Desde París

Una brisa de tristeza y de desgarramiento atraviesa el sistema político francés. Ni siquiera la izquierda se salva. La Francia Insumisa (LFI), el movimiento fundado por Jean-Luc Mélenchon en 2016, está acaparado por una ruptura entre dos frentes cuyos lideres postulan desde la desaparición de la palabra “izquierda” hasta la aceptación de un movimiento populista. No es una interpretación sino las posiciones públicas que se asumen a en cada corriente. La descomposición de los dos antiguos partidos de la alternancia democrática, la derecha de Los Republicanos y el Partido Socialista, sumado al fracaso de la izquierda radical, que en un momento pareció captar el liderazgo para convertirse en uno de los ejes ineludibles de la oposición, siembra la sensación de que un mundo acaba de desaparecer bajo los pies. Algo a la vez poderoso y sutil se esfuma. Los viejos enemigos son una sombra de sí mismos, los progresismos se hunden y los nuevos ganadores, principalmente el partido La República en Marcha del presidente Emmanuel Macron y la extrema derecha de Marine Le Pen, se maquillan para las batallas futuras como si los demás ya no existieran. El lepenismo es una opción con raíces densas mientras que el macronismo ha absorbido todo lo que, a la izquierda y a la derecha, existía de moderado. Emmanuel Macron y Marine Le Pen redujeron a sus adversarios al papel de espectadores sentados en las últimas filas. Las elecciones europeas del pasado 26 redistribuyeron el juego de los poderes políticos, tanto en Francia como en el resto de Europa. El abanico de las izquierdas sufrió la misma arremetida: el Partido Socialista es un retazo, la izquierda radical de Francia Insumisa atraviesa un huracán al tiempo que el Partido Comunista o los trotskistas carecen de influencia. Sólo los ecologistas (EELV) han logrado volver al protagonismo gracias al 13,1 por ciento de los votos. El resultado los acerca a su marca histórica de 2009 cuando su propuesta, encabezada por el líder de las revuelta de mayo de 1968, Daniel Cohen-Bendit, los izó al 16,8 por ciento. Los ecologistas lideran hoy el voto de una izquierda cuya desunión confirmó la sabiduría popular: juntos podemos, separados perdemos. 

Fuera del macronismo y el lepenismo no hay movimiento que no esté en crisis. El partido Los Republicanos refundado por el ex presidente Nicolas Sarkozy sobre las brazas del gaullismo perdió su líder, Laurent Wauquiez, y varios responsables históricos de esta corriente. La lección más amarga se la llevó sin embargo la izquierda y su dislocación en varias listas. El vespertino Le Monde revela que con “una lista común la izquierda hubiese podido llegar a la cabeza de las elecciones” (32 por ciento, sumando a Mélenchon, los comunistas y los ecologistas). Sin embargo, la izquierda está peleada con sí misma. La Francia Insumisa de Mélenchon ha perdido su pujanza. La dinámica estaba en pleno ascenso en las elecciones presidenciales de 2017, donde Mélenchon sacó 19,8 por ciento, ocho puntos más que en 2012. Inmediatamente después, en las elecciones legislativas, el porcentaje bajó a 11 por ciento, hasta llegar al 6,3 en la consulta europea. Desde entonces, se han hecho públicas las críticas a la línea política de confrontación pueblo contra élites asumidas por el líder de la Francia Insumisa. La crisis es tal que el mismo Mélenchon dejó entrever que podría emprender un retiro temporario en las próximas semanas. Con todo, el líder francés precisó: “no estoy deprimido, no me voy a jubilar. Estoy en el combate y permaneceré en él hasta mi último aliento”. Mélenchon, en 2017, parecía el único capaz de federar a las izquierdas y confrontar el proyecto de Emmanuel Macron. 

“Algo de mí se ha perdido entre mi casa y tu casa”, dice la canción de la peruana Susana Baca. Y en Francia ocurrió algo similar: algo se perdió entre los pliegues de las izquierdas. Hoy, este movimiento se ha partido en dos líneas en el seno de las cuales, una de ellas, incluso quiere borrar la palabra “izquierda” de su repertorio. La diputada LFI Clémentine Autain es partidaria de abrirse hacia la izquierda, de “poner en común a gente oriunda de horizontes diferentes y hacer que prospere el pluralismo”. Autain aboga por “un Big Bang de la izquierda” y el abandono del  “perfil populista” adoptado por Mélenchon, el cual  consistió en una confrontación con los medios y en la división entre un “ellos y nosotros”.  

El diputado LFI Adrien Quatennens se sitúa en la otra orilla. Para esta opción mayoritaria “el futuro no está a la izquierda” sino en la reconquista del electorado popular que vota a la extrema derecha. “La vocación de Francia Insumisa no consiste en ser un enésimo partido de izquierda. LFI nació para ser el útil del pueblo  y de su revolución ciudadana”. Lo mismo alega otro diputado de LFI, Alexis Corbière, para quien el porvenir pasa por une opción “populista humanista” y “el abandono del término izquierda”. Corbière  defiende esa palabra “populismo” que tanta tinta ha hecho correr en todo el mundo, sobre todo cuando se la vincula a la izquierda, particularmente en América Latina. Sin embargo, Corbière la considera “compatible” y explica: “el populismo no es ni un programa, ni un régimen político, ni un estilo oratorio. Es una estrategia”. 

Entre esos dos puertos está el movimiento de Mélenchon: populistas contra refundadores de la ya utópica unión de las izquierdas. Emmanuel Macron y Marine Le Pen contemplan desde las cumbres apaciguadas cómo cada uno de sus adversarios se diluye o se desgarra buscando una respuesta a su mutua pujanza. La derecha es un ramo de flores secas, la socialdemocracia un recuerdo aniquilado, en parte absorbido por el macronismo, al igual que las facciones moderadas del conservatismo. Lo que permanece en pie del progresismo se ha tornado un pugilato. Hasta la palabra izquierda está en el banquillo de los acusados. 

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