La condición del pintor

Andreozzi alude a imágenes para expresar un dolor privado que permanece intraducible.

Por Beatriz Vignoli

Las pinturas de Carlos Andreozzi que pueden verse hasta el 5 de abril en la sala Schiavoni del Centro Cultural Bernardino Rivadavia abarcan un período de su producción de cerca de seis años. Angustia Litoral data de 1992 y es anterior a la serie de Estructuras que Andreozzi expusiera en la Biblioteca Argentina en agosto de 1993. Ya entonces aparecía en su pintura una cualidad que podríamos llamar arqueológica: una doble densidad, material y de sentido, que articula la paradoja expresionista de una superficie profunda. Andreozzi parece en su pintura de ese período querer llevar al límite la expresividad de los materiales para crear un efecto de profundidad temporal a la vez histórico y geológico, como si una avalancha de lava hubiera congelado el pasado en presente. Una tradición regional de lo moderno (Torres García, Hlito, el grupo Litoral) es presentada monumentalmente como vestigio arcaico de un continente perdido. Andreozzi llevaba a cabo en aquellas pinturas un rito vivificante del mito de la Historia del Arte.

Posteriormente, en Miserable origen la densidad se complejiza con incisiones en el soporte real de la tela. El efecto de museo se potencia mediante la sugestión de una narrativa de cortes y costuras. La figura del pez —símbolo culturalmente cargado— funciona como pura forma casi metálica en medio de una suntuosidad de rojos y azules heráldicos.

En Cabeza (Estudio para un retrato) y Mi clase retro (Autorretrato) la idea de un linaje pictórico de "maestros" aparece como juego erudito de citas visuales. Lejos de armar un discurso postconceptualista de sentido unívoco, estas apariciones surgidas de un subconsciente cultivado conservan, bajo la máscara carnavalesca de contraseñas de vernissage, su carácter de enigmas.

Como un actor que llorara de verdad en la escena, Andreozzi alude a las imágenes artísticas de un archivo público para expresar un dolor privado que permanece intraducible. La herida recurre en Un universo de vida... pero no debajo de la pintura sino encima, un trazo rojo en el plano pictórico mismo. Tres estudios para un sacrificio toma elementos de Bacon y de la transvanguardia de los años ochenta para montar un teatro de la precariedad de la existencia. Un pathos insistente, efectivo, se agarra de signos codificados para poder negociar el sentido con el espectador una vez de regreso de la inmersión en las profundidades del puro temperamento: lo tenebroso romántico se apoya en bellas ruinas.

La de Andreozzi, en esta etapa, es una pintura cuya conciencia de sí en tanto arte sublime le permite mantener una cierta estructura semántica en medio del caos organizado y el azar controlado de la poética moderna de la improvisación magistral. Toda una retórica de cultismos se superpone a otra de gestos grandiosos y efectos viscerales de gran inmediatez. Los resultados son buenas pinturas capaces de leerse a sí mismas como gran pintura. En cada una de ellas Andreozzi presenta una escena del drama de la condición del pintor actual.