RAFAEL RODRIGUEZ, DE 67 AÑOS, RECLAMA SER EL HEREDERO DEL ESPOSO DE AMALIA LACROZE 
"Soy hijo de don Alfredo"
 
Dice que nació en Olavarría. Dice que su padre lo abandonó de chico. Dice que un día vio a su padre. Rafael Rodríguez sostiene que es hijo de Alfredo Fortabat, el fundador del imperio cementero que, a su muerte, en 1976, heredó Amalia Lacroze. Rodríguez acaba de hacer una presentación judicial que podría terminar en un reclamo por una de las fortunas personales más grandes de la Argentina. 
 
 

Alfredo Fortabat con su puro característico. 
Fundó uno de los grandes imperios económicos.

Rodríguez dice que Fortabat le mostró una libreta de enrolamiento y le aseguró: "Este es mi hijo".
Afirma que, cuando lo vio, supo que era el documento que él mismo había perdido un año antes.  
 
 
Encuentro: "Yo lo tocaba, lo apretaba, pero él ni se movía. Me dijo que había abandonado un hijo. Yo le dije que buscaba un padre..." Vergüenza: "No me animé a pedirle trabajo a don Alfredo cuando un día me dijo: 'Tengo dos barracas'. El le llamaba barracas a las fábricas".
 
 
Amalia Lacroze de Fortabat, la heredera.
Rodríguez dice que le decía: "Tiempo al tiempo".
 

El DNI de Rafael Rodríguez. 


Para el proceso de filiación.
 
