excluidas del sistema educativo a fines del siglo XIX. Se iría porque, dijo, “nada de lo que se enseñaba allí nos mostraba cómo cambiar las realidades políticas y económicas de la comunidad negra en la Norteamérica blanca”. Sin embargo, entre esos muros aprendió algo que le sirvió: un poema se logra cuando la intensidad del decir se aproxima a la intensidad del sentir. Esa le pareció una idea interesante. Es que si bien su poesía es un acto de intimidad, a la vez está yendo de manera constante a la búsqueda de otros. Nunca se sabe bien dónde están aquellos que puedan prestar atención. Pero es necesario atravesar esa intemperie convocándolos “junto a este árbol/ que ni siquiera/ fue plantado/ aún” como escribe en uno de sus poemas. El germen entre lo que está y lo que no, nutre aquello que se desea, se siente y se dice.

Nacida en 1936, hija de inmigrantes jamaiquinos que vieron en Estados Unidos la posibilidad de progreso, June se interesó rápidamente por reivindicar desde la escritura lo que denominaba “lenguaje negro”; es decir, la riqueza oral de las calles donde se crió, en Harlem primero y en Brooklyn después. Mientras tanto enfrentaba la segregación racial en un momento donde las mujeres afroamericanas no tenían visibilidad en la vida política. De modo que su obra poética puso un oído en el habla popular rompiendo los cánones de la lírica vigente por entonces. Pero esto no fue suficiente: también reivindicó la poesía como herramienta de lucha y a la vez, fue capaz de escribir poemas sutiles, de una intimidad conmovedora.

Cosas que hago en la oscuridad despliega esta constelación personal y política. Se trata de 31 poemas que Jordan escribió desde los sesenta hasta poco antes de su muerte, en 2006, por un cáncer de mama. La selección y traducción estuvo a cargo de otra poeta, Flor Codagnone, que se ocupó de este trabajo a lo largo de cinco años. Para eso, eligió textos de libros como el que da título a esta selección, publicado en 1976, y además Living room (1985), Naming your destiny (1989) y Haroku: love poems (1994). Existen algunas traducciones sueltas previas, aquí y en España. Por ejemplo, Diana Bellessi incluyó a Jordan en su mítica antología de poetas norteamericanas Contéstame, baila mi danza a mitad de los ochenta. Sin embargo, es la primera vez que la obra de June aparece traducida al castellano en un único volumen.

No es necesario conocer la biografía de una escritora para disfrutar sus textos. Sin embargo, en el caso de Jordan hay una convergencia explícita entre su yo biográfico y su yo poético; es decir, entre esa mujer que vive y esa otra que enuncia desde lo vivido. Por ejemplo, en su largo “Poema sobre mis derechos” ella habla de su padre, que le inculcó al amor por la lectura pero al mismo tiempo la maltrataba: “era él diciendo que yo me equivocaba diciendo que/ yo debería haber sido un niño porque él quería uno/ un niño y que debería haber tenido la piel más clara y /que debería haber tenido el pelo más liso”. También alude, claro, a su condición de mujer, negra, bisexual. Y a las dos veces que fue violada. El poema es una forma de reapropiarse de su historia, enunciando desde un lugar que reconoce las heridas pero también, el poder de la transformación: “Mi nombre es mío mío mío/ y no puedo decirte quién mierda dispuso las cosas de este modo/ pero puedo decirte que desde ahora mi resistencia/ mi simple y cotidiana y nocturna autodeterminación/ puede costarte la vida”. 

Durante cuarenta años, se focalizó en el conflicto palestino-israelí y además, en la violencia en Líbano, en Irlanda del Norte, en los crímenes de guerra de Los Balcanes, el apartheid en Sudáfrica, en la situación de las mujeres en Afganistán e incluso, en la revolución sandinista de Nicaragua, como lo atestiguan un libro de viajes que escribió a fines de los setenta y dos poemas incluidos en esta antología. De hecho, en el prefacio de su libro Passion, ella explicaba que se sentía ligada a la poesía “del nuevo mundo” donde convivían Walt Whitman con Gabriela Mistral o el angoleño Agosthino Neto.

Con el tiempo, su figura fue creciendo. Obtuvo premios importantes por una obra que incluye poesía pero también ensayos, relatos para chicos y obras teatrales. Se transformó en profesora de literatura afroamericana en universidades como Yale o Berkeley. Allí, además, fundó en 1991 el programa Poetry for the People (poesía para la gente). “Estos poemas/ son las cosas que hago/ en la oscuridad/ alcanzándote/ quienquiera que seas/ ¿y/ estás listo?”, escribe Jordan. En estos días donde el auge feminista reconstruye los bordes de aquello que puede ser mantenido en la intimidad y aquello que debe salir a la luz, la pregunta de esta poeta sigue flotando en el viento.