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UNPLUGGED (9)

Por Rodrigo Fresán

T.gif (67 bytes) UNO. Pueden llamarme X. Yo he sido --aquí, en la parte de atrás, todos estos meses-- la sombra de la sombra; el escritor fantasma de alguien a quien, por cuestiones de seguridad y hasta pudor, me limitaré a llamar U. La cosa es así: voy para cuatro meses sin ver televisión por prepotencia del monstruo que yo mismo inventé. Y el monstruo me trajo varios, muchos, demasiados problemas. Pero no me quejo. Bueno, me quejo un poco. Pero también falta poco. Para que esto termine. Pensé que faltaba un Unplugged más. Y a otra cosa. Pero no, termina ahora. Voy a prenderlo, voy a ver los Oscar, vi los Oscar. Y no pasó nada.

DOS. Pueden llamarme U y, en fin, espero que no se tomen en serio los patéticos blues del desenchufado de más arriba. Pobre tipo... Uno le hace un favor y encima se queja. El tipo ahora lee más, escribe más, duerme mejor y hasta entiende esas películas de directores polacos que antes le causaban tanta irritación. En resumen: un individuo recuperado para la sociedad...

TRES. Mientras tanto, mientras estos dos discuten sobre las pequeñeces de sintonías irreconciliables, la historia continúa ahí afuera. La televisión digo. Hay nuevos programas que ya no son tan nuevos y que están a punto de desaparecer para siempre. Hay nuevas publicidades (impagable el retorno esquizo de Antonio "Parliament" Banderas) y nuevos productos y nuevos programas de entretenimientos y, seguro, nuevos modelos de televisores de esos que lanzan una vez cada cuatro años, con cada Mundial de fútbol, para intentar convencer a los televidentes que --digan lo que digan-- el tamaño es siempre lo más importante, lo único que importa.

CUATRO. ¿Y qué hay, qué ocurre, cuáles son los efectos secundarios, qué sutiles modificaciones atmosféricas y psicológicas se producen en el hábitat? Para empezar, el traslado de esa pupila ciega y sin párpado --la de un televisor apagado-- significa no dormir más frente a semejante cancerbero. Cuando se deja de ver televisión --cuando se mira fijo el televisor apagado y se pierde y se gana el tiempo proyectando los programas más privados sobre esa superficie súbitamente refractaria y reflexiva-- se asoma, primero la sospecha y enseguida la sorpresa, de que cuando están apagados, los televisores nos miran a nosotros y nosotros somos su entretenimiento. Así, nuestras vidas no son más que las situation comedies que se dan en el mundo de los televisores. Yo --por ejemplo-- fui tapa de la TV Guía de los televisores dos o tres veces, no estoy seguro. A veces, cuando nos ponemos aburridos, nos levantan. No sacan el aire y nos sacan del aire. Nos apagan.

CINCO. Varios televisores se ponen de acuerdo para ir a la casa del televisor de Charly García, por ejemplo.

SEIS. Y entonces --muy cerca del final-- se comprende de una buena vez por todas ese cliché de alguien tirando algún televisor por la ventana. Ese alguien tuvo el privilegio y la maldición de escuchar muy claramente cómo su televisor se reía de él.

SIETE. Ahora anochece. Ahora es la hora de las noticias y del máximo encendido. Vuelvo a ver televisión. Pero de otra manera. Consciente de que no estoy viendo nada o poco. Voy a ver poca televisión. Voy a ser selectivo y no hacer zapping. Voy a prender cuando empieza una película y apagar cuando acabe. Afuera, el aire de Buenos Aires se llena de electricidad y todas esas antenas señalando hacia arriba y todos felices y apenas unos pocos que se dan cuenta que todo lo que está ocurriendo ahí adentro no ocurre en ningún lado, no va en vivo. Hace años que no se transmite en directo, pero la gente prefiere creer que sí. Cualquier cosa es mejor que descubrirse riéndose de la nada para que todos ellos --los felices aparatos-- puedan reírse de nosotros, botes contra la corriente en busca de aquel orgiástico futuro que está en otra parte y de este final y de aquel momento de meditación que está aquí, por este canal, a la misma hora de siempre y hasta nunca.

 

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