En aquellos tiempos negros, en 1979, dos adolescentes curiosos e inconscientes que habían creado una revista deportiva después del Mundial 78, deciden entrevistar a Juan Manuel Fangio en la agencia de la calle Montes de Oca que fundó el quíntuple campeón de Fórmula 1. “Si tuviese que decir qué cosa me decepcionó o no me convenció del todo de aquel encuentro con Fangio, lo único que se me ocurre es un minúsculo detalle, tan nimio y frívolo que me hace sonrojar. Me refiero a la voz de Fangio, que, entonces, ese día feriado, me sonó aguda, menos grave e imponente de cómo imaginaba yo, con apenas catorce años, la voz de una especie de héroe nacional (…) Sospecho que la voz de Fangio me resultó menos grave, militar o terminante que las voces que por entonces tronaban alrededor porque, aparte de su registro natural, un tenor en términos operísticos, él refería las proezas más inciertas sin hacer ningún hincapié en su cualidad de proezas, con exquisitas pinceladas de pudor, como estupefacto frente a lo logrado, agradeciendo la suerte y a los demás. Me atrevo a decir que Fangio se sentía casi pasmado de tener esas historias que contar. Tan pasmado que nosotros, Fernán y yo, no teníamos derecho a sentir sorpresa. Era lo más normal del mundo llamar por teléfono a Fangio, encontrarlo en su despacho laboral un día feriado, pedir una entrevista con él y estar un par de horas después tomando la leche junto a él, sí, lo más normal del mundo”, recuerda el narrador de Faster (Impedimenta), magnífica novela de Eduardo Berti sobre los comienzos en el periodismo de un adolescente apasionado por los Beatles, especialmente por George Harrison, que con el tiempo elegirá el territorio de la ficción, bajo una suerte de imperativo categórico: “Lo fundamental es cierto, los detalles son inventados”.

   Berti –que vive en Francia desde 1998 y es integrante del grupo OuLiPo desde 2014– estuvo en Buenos Aires una semana para participar del documental sobre Luis Alberto Spinetta que formará parte de la segunda temporada de Bios. Vidas que marcaron la tuya, que se verá por la pantalla de National Geographic. Aportó los casetes con las conversaciones y entrevistas con El Flaco de su libro Crónica e iluminaciones. Como si el cosmos spinettiano se alineara ya está en las librerías Por. Lecturas y reescrituras de una canción de Luis Alberto Spinetta, publicada por Gourmet musical (ver aparte). “Faster empezó el día que llamamos a Fangio o tal vez el día en que conocí a quien es Fernán, que no se llama Fernán. Yo le dedico el libro a Pipo Lernoud, que fue un padrino cuando empecé a hacer periodismo y que no es ese periodista que aparece en la novela y que nos recibe a Fernán y a mí. Ese personaje resume a tres o cuatro personajes, a gente como Pipo Lernoud y Enrique Symns, que fueron los primeros a los que llevé alguna cosa escrita”, recuerda Berti en la entrevista con PáginaI12. Fernán es el periodista Marcelo Fernández Bitar, con quien trabajó en varios medios gráficos y firmaron juntos varios artículos. “Aunque hay mucha ficción en el libro, es real que con Fernán publicábamos una revista. Yo no sé cuándo empieza un libro, pero me fui dando cuenta de que esa anécdota de Fangio la iba contando cada vez más y que la importancia de ese encuentro con Fangio iba creciendo. Cuando estaba escribiendo el prólogo para la reedición de mi primer libro, el libro que hice sobre Spinetta, me acordé del momento en que agarré el teléfono para llamarlo a Luis, aunque antes de eso tuve que llamar al papá, que me dijo: ‘te doy el teléfono, pero no digas que te lo di yo’. En el fondo, cuando lo llamaba a Luis estaba volviendo a llamar a Fangio”.

–Pero en Faster el que llamó a Fangio fue Fernán, ¿no?

