Por Gary Vila Ortiz
Jimmy Whiterspoon. Cantante de blues. Era lógico que conociera en el Extremo Oriente, donde fue llevado por la guerra, al pianista Teddy Weatherford, que vivía desde 1926 en Oriente. Tocó en su banda y luego volvió a los Estados Unidos. Su disco Singin The Blues, imperdible.
Julio Cortázar. Murió en París. Había nacido en Bélgica. En Rayuela muestra cómo fue una generación argentina. Y todos los que la hemos leído y releído seguimos buscando a la Maga que nunca encontramos.
Jean Negulesco. Hizo muchas películas, pero le hubiera bastado dirigir La máscara de Dimitros, basada en una obra de Eric Ambler para ser recordado en la historia del cine. El trabajo de Peter Lorre, de Sidney Greenstreet, de Víctor Francen, de Zachary Scott, de Faye Emerson provocan particular simpatía, aún Dimitros que era un tipo tan malo. Me consta que Borges y Alejandra Pizarnik amaban esta película.
Edward Lear. Inglés, nació en 1812 y murió en 1889. Se ganó la vida dibujando. Uno de sus libros es The Book of Nonsense and More Nonsense, traducido como Disparatorio por Cristóbal Serra y Eduardo Jordá. Habría que leerlo en inglés, pero también es suficiente leerlo en su versión española. Sobre todo la historia de las Siete Familias del Lago Ganti—Ganto, en el país de Zarzaparilla. Las familias eran las de los dos papagayos y los siete papagayitos, de las dos cigüeñas y siete cigüeñitas, la de los dos gansos y los siete gansitos, la de los dos buhos y los siete buhitos, la de los dos conejos de la India y los siete conejillos de las Indias, la de los dos gatos y los siete gatos y la de los dos peces y los siete pececillos.
Cachilo. Cuando se murió, las calles de Rosario dejaron de tener los abecedarios de la magia, la imaginación y el absurdo.
Cumeta Ghione. Era tierna. Inolvidable. Amaba los gatos y a los animales en general. Cuando se murió todos los gatos cambiaron otra vez de nombre. La primera fue cuando había muerto Eliot.
Don Hilarón. No necesitaríamos decir que su apellido era Hernández Larguía, pero vamos a decirlo. Era un sabio. Hubo quienes tuvieron la suerte de escucharlo y hubo los que se lo perdieron. Me encuentro entre los que lo conocieron, por lo cual sé lo que significa la sabiduría pero no puedo decirlo.
Juan Gris. No el pintor, sino el nombre que le pusimos a un perro extraño y tierno que llegó un día a casa, se quedó, vivió su vida y un día se fue sin volver. Todavía lo extrañamos. Igual que Gertrudis, que era su perra amiga.
Julio Vanzo. Un artista en todo el sentido que él darle a esa calificación. Algunos lo querían, otros no tanto. En su velorio (el velorio de su maestro), no éramos muchos. A mí, que lo quería mucho, me daba gusto verlo seducir a la mujer que en ese momento estuviera cerca suyo, aún cuando se tratara de la mujer de uno. Es un arte que lamentablemente nunca pude aprender.
Jesús María Sanromá. Pianista. El único que grabó íntegramente el concierto en Fa de Gershwin. Vino a Rosario a El Círculo. Yo la fui a ver con mi abuelo y estuve toda la noche tratando de sacar sonidos en el piano que tuvieran un leve parecido, una lejana remembranza de las piezas breves de Schoenberg que había tocado. No lo logré, pero creo que eso me ayudó a dejar la carrera de medicina. (Quizá haya otras grabaciones completas del concierto de Gershwin, pero no las conozco o creo que no).
Montaigne. Me hubiera gustado ser su amigo. Pero él nació en 1533 y murió en 1592. Fue el hombre que creyó que todos los hombres era sus prójimos. Condenó por inútil y degradante la tortura judicial y fue, como dice Juan Arreola, el increíble primer hombre que argumentó seriamente contra todas las formas de la crueldad humana. Esa que se sigue practicando alegremente. Sus escritos forman parte de lo que alguna vez se llamó liberalismo y que Lisandro de la Torre llevó hasta sus últimos extremos. Ya no existe mas. Y lo que es más grave su nombre ha sido usurpado vilmente.
El Poeta Aragón. Para Rosario los mitos son pobres. Quiero decir para los rosarinos. Mezclan (algunos, no todos) nombres en una mitología que es mucho más rica que lo que se cree. No es un pecado poner el poeta Aragón o a Pataquero al lado de otros nombres. El pecado es no saber comprender donde se encuentra el misterioso nexo que los une.
Amor, amistad. Son términos que me persiguen. Cada vez entiendo más; lo que significa que cada vez entiendo menos. En el amor, los puntos extremos de una alegría casi salvaje y de un odio feroz, son el comienzo y el final de una historia. Sea cual fuese esa historia, dure lo que dure. Con los amigos, con algunos amigos, se tienen sorpresas. A veces uno ni se atreve a llamarlos para invitarlos a tomar un café. La verdad, este fin de siglo es mucho más terrible de lo que creemos.
Nicanor Pérez. Fue como una prueba de extrema amistad odiada por corruptos, puritanos y trepadores. El pobre Nicanor está enfermo de tristeza y el otro día me dijo que pese a todo, quiere volver. Yo, al menos, lo espero. Sobre todo por Nicanor que era de los que comprendía todas las posiciones, los amores y los enojos, las dudas, las sombras, las luces.