
Madre mía
Por Miguel Angel Mori
Escuchar Granada de Agustín Lara, repantingado en aquellos sillones de madera gruesa y lustrosa, acariciando el tapizado de hilo percudido, mientras ondulaba el disco de pasta en la vitrola, era hermoso.
De saber que todo aquello acabaría me hubiera aferrado a la falda de mi madre y le hubiera rogado que me volviera a contar una y mil veces el cuento del pastorcito mentiroso y el de la cigarra y la hormiga. Le hubiera seguido por los patios, a la cocina, a las habitaciones altas cubiertas de humedad, para que una y otra vez me los volviera a contar, como repetido concierto barroco, hasta detener su juventud y mi niñez.
Me hubiera demorado en el mate con leche, saboreándolo lentamente antes de salir presuroso a la calle, antes de corretear con ímpetu hasta la esquina donde me esperaba el Hora con el "toco" de figuritas.
La hubiera acompañado a destender la ropa en el crepúsculo, a tirarle granos de maíz a las gallinas, a levantar la mesa, a hacer la cama y acompañar sus rezos.
Hubiera acariciado otra vez a la Pichicha, al Tony para que vuelque la cabeza sin comprender nada y sus orejas caigan como hojas de alcaucil, eternamente, como nocturno de Chopin.
Hubiera vuelto a contar las figuritas, a llenar el álbum con el Hora buscando las difíciles, a hacer proyectos alocados de espaldas a la cama mientras ellos dormitaban en la pieza contigua.
¿No sería hermoso seguir correteando por las calles? ¿Salir con una mandarina en cada mano e ir escupiendo a trancos las semillas? ¿Sentarse en el cordón de la vereda? Ir por primera vez al centro y tener los ojos de la infancia para todos, para todo.
¿Volver a un lugar de donde nunca nos tendríamos que haber ido?
Si yo pudiera volver, regresar a los sitios de la infancia. A la casa de la tías, a lo del abuelo, a la Navidad perdida, pero todo se ha declarado en ruina, puro hastío, ecos de un pasado en llamas. Ni ellos ya lo son, ni yo tampoco, Penelope.
Volver, no se puede volver.
¿Para qué regresar Ulises? El tiempo arrasa peor que las tormentas y es inútil levantar empalizadas; solo espinas, cuchillos. Demora de nuevo tu partida.
Y mis hijos que corretean por el barrio. Que dicen amistad, papá, mamá y salen y entran como trombas por mi casa. Hasta alejarse y levantar vuelo hacia la sima.