–Sí, por supuesto, eso es verdad. Pero esa vez no lo tenía a Fernán para llamar a Spinetta. Tal vez si me animé fue porque aquella vez nos había salido bien, pero nos podría haber salido mal. Tuvimos la infinita suerte de caer en alguien como Fangio. Más allá de la locura de llamarlo, en el fondo éramos dos chicos de clase media acomodada del norte de la ciudad de Buenos Aires y Fangio nos recibía ahí donde termina la ciudad, casi al borde del Riachuelo, un día de lluvia, sin haber preparado ni siquiera las preguntas. El tiempo se ocupó de magnificar la aventura de entrevistarlo a Fangio.

–¿Qué importancia tiene esa entrevista?

–Cuando empecé a escribir la historia, me puse a escribir el recuerdo de ese día porque estaba volviendo con tanta insistencia que me estaba pidiendo escribirlo. Mi hijo tiene casi la edad que yo tenía cuando fue lo de Fangio y habíamos tenido un par de charlas sobre temas que aparecen en el libro, como la vocación y la amistad. Esta historia se me metió en el cuaderno, porque yo escribo a mano, se me metió entre los dedos, y no pude dejar de escribirla. Pero no sabía qué estaba haciendo y empezó a crecer y yo empecé a jugar, a agregar cosas, a dejar lugar a la ficción. Cuando empecé a escribirla, yo no tenía la entrevista a mano porque había dejado una parte de mis libros y papeles de la “edad de piedra”, como dice el hijo en la novela, en Buenos Aires, en la que era la casa de mis viejos. Entonces me dije: voy a escribirlo sin la entrevista, con el recuerdo. Así como tenía recuerdos muy intensos de todo lo que ocurrió alrededor, no me acordaba nada de la entrevista. Cuando la encontré, me quedé duro porque el libro habla de lo que es empezar. Y yo no me acordaba que Fangio en esa entrevista nos dijo que quería hablar de los comienzos con nosotros. Cuando yo vi eso, casi me largo a llorar. No sé si lo hubiese inventado de tan bueno que es…

–¿Cómo funciona la figura de George Harrison en la novela?

–Cuando nos hicimos amigos con quien es Fernán lo que nos unió fue la música: los Beatles y Harrison, por supuesto. Harrison es como el Fangio de los Beatles. No por el hecho de haber salido cinco veces campeón del mundo, sino por la timidez, esa especie de antihéroe tímido y  humilde. Fangio era un ídolo heredado; nosotros fuimos a verlo a Fangio porque habíamos oído hablar de él a nuestros padres. No es un ídolo propio. Mi ídolo propio en fórmula 1 era (Emerson) Fittipaldi. En cambio George Harrison era un ídolo propio, un ídolo nuestro. Cuando estaba escribiendo, me di cuenta de que al mismo tiempo que le hacíamos la entrevista a Fangio vino por primera vez un beatle a América del Sur. Y lo llamativo es que esa visita de Harrison a Brasil no tenía que ver con la música, sino con los coches, y que es el exacto momento en que sale la canción Faster. Podría no haberlo visto, pero siendo fana de la música como lo soy, las dos historias se cruzan. Hay muchas cosas inventadas como el viaje nuestro a Brasil para verlo a Harrison. Lo que es verdad es la llamada a Fangio, que nos recibe, que nos da la entrevista y nos sirve la leche con vainillas. Aunque no me gusta decir qué es verdad o qué es falso, no puedo dejar de decir que eso es verdad, porque todavía me conmueve que nos haya recibido.

–Qué es verdad o no en un libro como Faster no parece ser importante. Cuando se trabaja con lo autobiográfico, la escritura consiste en diluir esa frontera entre lo verdadero y lo falso, ¿no?

