Por Gary Vila Ortiz
Se han encontrado, hace algún tiempo, los restos del avión en el cual cayó al mar Antoine de Saint Exupéry. Como no he seguido las noticias ignoro si eso se ha confirmado o no. Me importa poco en realidad porque para hablar de Saint Exupéry no se necesita otro pretexto de lo que nos enriquece su lectura. La mayoría lo recuerda por El Principito, libro de una magia poética infrecuente en los libros que se supone son para niños. Libro que por ser tan bello estuvo prohibido durante algunos años en nuestro país, que siempre ha tenido aciertos ejemplares para la censura; si la obra, la que fuese, tenía valores trascendentales, era bella, transmitía algo valioso, los censores caían sobre ella implacablemente. Yo quiero profundamente los libros de este escritor que "detestaba los desfiles", que no le gustaban los países donde había muchos desfiles, que supo vivir siempre sobre esa cornisa sobre la que tantos camina, con miedo tal vez, pero sin abandonar el camino. Como piloto dejó páginas admirables de sus vuelos. De su valor. La tenacidad de quien buscaba vaya a saber qué en el alto aire o los peligrosos vuelos nocturnos.
Fue en un avión, en nuestro país, donde estaba haciendo vuelos para distintas personas, entretenimiento común en aquel tiempo, fue en el alto aire donde llevó a volar a una mujer que no conocía y en pleno vuelo le pidió que lo besara. Al principio la mujer se negó. Pero cuando él le dijo que no besaba porque era viejo, gordo y pelado, no sólo lo besó sino que fue su amor hasta el último día.
Releo con frecuencia su último libro Ciudadela, publicado de manera póstuma en 1944. Es uno de esos libros en los cuales uno va dejando las marcas de las sucesivas lecturas, esas que siempre nos dicen algo que no habíamos comprendido Lecciones sobre el amor, la amistad, la vida, los ejercicios de un espíritu libre, se encuentran es este libro tan poco común. Habla del amor y nos dice: "Y crees que la soledad de la guerra te ha hecho perder la ocasión maravillosa. Y sin embargo, el aprendizaje del amor se hace en las vacaciones del amor. Y el aprendizaje del paisaje azul de tus montañas lo haces entre las rocas que conducen a la cima y el aprendizaje de Dios lo haces ejercitándote con plegarias que no ha respondido".
Sobre la amistad: "El amigo es en primer lugar el que no juzga (...) Encontrarás demasiados jueces en el mundo. Si se trata de modelarte en otra forma y de endurecerte, deja ese trabajo a tus enemigos. Ya se encargarán de hacerlo bien, como la tempestad que esculpe el cedro. Tu amigo está hecho para acogerte. Sabe, con respecto a Dios, que cuando vienes a su templo no te juzga, sino que te recibe..."
En los últimos años he releído mucho estos párrafos que me han ayudado a tratar de comprender. No hay soledad más terrible que sentir que empieza a no comprender los gestos, las palabras de aquellos que más amas. Que te sorprenden en su desconfianza y sus propios resentimientos.
Y tanto en el amor como en la amistad, uno puede aprender con Saint Exupéry la espera, volver a conocer esa cara que nos es amada y ahora nos
parece como desconocida.
Y sigue diciendo de la amistad: "Y yo digo amigo o enemigo son palabras de tu fabricación. y que, por cierto, especifican algo, como definirte lo que pasará si os encontráis, en el campo de batalla; pero un hombre no está regido por una única palabra y conozco enemigos con los que estoy más unido que con mis amigos, otros que me son más útiles, que me respetan mejor".
Dos líneas: "El amor no es más que conocimiento de los dioses". Y la otra: :Yo he edificado este templo. A ti corresponde habitar su silencio".
Y lo seguiría citando en estos temas que tanto me ha enseñado y yo he aprendido tan poco que siento la culpa abro las páginas del libro: "porque el amor verdadero no se gasta. Más das, más queda. Y si vas a extraerlo a la fuente verdadera, más tú sacas, más generosa es. Y el aroma de la dera es verdadero para todos. Y si la otra también lo prueba, será más rica para ti..." Inquietan sus reflexiones sobre la soledad: "plegaria de la soledad. Ten piedad de mi, Señor, pues me pesa mi soledad. No existe nada que yo espere. Heme aquí en esta habitación donde nada me habla. Y sin embargo, no son presencias las que solicito, porque más perdido aún si me hundo en la multitud...".
Es este, Ciudadela, un libro que daría a leer a los jóvenes, a todos esos que están haciendo su aprendizaje en el vivir, en la amistad, en el amor, en el desconcierto, en los caminos oscuros de una sociedad perversa. Pienso si les gustara a los más jóvenes. Días pasados alguien me dice que la juventud actual se aburre con Rayuela. Simplemente me da tristeza.
Podrían decirme lo mismo de esta obra de la que hablo. Pero los mismo seguiré hablando de ella. no me cansa su relectura ni repetir sus palabras. En todo hay una lección que no debe perderse. Como lo hay, por ejemplo, en La peste de Camus o en La condición humana de Malraux. Como se encuentra presente en La tumba sin sosiego de Cyril Conolly o en el Oficios de tinieblas, 5, de Camilo José Cela.
Saint Exupery murió cuando tenía cuarenta y cuatro años. A esa edad le asignan las últimas cinco misiones. Pero él realiza ocho, y en la última desaparece sin saberse más de él, hasta esta noticia que aparece en los diarios y que aumenta la tristeza de su ausencia, como su fuera su segunda muerte.