Si se quiere saber lo qué hará un gobierno hay que escuchar lo que dicen sus economistas. La historia reciente muestra, por ejemplo, que no existió mucha distancia entre lo que decían los economistas macristas en 2015, escondidos prolijamente durante la campaña electoral, y lo que después fue su gobierno. En la misma línea se explica que entre las primeras declaraciones de Alberto Fernández tras conocerse su unción a la candidatura presidencial incluyera el nombre de los economistas elegidos, quienes además salieron inmediatamente a expresarse en los medios.

Los nombrados constituyen un mix de centroizquierda a derecha que en principio no permitiría conclusiones muy fuertes, pero que claramente se corresponde con la idea fuerza general de “desengrietar”. El paquete de declaraciones económicas incluyó un poco para el mercado y algunas pinceladas de heterodoxia moderada, un abanico para todos los gustos que permite identificaciones amplias. Ya habrá tiempo de pasar el peine fino, pero en la nueva propuesta no se ahondó en “la grieta” entre ortodoxia y heterodoxia. Son tiempos de campaña y el efecto de las definiciones fuertes puede ser tan contraindicado como elegir categóricamente entre verdes y celestes.

Sin embargo, cuando se acerca la lupa y se escucha a los nuevos voceros los puntos en común aparecen con claridad: lo principal fue que la megadeuda contraída por la Alianza Cambiemos fue considerada “legítima” y se alejó cualquier idea rupturista con el FMI. En segundo plano se destacó la necesidad de recomponer salarios lentamente para crecer y de cuidar los dólares escasos, pero se negó cualquier idea de cepo a la vieja usanza o de proximidad a las ideas de la “teoría monetaria moderna”, lo que visto desde la ortodoxia sería un rechazo a crecer con eje en el impulso del gasto y “monetizando el déficit”. Ni “loquitos de la demanda”, ni loquitos de los superávits inmediatos. En lo expuesto no hay juicios, sino descripción. La agenda no tiene por ahora muchos más elementos y los citados serán los núcleos de discusión durante los próximos meses.

  Mal que pese la deuda en divisas, por odiosa que pueda resultar y por más que en la práctica haya sido una dilapidación de recursos para pagarle a buitres, internos y externos, y para alimentar como nunca la formación de activos externos o fuga, fue tomada en democracia con el consentimiento de las dos cámaras del Congreso, primero a través de la aprobación ultra mayoritaria de la renegociación con los Buitres y luego a través de las sucesivas leyes de Presupuesto. En segundo lugar, romper con el FMI, un organismo tan odioso como la deuda y con una clara función de dominación geopolítica, también es una vía de difícil resolución práctica dadas las relaciones de fuerza. Los economistas cercanos a AF creen en general que es posible conseguir acuerdos más favorables con el Fondo que permitan renegociar vencimientos y volver a crecer. El modelo de referencia es el seguido por Néstor Kirchner, aunque las condiciones del presente aparezcan como mucho más graves que entonces, especialmente en términos de volumen de pasivos.

Localmente las declaraciones fueron consideradas como el envío de señales de tranquilidad a los mercados. A juzgar por la tranquilidad del dólar y del riesgo país en la semana contrarrestaron exitosamente la movida, tanto de Cambiemos como de Estados Unidos y sus aliados regionales, de asociar un triunfo opositor al camino de “ser Venezuela” y al “populismo” más duro.

  Sin embargo, estas razones no fueron las de los analistas en Nueva York. En un informe reservado enviado a sus clientes por el banco de inversión Standard Chartered, firmado por su economista para América Latina Daniel L. Sinigaglia, se lee una interpretación distinta. “Como CFK está ahora fuera del tope de la boleta electoral, Macri vuelve al primer lugar en las encuestas. Evidentemente, hay una mayor probabilidad de continuidad (…)” La duda de Sinigaglia es qué tan rápido podría AF recuperar la diferencia con Macri. En otras palabras “¿qué tan rápido puede CFK transferir los votos?” Su conclusión fue que en general ese número siempre está por debajo del cien por ciento, más aun cuando AF sería apenas un político del montón: “no hay un príncipe encantado montando el caballo de la renovación política”, poetizó. Dicho de manera rápida y en línea con otras voces neoyorquinas, los analistas del exterior leyeron la candidatura de AF como una derrota no de “la oposición dura” encarnada en CFK presidenta, sino directamente de la oposición.

Al igual que los periodistas que están lejos del lugar de los acontecimientos, los analistas que opinan desde Estados Unidos lo hacen a través de sus fuentes locales, que pueden ser funcionarios o consultores de la city. Y tanto para periodistas como analistas el problema aparece cuando las fuentes de información son malas. Contra lo que podría preverse, quienes mueven miles de millones de dólares también están sujetos a los dimes y diretes y a los microclimas ideológicos. De otra manera no se explicaría que hayan quedado sobreexpuestos al riesgo argentino, llenos de papeles locales de los que no saben cómo deshacerse sin contabilizar ingentes pérdidas en sus balances. Al menos en la semana que pasó los inversores internacionales, antes que leer los indicadores de la economía real que muestran una recesión que no encuentra piso y reservas internacionales en rápida volatilización, prefirieron seguir apostando a la carta del regreso o no del “populismo”. Una mirada de conjunto parecería indicar que estos inversores son los más duros para “desengrietarse”.