Han pasado cincuenta años de las revueltas de Stonewall, aquel antro bailable manejado por la mafia italiana en el entonces humilde barrio de Greenwhich Village en Nueva York, en el que una multitud de personas trans negras, drags latinxs, maricas migrantes y lesbianas chongas de clase trabajadora, conmocionadas a su vez por la muerte de un  icono generacional de la fantasía queer como Judy Garland, se manifestaron de manera espontánea contra la extorsión económica y la brutalidad policial que les perseguía sistemáticamente. La respuesta radical que cobró forma aquella madrugada del 28 de Junio de 1969, que implicó largas horas de enfrentamiento directo con las fuerzas represivas y la movilización de una comunidad sexual ultrajada por la violencia de la normalidad, motorizada por la energía intempestiva de episodios previos de desorden público como los disturbios protagonizados por la comunidad trans en la Cafetería Compton en San Francisco por ejemplo, convertiría aquella noche en una referencia histórica reconocida mundialmente como catalizadora de los movimientos de liberación sexual. 

Parece poco tiempo, pero mucho ha sucedido a partir de aquella noche. Después de largos esfuerzos, y muchas vidas, es cierto que algunos estereotipos culturales han sido modificados, se han conquistado derechos y contamos con la posibilidad de experimentar nuestros deseos sin las mismas limitaciones que solían sujetar en silencio nuestras vidas en otra época. Pero también es cierto que de la misma manera, existen poderosos procesos de asimilación de nuestra diferencia, que reducen nuestra vida a una ciudadanía mediada por el consumo y que se distancian considerablemente de aquellas utopías donde la experiencia del sexo y la autonomía sobre el cuerpo fueron un destello de voluntades indómitas contra la cansadora insistencia de la normalidad capitalista. 

Hoy la ciudad de Nueva York, donde acontecieron las revueltas de Stonewall, se ha transformado en un escenario donde estos sentidos de la historia se disputan. Por un lado, existe la saturación histriónica de publicidad festiva, de recordatorios inclusivos y ofertas multicolores impulsadas por las agendas culturales que ha diseñado Heritage of Pride, la organización que desde el año 1984 convoca con el millonario apoyo económico de empresas privadas y la seguridad de las fuerzas policiales, la Marcha Oficial del Orgullo de la ciudad de Nueva York, que este año coincide estratégicamente, en ser la sede del Orgullo Mundial, otro evento de reconocimiento internacional promovido por InterPride, la coalición corporativa de organizaciones que promueven internacionalmente la normalización de los derechos de lesbianas, gays, bisexuales y personas trans a través de actividades como desfiles de moda en el espacio público, festivales de música con djs reconocidos y conferencias en las que toman la palabra activistas, políticos de turno y empresarios que promueven el respeto a la diversidad. Con un presupuesto que escala por encima de los 20 millones de dólares, las así reconocidas festividades oficiales impulsan hoy la puesta en valor de las revueltas de Stonewall como un hito protagónico en la historia de la ciudad abierto para el turismo global y el entretenimiento nocturno.

Por otra lado, existe un numeroso conjunto de actividades promovidas especialmente por instituciones culturales y museos de arte contemporáneo, que intentan recuperar a través de sinuosas exhibiciones, historias insospechadas, documentos históricos e imágenes pequeñas que nos acercan cálidamente a la complejidad de aquella noche en la que el deseo fue revolución, volviendo visible el trabajo político, los procesos afectivos y el frágil esfuerzo de una vulnerabilidad compartida obstinada en la posibilidad del placer. 

