VARSOVIA—TREBLINKA—ROSARIO
JANUSZ KORCZAKPor Rubén Naranjo
Un tren partió de Varsovia el 5 de agosto de 1942. Treblinka fue su destino y en sus vagones eran conducidos doscientos niños del Asilo de Huérfanos de la capital polaca, sus doce docentes, su vicedirectora, Stefania Wilczynska, y el director Janusz Korczak.
Los nazis habían decidido el exterminio de todos ellos y las cámaras de gas esperaban. Cierto es que Korczak no fue obligado a viajar, es decir, a morir gaseado. Los más bárbaros asesinos de la historia se lo hicieron saber, pero el educador polaco expresó: "Soy el preceptor de los niños y debo acompañarlos". No sabemos si éstas fueron las palabras del diálogo, pero son ciertas para la Memoria de los pueblos martirizados.
Muchos amigos intentaron convencerlos de la necesidad de abandonar el Asilo, ante la proximidad de un traslado colectivo, que todos sabían conducía a la muerte. Inclusive Maryna Falska, la vicedirectora del Asilo "Nuestra Casa" de huérfanos católicos —Korczak lo dirigió durante veinte años— no logró modificar su decisión de estar con los niños hasta el final.
Esa actitud fue la consecuencia lógica de un ser humanos excepcional que dedicó todas sus horas a crear condiciones de vida dignas a los huérfanos que deambulaban por las calles y los campos, víctimas de las guerras y de las especulaciones económicas de los poderosos que condenaban a la miseria y al desamparo a miles de niños.
En los Asilos que fundó y dirigió (el de huérfanos judíos, desde 1911 hasta 1942 y de católicos, desde 1919 hasta 1939) se desarrollaron formas de convivencia que nunca más se aplicaron. Cogobierno y cogestión —cuando ambos términos no tenían presencia en los discursos pedagógicos— constituyeron el basamento de una realidad institucional en la cual los niños asumían responsabilidades tan importantes como integrar Tribunales que consideraban las conductas de los internados y la de los docentes, pudiendo sancionar a unos y otros de acuerdo a un código cuyas normas tendían a potenciar la tolerancia como valor fundamental.
Por supuesto, en los asilos se podían producir situaciones de violencia pero eran tratadas por el conjunto de los integrantes —niños y docentes— en reuniones públicas que se realizaban los sábados y de las cuales surgían normas muy precisas para facilitar la modificación de los comportamientos.
Muy severas críticas se levantaban entonces por el derecho reconocido a los niños —huérfanos sin recursos, ignorados por la sociedad— de juzgar a los adulto. Korczak respondía: "Para juzgar a una persona hace falta honestidad, y nadie es más honesto que un niño".
Debe destacarse que las historias de Korczak, la de sus niños y sus asilos acontecieron en períodos de guerras, e inclusive durante la ocupación de Polonia por las tropas del III Reich que con esa invasión expandió el nazismo más allá de Alemania determinando uno de los momentos más trágicos de la Humanidad.
Un día del año pasado, la Biblioteca "Alberto Ghiraldo" y el Centro de Estudios Sociales "Rafael Barret" organizaron una conferencia sobre la vida y la obra del maestro polaco y en forma inmediata se avocaron a lograr que una calle de Rosario fuese designada con su nombre.
Entonces, elípticamente, decían: "Korczak no es judío ni polaco, es de la Humanidad". Redactaron una nota cuyas múltiples copias fueron tratadas en distintos espacios institucionales, señalando el por qué del homenaje propuesto. Avalado el pedido por cientos de adherentes, en octubre fueron presentadas. El bloque de concejales del Frepaso le dio forma y hace pocos días —el 10 de junio—, mediante Ordenanza N§ 6.587 fue aprobada por unanimidad, designándose con el nombre del maestro polaco inmolado, a una cortada.
En efecto, la mencionada ordenanza luego de considerar exhaustivamente aspectos relevantes del médico, escritor y maestro, dice en su parte resolutiva: "Denominase Janusz Korczak al Pasaje ubicado entre las calles Saavedra y Esmeralda y Bv. Seguí, Chacabuco, cuya orientación es Norte—Sur".
En esa manzana existen dos cortadas paralelas. De acuerdo a las averiguaciones efectuadas en organismos competentes, la que nos ocupa es la ubicada al Este, próxima a calle Esmeralda. Viviendas de mampostería de muy modesta construcción, calzada de tierra y gentes de humilde condición que diariamente enfrentan la necesidad de superar múltiples dificultades para sobrevivir, y lo hacen con dignidad, constituye el espacio físico y humano que actualmente referencia a Janusz Korczak en nuestra ciudad.
Por supuesto, es la primera vía pública del país y de América Latina que honra al médico polaco, y de acuerdo a las informaciones que nos han llegado de la "Association suisse Des amis du Dr. Janusz Korczak" de Ginebra —uno de los centros más reconocidos en el mundo— homenajes de estas características, en lugar público, solamente se registran en Polonia y en Israel.
Entendemos que esta decisión del Concejo Municipal es un reconocimiento de la ciudad a un ser excepcional que dedicó todas las horas de su vida a los niños marginados. En 1901 escribió un libro que tituló Los chicos de la calle. A un siglo de distancia se comprueba la magnitud de la deshumanización de los responsables de la organización política—económica de la sociedad ya que las observaciones y denuncias de Korczak, referidas a las agresiones y violaciones que recibían los niños en las calles de Varsovia, son las mismas que se verifican en Rosario en la actualidad.
Los niños que amó Korczak aún están en la calle aunque otros sean sus nombres y distintos los idiomas que hablan.
La iniciativa de la Biblioteca "Alberto Ghiraldo" y del Centro de Estudios "Rafael Barrett" es mucho más que un homenaje. Es instalar en la ciudad el nombre de un maestro que prefirió acompañar a sus niños al trágico destino ordenado por el nazismo y no salvarse.
Toda su obra es una afirmación del niño, no por lo que pueda llegar a ser sino por lo que es. "Darles años de tranquilidad y de ternura para que crezcan y maduren. No oprimir, ni angustiar, ni recargar, ni descuidar, ni agraviar", decía en 1930. Sus palabras son válidas porque Korczak las avaló con su vida, sus obras y su muerte.
Está aquí, en Rosario, entre nosotros. Señala caminos. Inaugura amaneceres.