Domingo, 3.30 p.m.

Por Martín Prieto

Se nota ahí, en el viento, en la particular luz de las mañanitas, en el sofocón del mediodía: se viene el clásico. Los equipos y la parcialidad vienen calentando motores hace un par de semanas. La lé contra los jujeños de Manfredi, Cuffaro Russo, Castellanos y el inverosímil Zinho primero, y contra el River de Bonano y Cardetti después. Central, contra el Platense de Carlitos Picerni y Martino. El presente es modesto para ambos, pero en subida para Newell's y en meseta para Central. Los locales tratarán de revertir la patética escena del 4 a 0 y despedida, los visitantes, romper el maleficio de no poder ganar, desde hace 18 años, "en casa de papá". Por lo tanto, no son las notas del presente las que lo vuelven atractivo otra vez, sino las de la tradición, las de la pura rivalidad.

Según dice el neomoderno reporter Roberto Caferra desde la frecuencia de la Rock&Pop, lo que diferencia a leprosos y canallas es una cuestión de clase, una cuestión social. Desde esta perspectiva, la oligarquía, la aristocracia, la alta burguesía, los ricos, en fin, serían de Newell's, y el pueblo, de Central. Pero basta pasearse por los palcos y plateas canallas y verlos llenos de celulares, zapatillas de 100 dólares, y toda la basura de la nueva burguesía menemista, y pasearse después por los monobloques de Grandoli y verlos embanderados de rojo y negro, para empezar a pensar que hay que revisar los presupuestos de ese lugar común. También, por cierto, hay pobres, desheredados, homeless y parakulturales que siguen venerando los bastones azules y amarillos, y oligarcas rastacueros que enfundados en un jogging celestón tiran pelotas en los links del Rosario Golf Club y escuchan, a través de un walk-man de última generación, el destino que construyen los niños barrocos de Newell's Old Boys.

La cosa entonces está mezclada, pero sin embargo existe un inamovible núcleo de distinción que permite, de memoria y a cualquiera, diferenciar entre algo esencialmente leproso y algo sustancialmente canalla. Pensemos en algunos ídolos de cada parcialidad: Pascuttini, Landucci, Bauza, Carbonari, son jugadores, estimables todos, que sin embargo sólo pudieron ser venerados por los simpatizantes de Central: su, digamos, así, reciedumbre mezclada de torpeza, los hubiera vuelto intolerables para el hincha de Newell's Old Boys, extremadamente paciente, sin embargo, para aguantar las flaquezas, la dispersión, el talento intermitente de una línea que va de Zanabria a Manso, pasando por el Tata Martino: tipos que, hostilizados hasta lo inimaginable, no hubieran resistido una temporada en la institución de Arroyito.

Más que social entonces, la diferencia parece navegar en una zona que convoca a algún tipo de moral, y toda moral, por supuesto, supone también una estética. Algo de eso se va a poner en juego este domingo a las 3 y media p.m.