"¡Yo salí del Leyes y vos te fuiste metiendo, y ahora estás bien adentro!" le gritó a modo de despedida uno de sus entrevistados, Rodolfo, a Gustavo Farabollini, autor del convocante libro El puente de las ánimas. La tragedia de Arroyo Leyes y la historia de los sobrevivientes (Modesto Rimba, 2019), con prólogo de Selva Almada.

Escritor, historiador y cronista, Farabollini vive en San José del Rincón (provincia de Santa Fe) y se sumergió durante una investigación de dos años en una historia que duele recordar: la de la caída de un colectivo interurbano de la empresa Helvecia desde un puente y hasta el lecho del fondo del Arroyo Leyes, a las 18:43 del 20 de noviembre de 1970. Había salido de la ciudad de Santa Fe a las seis de la tarde, sobrecargado de pasajeros; muchos de ellos eran niñas y niños que volvían de la escuela. De las sesenta personas que viajaban, murieron 54.

El autor siguió la pista de los 6 sobrevivientes, entrevistó a testigos

y logró un libro único, de gran relato y fiel con precisión documental.

El autor siguió la pista de los 6 sobrevivientes, entrevistó a testigos y logró un libro único. Fiel con precisión documental a los testimonios que intentan dar cuenta de los hechos, El puente de las ánimas revisa documentos y recupera el realismo mágico por el camino menos pensado: el de la crónica literaria de no ficción que toma elementos del género policial, en la tradición de Operación masacre de Rodolfo Walsh y de Chicas muertas de Selva Almada. A medida que el cronista va adentrándose en la trama vital y familiar de esas personas comunes y corrientes renacidas de las aguas, y de sus improvisados rescatistas, se encuentra con una realidad que supera ampliamente los límites de la razón y que la desborda hacia el mundo de lo sobrenatural; o al menos tal es el relato sobre sí mismos que con voces poderosas le presentan las dos figuras protagónicas de entre los muchos entrevistados. Su arte de cronista consiste en observarlos, escucharlos con empatía, tomar nota sin sensacionalismos y no saber más que el lector a cada paso del relato, un poco al modo de un detective que se abre camino a través de un misterio penoso pero intrigante.

De aquellos seis, pudo entrevistar a dos. Lo demás lo obtuvo de familiares y vecinos. Américo Siviero no quiso hablar. Según sus parientes, antes de la caída del Helvecia al arroyo había sobrevivido a dos desastres más. Dos de los seis pasajeros rescatados, el adolescente Oscar Mántaras y el peón rural salteño Marcelino Romero, perecieron pocos años después tras unas breves existencias también signadas por la recurrencia de accidentes: Romero, en otra caída parecida; Mántaras, a los 16 años y en forma súbita pero natural. Nelly Marchi había perdido a un hijo en la tragedia del puente y ella vivió hasta los 91 años, rebelándose al principio contra un Dios que se llevó antes al más joven.

Con homérica astucia de buen documentalista, Farabollini deja para el final las dos voces más asombrosas. Rodolfo Ramos parece un invento de la literatura: fue el único que logró salir del colectivo ya sumergido hasta el fondo, y atravesó tres años después un choque de moto en el que perdió un pie y cambió de apellido, al ser adoptado (todavía era menor) por una familia más culta que la de su origen. Hoy es un artesano que divaga y escribe sobre arquetipos míticos, sobre experiencias místicas y visiones bíblicas. Farabollini se hace cargo de esa voz en un estilo indirecto libre que la deja brillar sin empañarla.

La historia más conmovedora es la de la beba Alicia. Su madre logró sacarla por una ventanilla y ella flotó en su bombachita de goma. Padre, madre y dos hermanitos fallecieron en el accidente. La crió una tía materna en la provincia de Buenos Aires. De sus tres salvadores, se reencontró con uno, el Tata Escobar, quien fue tema de una crónica premiada de Farabollini para la revista Anfibia. Alicia pasó tres décadas de maltrato y miseria con un mal matrimonio sin sospechar siquiera que otro de sus redentores, el olvidado ingeniero Occhi, la quería como un padre y murió desesperado por no poder volver a verla. Rogelio Coco Ortiz sí fue reconocido por la prensa como el héroe que rescató a la beba, pero él no se quiere acordar.

Al final, Alicia le cuenta al cronista que ella ha desarrollado una sensibilidad especial que le permite ayudar a los espíritus a encontrar su camino después de la muerte. Cabe suponer que quizás pueda hacer algo por las 54 almas que todavía atrapadas en el remolino, según cuentan los lugareños, siguen pidiendo auxilio.