Lo habían planeado perfectamente unas semanas antes. Lo que tenían que hacer era lo siguiente: ese domingo de julio de 2018, todos los rappitenderos    –el eufemismo con el que la empresa colombiana Rappi denomina a los trabajadores que reparten pedidos en bicicleta– debían prender la aplicación al mismo tiempo. Sin embargo, cuando empezaran a llegar los primeros encargos para realizar el delivery de domingo a la noche –el momento de mayor demanda en los pedidos de comida– ninguno debía responder. Al momento de la acción (o en realidad la inacción) habían decidido estar todos juntos. Es decir, cada grupo de trabajadores se iba a reunir en las plazas representativas de sus zonas de trabajo: Palermo, Belgrano, Colegiales, Almagro, Abasto. Las juntadas en esas mismas plazas venían siendo asiduas desde que el sistema Rappi había cambiado de un día para el otro y sin previo aviso. La empresa colombiana que desembarcó en Argentina en 2018 ofrecía un servicio,basado en una premisa fundamental para aquellos que quisieran convertirse en repartidores. Ellos mismos decidirían qué, cuándo y cómo realizarían los pedidos, razón por la cual la empresa no tendría otra injerencia que la de ser una “simple intermediaria” entre los restaurantes y los “micropemprendedores” de dos ruedas. Sin embargo, este sistema se desbarrancó cuando, por ejemplo, prometiendo llevar un pedido desde Palermo a La Boca en media hora no había ningún candidato disponible. Así fue como de un día para el otro los rappitenderos dejaron de tener la libertad para elegir cómo trabajar, ya que era la propia aplicación la que asignaba los pedidos. Es decir, pasaban inmediatamente a ser empleados. Sin embargo, la empresa no acusaba recibo de esta diferencia. Las condiciones laborales seguían siendo las mismas: Treinta y cinco pesos por cada viaje. Ni contrato, ni ART, ni vacaciones, ni aguinaldo.Quisieron hablar con alguien, con alguna autoridad,pedir alguna explicación, pero la respuesta que obtuvieron fue: “Las cosas cambian”. Lo cierto es que esto generó un enorme malestar que derivó, indefectiblemente, en socializar el problema. Las plazas, entonces, se empezaron a llenar de cajitas naranjas con la insignia Rappi. Y los trabajadores, a debatir cual sería el modo más efectivo para reclamar por sus derechos.

María Fierro es una de las pocas mujeres y una de las escasas argentinas que trabajan en Rappi. Tiene 25 años. Madre soltera de un hijo de ocho. Llegó a hacer repartos en bicicleta porque estaba harta de que la explotaran en el rubro gastronómico, donde se desempeñaba como moza. Creyó que manejando sus horarios tendría más tiempo para estar con su hijo. María es simpática y charlatana: esas características le permitieron vincularse con sus compañeros, la mayoría varones venezolanos. Por eso cuando comenzaron los primeros ruidos y quejas laborales, María se convirtió en una de las voceras. No iba a permitir que avasallaran sus derechos.

Ese domingo, cuando todos estuvieron listos-se dieron la señal a través de los grupos dewhatsapp-prendieron la aplicación. Los teléfonos comenzaron a vibrar con las primeras demandas. Con sus celulares en las manos, nadie respondía. A los diez minutos, los teléfonos empezaron a sonar. El remitente venía directamente desde Colombia.

–Hola, ¿podrás ir a llevar este pedido? –ordenaban del otro lado de la línea.

Haciéndose los sorprendidos por el llamado –nunca jamás había sucedido que llamaran por teléfono; es más, no figuraba siquiera en el reglamento de términos y condiciones que tuvieron que firmar cuando aceptaron el trabajo terciarizado– todos respondían lo mismo: no, no, no, no.  

Las primeras miradas cómplices y las sonrisas entre los colegas se fueron multiplicando. Estaba empezando a funcionar. Del otro lado, miles de usuarios que utilizaban el servicio de delivery comenzaban a dejar sus furiosos comentarios sobre la aplicación. En Colombia y Argentina, los dueños de la multinacional permanecían descolocados y hasta desorbitados. En las plazas porteñas, en cambio, la excitación se fue multiplicando. Lo estaban logrando.

Los trabajadores de Rappi Argentina estaban llevando a cabo la primera huelga efectiva de Latinoamérica, en las empresas que se denominan de “economía de plataformas”. Ya no había eufemismos posibles. Eran trabajadores explotados tomando una medida de fuerza contra sus patrones por mejores condiciones laborales. En 2019 y en el contexto de un crecimiento de economía de plataformas, la huelga se lleva a cabo no contestando el celular. A la mañana siguiente María, y otros cuatro compañeros fueron citados por la empresa. El reclamo colectivo había tenido su primer efecto. Algunas semanas después, ellos constituirían la Asociación del Personal de Plataformas (APP), el primer sindicato de trabajadores de aplicaciones digitales de América.

¿Cuál es la diferencia entre apagar un celular y parar una máquina en una fábrica que produce autopartes ? ¿Cuál es la diferencia entre no responder un mensaje para no realizar un envío y no conducir un tren, no hacer el reparto de combustible en un camión, no abrir un supermercado? ¿Qué tienen que ver Elpidio Torres y Atilio López con María Fierro y sus compañeros de chalecos y cajas anaranjadas repartiendo comida? ¿Podríamos considerar que haya sido fortuito el hecho que esta “huelga prima”, y con estas características, haya sucedido en Argentina? 

María suele decir que no conoce nada de sindicalismo, ni que viene de una familia politizada. Como si eso la convirtiera en una alienígena. Sin embargo, en Argentina la lucha y la resistencia del movimiento obrero organizado está impregnado en la idiosincrasia y en la cultura popular. Bajo esta premisa, el Cordobazo, constituye un hito fundacional, una gesta paradigmática, que sigue hoy mismo interpelando a cada trabajador, incluso a los que desconocen qué fueron aquellas jornadas que marcaron a fuego el devenir del sindicalismo. Entonces se reitera el interrogante una y otra vez ¿Es obra de la casualidad que la primera huelga de trabajadores de una aplicación digital, en el contexto de un gobierno que estimula este tipo de actividades desreguladas, haya sucedido en el mismo país en el que cincuenta años antes otros trabajadores encabezaran una manifestación popular contra una dictadura? La memoria colectiva atesora y refleja vivencias de grupos constitutivos y que de diversas maneras y circunstancias se despiertan cíclicamente de un modo perplejo en generaciones venideras.No es mirar al pasado de manera nostálgica. Es comprender cómo se resignifican esas luchas pioneras. En una Argentina gobernada por una derecha neoliberal que brega por la individualización de los trabajadores y ve a los sindicatos como enemigos, lo que hicieron los rappitenderos, contiene algo de ese espíritu revolucionario que encabezaba Tosco. Es por eso que se vuelve indispensable tender puentes que reflejen la genealogía de las luchas.