–En Faster parto de algo real, de un recuerdo personal, pero después trabajo con la misma libertad y la misma mezcla de realidad y ficción como lo hice con la novela que podría ser todo lo opuesto: El país imaginado. No hay nada más alejado de mí que una mujer de 14 años, China, a comienzos del siglo XX. Sin embargo El país imaginado está lleno de cosas personales, de vivencias, de anécdotas, de convicciones, de dudas, de inquietudes, de planteos personales. Simplemente son dos trampolines distintos para llegar en el fondo tal vez a una misma zona. No me importa qué es verdad y qué es ficción y en algunos aspectos ya no lo sé porque no es casual que este libro tenga una cosa circular, como de ritornello. La memoria es como si tiraras una piedra en el agua y cuando se empiezan a armar como círculos concéntricos un círculo empuja al otro. Esa cadena de círculos que se forman alrededor de la piedra son la serie de evocaciones que vamos haciendo. Como decía Borges, al final el recuerdo se convierte en versiones y ya no estás necesariamente recordando el hecho original. Y tiene que ver con el circuito de las carreras, con los coches que van girando, pero al mismo tiempo que giran cada vez la situación es otra. Y sin embargo hay épica y hay viaje porque cada vuelta es distinta; hay drama, hay choques, hay accidentes. Finalmente, también los discos dan vueltas. Todo esto lo fui viendo a medida que escribía. Durante muchos años, en los primeros libros que escribí, mi reacción en contra de lo que fuera cualquier marca muy personal era lo que creía que en ese momento debía ser la literatura.

–Quizá en los últimos diez años se empezó a valorar la autoficción o el registro más personal o íntimo, ¿no?

–Puede ser, pero esa reacción era por una enorme timidez de mi parte a contar cosas personales. Hay una tensión en el libro entre el periodismo y la literatura. Cuando me puse a escribir y a publicar mis primeros cuentos y mis primeras novelas, tenía una necesidad de desmarcarme del periodista. Tal vez por inseguridad o por miedo apostaba a una ficción “pura” o imaginativa, que tiene que ver con mis gustos como lector, pero tal vez la exageraba un poco por esta necesidad de escribir contra el periodista. Todo eso ya no me importa nada, me saqué ese peso de encima y me siento más libre. 

–En Faster el narrador se molesta cuando unos años después recuerda que Fernán le hizo una entrevista y puso “escritor y periodista” y advierte que nadie dice de Chéjov que es médico y escritor o de Wallace Stevens, vendedor de seguros y escritor. ¿Exagera ese narrador los reparos y críticas hacia el periodismo?

–Sí, es una exageración, pero esa tensión estuvo en mí. El periodismo y la literatura siempre fueron dos pasiones y en Faster hay un gran homenaje a lo que aprendí con el periodismo, a todo lo que le debo. El periodismo me ayudó a educarme en público. Pero hubo un momento en que quise tomar una decisión porque las dos cosas al mismo tiempo no eran compatibles con la misma pasión y la misma entrega. 

–Es curioso la resonancia del título de la novela respecto a cómo cambian las tecnologías con el tiempo. ¿La literatura siempre es más lenta y llega después?

–Totalmente. La literatura tiene otro tiempo. Este libro va a ser presente del lector dentro de muchos años. El vínculo con el lector está fuera de las coordenadas habituales del tiempo. Hay alguien que tal vez lea este libro mañana, en el futuro. Entonces también uno lee En busca del tiempo perdido hoy y recupera ese tiempo de otra manera. El pacto temporal que instalan los libros es otro y no envejece. Un disco o una película envejecen de manera más explícita.

–El narrador no expresa en ningún momento una marca geográfica. Cuando habla con su hijo parecería que estuviera también acá, en Buenos Aires. ¿Fue deliberada esta indistinción geográfica?

–Sí, fue deliberada, sos la primera lectora que me dice esto. De hecho Enrique (Redel), mi editor de Impedimenta, me dijo: “me parece que hay un error porque hay una diferencia horaria entre el narrador y su amigo”. Y yo le contesté que él estaba dando por sentado que el narrador estaba en Europa. La novela toma partido por el narrador en el mismo lugar. La mudanza de país en la novela está dada por la mudanza del país del periodismo al país de la literatura. La separación geográfica que más importa en este libro está ahí, en ese momento en que el narrador se muda un poquito más al país de la ficción y toma la decisión de hacer el menor periodismo posible para poder vivir. Fernán sigue en el otro país: el país del periodismo. Elegí lo que más quería, pero no fue fácil.