Todo comienza con una frase de Foucalt: “Es feo ser digno de castigo, pero poco glorioso castigar”. La película Bazán Frías - Elogio del crimen intenta reconstruir la imprecisa historia de este bandido social tucumano a través de los presos de Villa Urquiza, el penal de la capital provincial. Esto significa que no solo evoca el mito de esta mezcla de Robin Hood y San La Muerte sino que a la vez registra el proceso previo de los detenidos participando de un taller de teatro creado para armar el elenco. En ese espacio se impuso casi desde el principio un diálogo crudo y poderoso entre la violencia que debían representar en la ficción y la que dominaba la vida antes y después de los pabellones. Un juego de espejos que, por otro lado, interpelará inevitablemente también a quién lo vea al otro lado de la pantalla.

Como sacar a los presos era imposible, la parte ficcional se rodó dentro de la cárcel. Sin embargo, la edición final intenta abrir las rejas para establecer una especie de diálogo trasmuros entre el adentro y un afuera que se manifiesta en un arco que va desde los ladrones que llevan velas a la tumba de Andrés Bazán Frías hasta los que reclaman mano dura y glorifican al genocida Malevo Ferreyra, que mató hasta que se cansó y luego se mató a sí mismo. Lo interesante de todo esto es que la figura de Bazán –un tipo al que mucho se venera pero poco se lo conoce– entraña misterios y contradicciones. Y la película, lejos de aspirar a un relato superador y concluyente, busca el ritmo entre los pliegues y las tensiones.

Todo comenzó en la clase que Juan Mascaró da en la Escuela de Cine de la Universidad de Tucumán, la más grande de su estilo en toda la región NOA. Un día, un alumno llevó la historia de un bandido de los suburbios tucumanos que compartía el botín con la gente del barrio y terminó acribillado por la policía. Ocurrió hace un siglo y el registro documental es nulo: apenas algunas crónicas periodísticas en base a la “información oficial”. Fueron los relatos orales entre generaciones quienes, con el tiempo, hicieron de Bazán Frías un mito.

Sin material de archivo ni data histórica de rigor, Mascaró vislumbró otro camino para contar a Bazán Frías y su fenómeno posmortem: la reconstrucción que hacen sus principales devotos, mayormente presos. Inició entonces todo el tramiterío para dictar un taller de teatro dentro del penal y luego para filmar con el elenco armado entre los detenidos. Pero, en simultáneo, el guión de la película fue abriéndose del registro exclusivamente ficcional para volverse también un documental sobre esa experiencia. “Como todo documental, uno parte de una idea pero después el rodaje va marcando la cancha”, explica Juan.

Durante ocho meses, César Romero y Silvia Quírico dieron un taller de actuación en la cárcel cada sábado. Ambos venían trabajando con teatro social en barrios. “Tienen experiencia con el ‘sujeto’ y además se pusieron al frente en muchas cosas”, valora Mascaró. Y ejemplifica: “Hubo una escena de violación que ningún preso quiso hacer, entonces César debió cumplir con el papel. Eso refleja también la valoración interna de los delitos y los crímenes por parte de ellos, quienes establecen una estructura de valores”. En otra parte de la peli se ve cómo les hacen practicar peleas pero con la consigna de que no se toquen. Un claro ejercicio para hacerles trabajar la verosimilitud de la violencia no a partir del bajo instinto que la provoca sino desde la composición actoral.

La película muestra cómo los presos se van interesando en el taller y en la historia de Bazán Frías, y cómo la actividad se va convirtiendo paralelamente en una plataforma de expresión y catarsis sobre determinadas situaciones. Porque hablar de Bazán también es hablar de delitos, tiros, policía, sueños y libertad. “Eso hizo que la relación con el servicio penitenciario se vuelva áspera”, dice Mascaró. “Porque al principio lo vieron como un juego teatral, una actividad que tranquilizaba a los presos. Pero después se convirtió en un espacio de reflexión crítica que sacaba cosas que incluso los comprometían. Nosotros no agitamos la catarsis ni la reprimimos: había una gran necesidad de ellos de contar cosas que iban desde la violencia institucional que padecen hasta los delitos.”

En cuanto al método, Mascaró agrega: “A la hora de trabajar la parte ficcional, tratamos de que relacionaran lo que estaban representando con lo que les pasa día a día. Había una línea muy delgada porque cuando nosotros cortábamos las tomas sobre violencia y delincuencia, para ellos ambas seguían presentes en su cotidianidad”.

Otro aspecto notable es la participación de María Alejandra Monteros. La actriz tucumana fue parte del equipo que hizo la peli y la única mujer del relato ficcional (hizo de pareja de Bazán Frías), aunque en otros momentos también aparece relatando su propia experiencia en el rodaje. “Al final debatimos si nos incluíamos o no en la peli y nos pareció bueno que ella hiciera de nuestro ‘alter ego’, siendo la voz del colectivo, aunque al mismo tiempo contando su propia experiencia y la relación que debieron construir con Héctor Espeche, el preso que actuó de Bazán”.

La circularidad de la narrativa adquiere su forma definitiva con testimonios de gente que no está presa pero igual opina sobre Bazán. A favor, en contra o con silencios que dicen lo suyo: “Es una historia medio enterrada porque a muchos les da pudor confesar que veneran a un tipo que era un delincuente, más aún con los problemas y las discusiones sobre inseguridad que hay en Tucumán. Además los propios ladrones incluso van a pedirle o agradecerle por el ‘trabajo’. Es una persona contradictoria y por eso muy bajo cuerda: una especie de santo escondido”.

* Bazán Frías - Elogio del crimen tendrá proyecciones hoy y mañana a las 20 en el Cine Teatro La Máscara (Piedras 736) y también en otros Espacios INCAA del interior.