LA HISTORIA DE CARLOS ROA, DEL TENIS AL FUTBOL
Por Juan Carlos Tizziani
Desde Santa Fe
Es vegetariano. Por eso le dicen "Lechuga". Jugó mucho tiempo como centrodelantero porque le gustaba hacer goles de cabeza. Pero un tarde lo mandaron al arco y allí se quedó. Alguna vez dejó el fútbol. Pero volvió cuando supo que el tenis con paleta no era para él. Carlos Roa, aquel pibe que gastaba las canchitas del barrio Las Flores, tuvo anoche su ráfaga de gloria, tanto que hizo estallar a miles de gargantas y desconsoló a otras miles. El manotazo fue salvador; la atajada, soberbia. Fue apenas un segundo, para que los gritos, los abrazos, los elogios lo lleven en andas. "Roa los mató", tituló anoche un canal de TV. "La mano de Dios estuvo en el arco", se escribirá hoy en letras de molde, como un hilván entre la picardía de Diego y la intuición del arquero que no quería ser.
Cuando el inglés David Batty se desplomó por el penal atajado, don Alberto "Pirulo" Andrade lloró de emoción. Entre Saint Etienne y Ciudadela hay un mundo de distancia. Pero el fútbol tiene su magia. Por un instante, los dos corazones que estaban a miles de kilómetros, el del arquero y el de su viejo técnico, repiquetearon al mismo ritmo. "Yo lo inventé a Carlitos", se habrá jactado Don Pirulo entre sus amigos. Y es cierto.
Mucho antes de Racing, la gira por Africa de la que volvió enfermo, los triunfos en Lanús, el salto al Mallorca y la final de la Copa del Rey contra Barcelona cuando acarició la fama, Carlos Roa era centrodelantero. Jugaba en Gimnasia de Ciudadela. Ya de chico era alto, tenía buen físico, cuerpeaba a los marcadores, pero al viejo Andrade no lo convencía mucho. Nunca le dijo que era un tronco en el área de enfrente, así que buscó la forma de mandarlo a la otra. "¿Por qué no te probás en el arco?", le propuso una tarde. Roa se soprendió. "No quería saber nada...", cuenta hoy el viejo. En aquel entonces faltaba un arquero, así que el convite tenía tiempo limitado. "Probá dos semanas y después hablamos...", dice que le dijo. "Lechuga" atajó dos partidos, le hicieron tres goles, pero "anduvo bien", según relata el técnico. Y se quedó bajo los tres palos. Definitivamente.
Anoche, seguro que Roa se acordó de "Pirulo", de sus consejos, de cómo adivinar el lado por el que viene el remate. Primero fue el 4 de los ingleses, el negro Paul Ince, y ese manotazo salvó a Hernán Crespo. Después, le tocó a David Batty, y nos salvó a todos. Dicen que Roa sabe de esto. Y es cierto. Ya el 29 de abril en la Copa del Rey y en el arco de Mallorca, estuvo a doce pasos de la gloria. Atajó tres penales a los jugadores de Barcelona, ahogó tres veces el grito de media España, pero no pudo creer cuando sus compañeros erraron cuatro. Lloró aquel día de Valencia. Ayer volvió a llorar, pero para sentir en la piel que el fútbol, como la vida, siempre da revanchas. La del pibe que se fue a probar al club de sus amores, Unión, y volvió con la cabeza gacha. La del 9 que quería ser goleador y lo mandaron al arco.