Por Andrés Klipphan 
Desde Tres Arroyos 
"Soy hijo de don Alfredo", asegura el hombre. "Don Alfredo" es Alfredo Fortabat y el que habla es Rafael Rodríguez, un indigente de 67 años que acaba de presentar una demanda por paternidad en la que pide que la Justicia le devuelva su presunta identidad. Aquella que, según relata, le robaron una mañana de 1930, cuando lo entregaron a manos de extraños, a poco de su nacimiento en la estancia San Jacinto, de Olavarría, la ciudad donde Fortabat forjó su imperio cementero de Loma Negra. Si la causa prospera y Rodríguez consigue su objetivo, después podría reclamar una parte importante de la fortuna que posee la heredera de don Alfredo: Amalia Lacroze de Fortabat.
  Alfredo Fortabat murió el 10 de enero de 1976 de un derrame cerebral. Tenía 82 años y un inmenso imperio económico. Rehacía su testamento todos los años, pero el último nunca se encontró.
  Rafael Rodríguez dice que don Alfredo en persona le comunicó un día que eran padre e hijo. Era 1973 y Rafael estaba almorzando cerca de la fábrica de premoldeados donde trabajaba. "Estoy buscando un hijo", dice Rafael que le dijo el hombre. "Y yo un padre", le contestó. Fortabat, apunta con voz quebrada, le mostró una libreta de enrolamiento y le aseguró: "Este es mi hijo". Era el documento que Rafael había perdido un año antes. "Después nos vimos varias veces", enfatiza el hombre, y asegura que el millonario no se atrevió a hablar de la mujer que lo engendró. Tampoco Rodríguez se animó a cuestionar el abandono, dice ahora, antes de llorar. Rafael interrumpirá su relato varias veces. Dirá que cinco meses antes de morir, don Alfredo lo invitó a hablar a una de sus estancias. Pero no fue. "Tenía miedo. No sabía qué me podía pasar. Estaban pasando cosas raras. Yo vivía, como ahora, en Tres Arroyos, y un tiempo antes una persona bajó de un coche con patente de Olavarría y le reclamó a mi esposa datos de toda mi familia. Nos dijo que era para favorecernos. Que 'el señor quiere estos datos'". El y sus hijos sospechan que sus nombres estaban incluidos en el testamento de Fortabat que nunca se encontró.
  Con el patrocinio de Ricardo Monner Sans, acaba de presentar ante la Justicia un "proceso por filiación". Entre otras medidas, pidió que se tomen muestras del cadáver de Fortabat para realizar una prueba de ADN. 
  El hombre que reclama la filiación no pudo tener una vida más miserable. Un hombre al que llamaba "padrastro" lo obligó a recorrer las calles de Santa Fe en busca de un trozo de pan y pelearse en el matadero por un pedazo de hígado de vaca.
  Rafael tiene 67 años, pero parece 20 años más viejo. Apenas puede caminar. Sus ojos alguna vez fueron marrones, pero ahora son casi grises de puro cansancio. Vive junto a su esposa, Ana Herczog, y sus tres hijos (Omar, Walter y Mónica). 
  "Yo, cada día que me levanto, lo hago sabiendo que la plata es mía, y que puedo hacer con ella lo que se me dé la gana", cuenta que dijo la viuda de Fortabat, Luis Majul en su libro Los Dueños de la Argentina. A partir de ahora, y hasta que termine el juicio que comenzará a tramitarse mañana, cuando termine la feria judicial, Amalita ya no estará tan segura de esa frase. 
  Página/12 entrevistó en Tres Arroyos a Rodríguez y en Bahía Blanca a quienes podrían ser los nietos de Fortabat. Habló con la trabajadora social que lo atendió de una infección pulmonar en el Hospital Penna de Bahía Blanca y accedió a la presentación judicial de Monner Sans. Lo que sigue es la historia que desvelará a Amalita.
  "A don Alfredo no le tengo rencor. Cuando me dijo que yo era su hijo, me pareció medio violento, era un hombre muy nombrado, y yo era una persona muy humilde. Hablamos varias veces, pero él no llegó a decirme nada. No me dijo por qué me abandono, por qué no me dio el apellido..."
  --¿Cómo fue el primer encuentro?
  --El era un hombre muy respetuoso. Yo estaba tomando un vaso de vino. El se me paró adelante, creo que era por el año '71 o '73, no sé bien, y me dijo: "Ando buscando un hijo. Yo lo miré y le dije: "Y yo, a un padre". "Este es mi hijo", me dijo mostrándome la libreta de enrolamiento que yo había perdido hacía un año. No me dijo ni una sola palabra cariñosa. Yo tenía más de cuarenta años. Me dio bronca que, después de tanto tiempo, se me presentara así. Yo tenía mucha alegría. Le tocaba la espalda así (acaricia el aire), lo palmeaba. Pero él no me dijo nada. 
  --Cuando se paró delante suyo, ¿pensó en algún momento que podía ser su padre?
  --Tenía un presentimiento. Yo lo tocaba, lo apretaba, pero él ni se movía. Me dijo que había abandonado un hijo. Yo le dije que buscaba un padre... Y, cuando describió todos mis lunares, yo le dije: "Entonces es verdad que me conoce de cuando nací". Hay veces que a uno le cuesta creer.
  --¿Qué le cuesta creer?
  --La verdad es violenta. No sé si alguien puede entender lo que se siente que alguien se te presente, te diga que es tu padre y no te abrace, no te dé un beso. A mí de chico, tendría once años, o nueve, no me acuerdo, un ex sargento de policía me dijo: "Si querés, yo te llevo a conocer a tu padre". Y yo le dije que no. Tendría que haber ido. Ese día, el hombre que me criaba me había dicho que no era mi padre. Me dolió el corazón. No quise ir a conocer a mi verdadero padre porque tenía bronca.
  --¿Cómo fue su infancia?
  --La verdad, muy triste. No me da vergüenza decir que de chico salía a pedir pan para que no le faltara comida a él. Después iba al matadero a achurar. Tenía nueve años. Achuraba y siempre me daban algo. Un día me peleé con uno que me llevaba como cincuenta centímetros de altura. Nos pelamos por un pedazo de hígado. Me dio un golpe que quedé desparramado en el piso. El que carneaba nos dijo: "Hay un solo hígado, el que gana se lo lleva". Y yo perdí. Ese día no llevé nada a casa y (Gerónimo) Fleita me castigó porque el otro se había llevado todo el hígado.

