Los signos de la indiferencia

Por Gary Vila Ortiz

Creo que nuestra ciudad y su zona de influencia debe tener alrededor de un millón y medio de habitantes. Ignoro cuántos pertenecen a la colectividad judía, aunque sé que la colectividad española y la italiana son las más numerosas. Argentinos, claro, somos todos, y aunque ese hombre sabio, humilde, lleno de amor que es el obispo Pagura dijo con optimismo sincero que ya los argentinos hemos olvidado esa singularidad tan nuestra, tan lamentablemente nuestra, yo trato de sentir lo mismo y no puedo. Por el contrario, creo que cada vez estamos peores, tal vez por miedo, por pusilanimidad o porque ya hemos perdido la capacidad de reacción frente a lo ominoso.

El sábado pasado, frente a las Tribunales Federales, tanto el obispo Pagura, a quien cada vez respeto más, y el que escribe estas líneas, estuvimos en un acto para recordar que hace 19 meses que se cometió el vil atentado contra la Amia y la sensación que se tiene, o por lo menos que yo tengo, es que esto ocurrió ayer y que los poderes encargados de la investigación comenzarán a trabajar en el caso (difícil, es cierto) pero uno tiene confianza que eso de "todos los hombres de buena voluntad" pueden venir a habitar nuestra República sigue vigente. Lo único es que parece que marchamos hacia atrás, o nos hemos olvidado que vienen, no para que le pongas bombas sino para trabajar y darnos una grandeza que sin los emigrantes no hubiésemos logrado. Aun cuando esa grandeza me parece que también se ha olvidado, padecemos de una miopía selectiva. Una especie de daltonismo posmoderno que solamente quiere ver lo que quiere ver y los demás decretamos que no existe. En América 210 millones de personas viven por debajo del límite de la pobreza. Pero para muchos, esos 210 millones de seres humanos deben estar jugando a las escondidas ya que nadie los ve o se hacen los distraídos. Pero tampoco ven lo que pasa frente a sus narices o les importa un rábano que ocurra. Hace 19 meses se cometió un vil atentado en que murieron cerca de un centenar de seres humanos, algunos judíos y "otros inocentes". Para recordar esta afrenta estábamos frente a los Tribunales Federales, un grupo que no llegaba a ocupar la cuadra. Claro, jugaban ñuls frente a River, y era sábado y los hombres de buena voluntad se habían ido a tomar algún copetín o a pasar el fin de semana a otro lugar. Puede justificarse con eso si tienen conciencia que los que se justifican son unos cochinos, son unos cerdos infames. Pagura, que es de aquellos que tiene el temple necesario para seguir apostando a la utopía, habló de la ciudad de los "rosariazos", la de los movimientos populares, la ciudad donde había nacido el Che, una ciudad que no le tiene miedo a los legítimos enojos contra un poder amante de la impunidad. Pero yo me preguntaba: ¿adónde diablos están esos rosarinos? ¿Estarán muy viejos para poder caminar? ¿Estarán cansados? ¿Se habrán muertos? Lo que me llamó la atención en estos adelantados tiempos de contienda electoral es que no vi (a lo mejor había alguno detrás de una palmera) a ningún político, a nadie del gobierno, tal vez porque esperaban una invitación especial, una carroza como Cenicienta, y algunas ratas para que arrastrara. A los carteles que todos conocemos, de "Hoy somos todos judíos", "Hoy somos todos docentes", "Hoy todos somos Cabezas", "Hoy todos somos inundados", habría que agregar un cartel grande que diga: "Hoy todos somos unos mentirosos".

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Cuando se leyeron los nombres de las víctimas, me puse a pensar si incluso los que estábamos allí nos dábamos cuenta que se estaba hablando de seres humanos destrozados por la infamia.

Sobre todo cuando hace muy poco tres de esos llamados skinheads habían querido matar a un muchacho porque les pareció que era judío. Como a mí me cuesta mucho trabajo distinguir a un francés de un bosquimano, a un italiano de un ruso, a un alemán de un hotentote, a un inglés de un indio alacalufe (que ya no existen mas), debo creer que además de estar pelados los skinheads deben tener una poderosa sensibilidad para distinguir a los seres humanos en su conjunto. Y tendríamos que tener cuidado. Aún cuando no se si a quienes les corresponde cuidar a la población tienen interés alguno en cuidarla. Porque nunca debemos olvidar que el racismo, en general, como el antisemitismo en particular, es algo cualitativo y no cuantitativo. Uno de los skinheads se defendió con la más abominable forma de defensa diciendo que él tenía un amigo judío, que es como si yo dijera que tengo una bisabuela india. Tenemos que poner una bandera roja de peligro, entender que monstruosamente las semillas de la maldad del nazismo son fértiles y que la peste puede despertar en cualquier momento. Entonces sólo Dios podrá ayudarnos. La mayoría de los argentinos han demostrado que su indiferencia es infame. Y que solamente Dios podrá perdonarlos.