PEOR QUE LAS RATAS

Para Thomas Lanigan-Schmidt, un artista americano que estaba dentro de Stonewall Inn la noche en que se desataron las históricas resistencias contra la violencia policial “La palabra ‘comunidad gay’ no existía por aquel entonces... Solo éramos un grupo de maricones y tortilleras que eran odiados por el mundo, llamados enfermos y criminales. Pero un día decidimos que no. En ese sentido, aquello fue como el arte... una decisión compleja, espiritual y física.”. Una decisión incluso, que frente a sus ojos, volvió posible que aquellos sujetos que el narra como ‘ratas callejeras’, brillaran tanto como el más resplandeciente oro, desarrollando así un tipo de alquimia kitsch que aún hoy persiste en su trabajo como un artista que recupera el sentimiento ambivalente de la precariedad sexual como una forma de violencia pero también como una  potencia luminosa desde al cual inventar una vida bella. Motivo que lo vuelve un protagonista indiscutido de “Art after Stonewall” una de las exhibiciones más grandes hoy en la ciudad, curada por Jonathan Weinberg, Tyler Cann y Drew Sayer para el Leslie-Lohman Museum of Gay And Lesbian Art y la Grey Art Gallery de la Universidad de Nueva York, que examina el impacto de los movimientos de liberación sexual,  iniciados en las revueltas de Stonewall durante la década de los `70 y sus resonancias inmediatas en los ‘80, poniendo en valor la potencia experimental, la intensidad política y los repertorios imaginativos que introdujo dicho acontecimiento en la historia del arte. 

NOCHE DE RABIA

“Nadie te prometió el mañana”, fue una expresión de la artista y activista Marsha P. Johnson utilizada para subrayar tanto la precariedad como la fuerza vital de las comunidades sexuales que protagonizaron las revueltas de Stonewall. Hoy, además, es el título de la exhibición que el Brooklyn Museum ha organizado, bajo la curaduría de Margo Cohen Ristorucci, para conmemorar por su parte el cincuenta aniversario de esta fecha histórica, a través de una selección de más de veinte artistas contemporáneos que desde distintos soportes y  estrategias poéticas dan cuenta, no solo de las influencias que estos disturbios tuvieron en el mundo del arte, cincuenta años después, sino también de cómo la práctica artística puede ser un modo de reescribir los silencios de dicha historia, que a menudo nos privan de conocer experiencias de vida y formas de deseo que desafiaron profundamente la norma. Ese es el caso de Stormé DeLarverie, una lesbiana masculina drag king cuyo enfrentamiento con la policía desato oficialmente la chispa que incendiaría aquella noche de rabia, y que históricamente, ha sido omitida como un punto de inflexión protagónico en esta historia. LJ Roberts, artista genderqueer, recupera la historia de Stormé DeLarverie a través de un meticuloso trabajo de archivo que encuentra en procedimientos como el collage, el diseño y la manipulación digital de documentos, un modo sensible de inferir en el torcimiento de las historiografías oficiales. Así, desde la luminosidad intermitente que se extiende sobre fotografías de  Stormé en la compañía drag a la que pertenecía, frente a la puerta de Stonewall Inn, o en bares icónicos de la cultura lésbica de Nueva York, se encuentran fragmentos de periódicos arrancados con la mano que van tejiendo de forma titubeante y sin orientación alguna, el momento preciso en que esta chonga drag king daría el primer paso para cambiar una porción de la historia. 

FULGOR DE ARCHIVO

En esa misma línea, dos exhibiciones más completan este circuito cultural que busca honrar los días después de Stonewall. Por un lado, “Love & Resistance” en la Biblioteca Pública de Nueva York que a partir de fotografías de Kay Tobin Lahusen y Diana Davies documenta los primeros días de los movimientos de liberación sexual, y por otro, “Stonewall 50 at New-York Historical Society”, una exposición doble que retrata la historia de la vida nocturna como una geografía constitutiva de la experimentación político-sexual, que se complementa con una segunda muestra curada especialmente por el Lesbian Herstory Archive, dedicada a la reconstrucción de tantos años de trabajo comunitario, redes internacionales y prácticas creativas de los activismos enfocados en el aporte de mujeres, bisexuales y  lesbianas tanto cis como trans. 

Así se prepara la ciudad de Nueva York para recibir más de cinco millones de turistas durante el mes de junio para celebrar estos 50 años de Stonewall: bajo los efectos de una convivencia incomoda entre corporaciones amigables, movilizaciones independientes, exhibiciones críticas y especulaciones turísticas. Una extrañeza que nos da la pauta que aún tantos días después de Stonewall, queda mucho por ser dicho en la historia de nuestros deseos.