Lagunas
  Rafael dice que nunca le contaron sobre la mujer que le dio vida. "Tampoco me animé a preguntárselo a don Alfredo. Solamente me dijeron que yo había nacido en una estancia, creo que en la San Jacinto, en Olavarría. Y que de chiquito me entregaron a Fleita". Fleita después lo llevó a vivir a Los Quirquinchos, en la provincia de Santa Fe. 
  Rafael no recuerda la fecha exacta en que lo trasladaron al Colegio Jesuita de Santa Fe, hoy llamado Colegio Jesuita Asociación Civil. Desde ese día no salió más a mendigar. Trabajaba en la cocina y, por lo que le contaban, varias veces al año una persona se acercaba al colegio ubicado en la calle San Martín 1540 para pagar la cuota de su pupilato. 
  No tiene partida de nacimiento. Para el Estado nació en 1942, el día en que los jesuitas le tramitaron la libreta de enrolamiento para poder hacer el servicio militar obligatorio. La dirección que figura en ese documento es, justamente, la del Colegio.
  Hace apenas unos meses que le dieron el alta en el Hospital Interzonal Penna de Bahía Blanca. Su vida dependía de que los médicos acertaran con los antibióticos para matar el bacilo que se había ensañado con sus pulmones. 
  --¿Cuantos años estuvo en el Colegio Jesuita?
  --Hasta que me fui a hacer la conscripción. Casi tomo los hábitos. Pero no. Una sola vez me puse la sotana, pero de broma. Espero que eso no sea pecado. Yo soy un hombre muy católico. Un día estaba arrodillado en la iglesia y una de las monjas que estaba sentada atrás me tocaba la pierna con las rodillas. Me apretaba, me apretaba. Yo ni la miraba. Como no hacía nada, ella me decía por lo bajo: "Qué zonzo, qué zonzo". 
  --¿Y usted qué hizo?
 --Le pedí a Dios que no me hiciera caer en el pecado.
 --¿Por qué de chico le decían Diamante?
  --Yo no entiendo. Porque era una persona buena, una persona trabajadora. Un día a un cura se le ocurrió decir (llora) "es tan bueno como un diamante encontrado en el desierto". Yo siempre confié que Dios me iba a ayudar a encontrar una familia. Me ayudó, tengo tres hijos, una mujer grandota que si se me cae encima me aplasta... Pero hizo que encontrara a mi padre muy tarde. Era muy chico cuando me dijeron que Fleita no era mi padre, y muy grande cuando don Alfredo me dijo que yo era su hijo. Don Alfredo nunca me acarició. Se ve que no me quería.
  --¿Usted acaricia a sus hijos?
  --No... Pero los quiero muchísimo. Pero no los acaricio... Mientras hay vida hay esperanza. Las equivocaciones uno las paga con cariño. Y yo me equivoqué. No me animé a pedirle trabajo a don Alfredo cuando un día me dijo: "Tengo dos barracas". El le llamaba barracas a las fábricas. Yo estaba sin trabajo. Y no me animé. Podría haber alimentado mejor a mis hijos. 
  --¿Cuál es su esperanza?
  --Mi esperanza es mucha. Después que murió Don Alfredo se me puso todo negro. Yo no me animé a hablar con él cuando vivía. La suerte quiso que se fuera a la tumba un recuerdo muy lindo. Hay cosas que duelen. Yo no entiendo por qué aquella vez él no me dijo por qué me abandonó, por qué no me dio ni nombre.
  --¿Quién lo anotó como Rafael Rodríguez?
  --El nombre me lo prestó una familia amiga del padre Reina (Reina era el superior del colegio). Si no hacía eso, no podía cumplir el servicio militar. (Hace una pausa, toma agua. Mira a su hija Mónica. Le sonríe).
  --¿Y cuál es su esperanza?
  --Yo solamente quiero hablar con él. Pero se me murió de esa cosa que le agarró en la cabeza. 
  Rafael se calla. Los perros ladran en la calle de tierra reseca. Los labios de Rafael hacen ruido de tan secos. Termina su tercer vaso de agua.   "Todos mis recuerdos son violentos. Ingratos. No son mansos. Unas vez don Alfredo me dijo: 'Veníte conmigo. Dejá a tu señora, a tus hijos y vení conmigo". Esas cosas no se dicen. 
  --¿Qué se acuerda de su época de soldado?
  --Tengo un recuerdo muy ingrato, porque me acusaron de ladrón. Me acusaron de robar un correaje. Y a mí, en vez de defenderme, de decir que no lo había hecho, se me hizo un nudo en la garganta. Me morí de vergüenza. Lloré un poco. Después se supo la verdad. Pero todos me decían ladrón. 
  --¿Le gustaría tener el apellido Fortabat?
  --Cómo no me va a gustar. Pero no sé si tendré vida. Esa es mi esperanza. Sería otra vida. Es una tranquilidad. Me sentiría más correspondido. Me sentiría más simpático conmigo mismo. A los 67 años tener mi apellido... Ser realmente quien soy... También sería feliz por mis hijos.
  --¿Por qué por sus hijos?
  --Llevarían su verdadero nombre.
  --¿Usted sabe que, si la Justicia reconoce que usted es hijo de Fortabat, sería multimillonario?
  --Yo quiero lo que me corresponde: mi apellido. La señora Amalita siempre me esperó para comenzar la misa en la capilla de Loma Negra. Yo iba todos los años a la misa de don Alfredo hasta que me enfermé. Siempre me guardaban un lugar en los cuatro primeros bancos. Esos son los bancos donde se sienta la familia. La última vez que vi a la señora Amalita, ella me dijo: "Tiempo al tiempo". Cuando hablé por teléfono con ella, también "tiempo al tiempo". Pero nunca me dijo qué me quería decir con eso de "tiempo al tiempo".
  --¿Quién fue su mamá?
  --No sé. Nadie me lo contó. Don Alfredo tampoco. Y yo no se lo pregunté. Tampoco me animé. Es triste no saber quién es la mamá de uno. Sólo sé que nací en esa estancia de Olavarría.
  --¿Y de Amalita de Fortabat qué piensa?
  --Que es una mujer buena. Yo la respeto mucho. Siempre que iba al aniversario de don Alfredo conversábamos. Siempre me alentaba.
  --¿Usted alguna vez le dijo que quería el apellido Fortabat?
  --No. No, no. A mí me gustaría decirle la verdad. Intenté, intenté varias veces. Pero siempre me pongo nervioso. Me gustaría sacarme el entripado. Si vivo otro año, se lo voy a decir. Sé que ella no es una persona egoísta. Es una persona buena. 
  --Cuando lo acusaron de ladrón en el Ejército se angustió y no dijo nada. Cuando Fortabat le dijo que usted era su hijo también se angustió y no dijo nada. ¿Qué le diría a la señora Fortabat si ella lo acusa ahora de querer robarle el apellido?
  --La verdad. Que soy hijo de don Alfredo.
 

