Por Graciela Aletta de Sylvas
Cuando vi por primera vez a esa mujer de aire decidido, fornida, de baja estatura, con un grabador en mano, tuve la certeza que no era una turista común. Pasó poco tiempo antes de que iniciáramos un diálogo intermitente durante dos días, que finalmente se concretó más tarde con mayor formalidad, si es que así se puede caracterizar la improvisada situación. La conversación tuvo lugar un mediodía de calor intenso, papel sobre rodillas a falta del grabador que había dejado en México D.F., mientras el resto del grupo bajaba del ómnibus a comprar piedras preciosas en San Juan del Río. Así me enteré que Emilia Tuñón Torre, Milos para los amigos, es oriunda de Pola de Lena, un pueblito de España situado en Asturias. Es viuda, madre de dos hijos y abuela de dos nietos. Está jubilada y realizó su último trabajo activo como propietaria de un pequeño bar. Este es su tercer viaje a México, donde colabora en forma desinteresada con los indígenas de Chiapas, participando en los Campamentos Civiles por la Paz. Este era su tercer viaje.
--¿Cómo surgió la idea de viajar a Chiapas para ayudar al pueblo indígena?
--Un día, motivada por una conferencia de radio de la Plataforma de Solidaridad con Chiapas en Asturias, una ONG española, bajé a Oviedo para hablar con ellos y contemplé la posibilidad de trabajar por la causa del pueblo chiapaneco. En realidad siempre quise mantenerme al margen de organizaciones y conservar mi libertad. Siempre por la libre. La organización me dio una carta de presentación y con ella me presenté en el Centro de Derechos Humanos "Fray Bartolomé de las Casas", de San Cristóbal en Chiapas, para poder trabajar. Una vez en Chiapas pedí que me enviaran a cualquier comunidad, menos con sacerdotes y monjas. Después, cuando aprendí a conocerlos, cambié de idea. De allí me mandaron a Tila en el medio de la selva lacandona donde trabajé en una parroquia con el padre Heriberto y el médico del pueblo, Demóstenes, ambos mexicanos. Hice viajes para llevar alimentos y atención médica a algunas de las aldeas más remotas y trasladé enfermos desde las comunidades indígenas del corazón de la selva. También fui maestra, enseñándoles lo básico. Me quedé 22 días y luego me enfermé. En tres meses perdí 21 kilos. Luego me enviaron a la comunidad de monjas Hermanas de la Caridad, al Hospital de Altamirano, y aunque al principio no quería, finalmente me dieron a elegir el trabajo que quería y decidí quedarme. Allí cuidé niños.
--¿Cómo viven los indígenas?
--No viven, sobreviven, que ya es mucho teniendo en cuenta que Zedillo les dio Carta Blanca a todos los guardias que tiene repartidos por toda la selva. Durante el 95 y el 96 se sucedieron miles de secuestros, violaciones, palos sin consideraciones, muchachos tirados en las cunetas. Se siente una gran impotencia frente a los militares, con ensañamiento entran en las casas y sacan a las más jóvenes y a las mismas mujeres las separan de sus maridos y las violan y las siguen violando todavía. Con todas las clases de violaciones que pueden darse. Esto produce impotencia y rabia. Canallas de soldados y analfabetos perdidos. Por eso y por otras cosas como estas es que se los indígenas se alzaron contra el gobierno.
--¿Cómo conoció a la Comandante Ramona?
--Nos conocimos en el 95 en Centro Cultural del Carmen, un lugar donde se reúnen los zapatistas con el gobierno en San Cristóbal de las Casas. Mi labor había llegado a oídos de los principales líderes del EZLN. Un día recibí una invitación escrita y firmada por el Subcomandante Marcos para asistir como observadora al Foro Nacional Indígena que se celebró entre los días 3 y 8 de enero de 1996 en San Cristóbal de las Casas, donde tuvieron lugar los primeros diálogos de los indígenas con el gobierno. Asistí y a partir de allí, la gente me empezó a conocer, ya que no era una periodista sino invitada de Marcos. Pude presenciar todos los diálogos y sus petitorios. Siempre piden lo mismo: que se retire el Gobierno de las comunidades, escuelas para sus niños, centros de salud, trabajo de sus tierras y milpas, que los respeten como seres humanos y piden a gritos justicia y paz. Lo que menos quieren es la guerra. Desde ningún punto de vista se les puede llamar terroristas. La intención de Zedillo es dejarlos morir poco a poco, pero ellos se unen más y más y no hacen nada sin que todos estén de acuerdo. Están unidos. Al caer la tarde se reúnen todos en un zaguán y allí toman las decisiones de conjunto y el más grande, el mayor se convierte en vocero y las proclama. Aquí entra la Comandante Ramona. Fue la primera indígena que se rebeló contra los padres porque no quería casarse con el hombre que ellos le habían elegido. Luego las mujeres se rebelaron contra esta costumbre indígena: ellas querían elegir. Costó mucho que cedieran porque los indígenas también son machistas en este sentido. Tuvieron que aceptar que las mujeres podían ser incluso hasta más valientes que ellos. Las mujeres nombraron a Ramona comandante del equipo. Los hombres no tuvieron más remedio que aceptarla. La relación con la Comandante Ramona, como con Marcos, fue extraordinaria. Con ella hablamos en un centro clandestino donde se recuperaba de una operación, pero no quiso hablar de política. Era la primera vez que recibía a una extranjera. Fue un encuentro breve pero intenso. En realidad toda esta gente me respeta por mi trabajo, no por la política.
Nos despedimos con la promesa de enviarle estas notas. Milos me facilita los periódicos españoles que hablaron sobre ella e incluso me regala unas fotos. Me advierte que todo lo que se publique lo remitirá al Sub Comandante Marcos. Pero en estos días de fines de diciembre, cuando transcribía estas notas, me entero leyendo los diarios de una nueva matanza indígena perpetrada en el pueblo de Acteal, municipio de Chenalhó, Chiapas, por escuadras paramilitares, aliadas, dicen, con el gobernante Partido Revolucionario Institucional. Cuarenta y cinco tzotziles, en su mayoría mujeres y niños, que se suman a las casi 1.500 víctimas registradas desde febrero del 95. Recuerdo que las conversaciones de paz se hallan en suspenso hace más de un año. "¿Quién arma a estos matones, -- se pregunta Carlos Fuentes--, las autoridades locales, el PRI o los brutales finqueros que, durante siglos han oprimido y explotado sin misericordia la tierra y el trabajo en Chiapas. Este es, al cabo, -- concluye el escritor-- el problema radical de la violencia en México y en Chiapas: la tierra y la libertad, la justicia y el derecho a la vida". Pienso en el dolor de Milos, en los sufrimientos de este pueblo desde hace 500 años y que parecen no tener fin, y sólo puedo recordar una frase de Milos: "su lucha es por la tierra y sólo les dan cementerios".