 
Amalita, una mujer de fortuna
La cementera Loma Negra se fundó en 1926. Según una investigación realizada por Luis Majul y publicada en el libro Los Dueños de la Argentina, 50 años después de que falleció su fundador, la firma estaba entre las diez primeras empresas del país. Alfredo Fortabat le habría dejado a su mujer, Amalia Lacroze, una herencia que trepaba los 7000 millones de pesos. Una cifra que marea de tantos ceros. 
  Siempre según el libro de Majul, la posterior dueña del diario La Prensa habría heredado de su marido 23 establecimientos de campo que totalizaban más de 160 mil hectáreas con 170 mil cabezas de ganado, cinco compañías cementeras; varias propiedades inmobiliarias; un Lear Jet, otro avión Beechcraft 90, un Cessna Sky Master, un helicóptero Hughes 500, un barco y varios automóviles. 
  Si la Justicia llegara a dar vía libre al análisis de ADN solicitado por la familia y se llegara a establecer que Rafael Rodríguez es en realidad Rafael Fortabat, el indigente estaría en condiciones de pelearle a la poderosa viuda parte de esa espectacular fortuna, actualizada en más de 20 años. 
  Más difícil sería luchar por las ganancias que desde la muerte de Fortabat consiguió Amalita. Sólo en pinturas tiene un capital de 300 millones de dólares. 
 
 
 
CON LOS PRESUNTOS NIETOS DEL MULTIMILLONARIO
"No van a vivir para contarlo"
 
 
Por A. K 
Desde Bahía Blanca
Walter y Marcela Rodríguez viajaron de Tres Arroyos a Bahía Blanca para encontrarse con el enviado de este diario. Habían decidido dar a publicidad la demanda de filiación iniciada por su padre después de la última amenaza telefónica que les anunciaba: "No van a vivir para contarlo". 
  A diferencia de su padre, a quien se lo entrevistaría nueve horas después en Tres Arroyos, los jóvenes de 30 y 27 años que dicen ser nietos de quien fuera el empresario del cemento más rico del país no dudan en afirmar que, además de recuperar el apellido para que Rafael Rodríguez recupere el honor, quieren obtener de Amalia Lacroze la fortuna que "le corresponde a nuestro padre". "Es una razón de justicia", dice Walter. 
  Walter es capataz en una firma de apicultura que se dedica a la exportación de miel. Marcela hace trabajos de contaduría en su casa. 
  Lo poco que ganaban lo invirtieron en pagarle honorarios por adelantado a una abogada que terminó, según cuenta, estafándolos. Dicen que la letrada "se dio vuelta" después de haberse reunido con Pedro Eugenio Aramburu (h), el vicepresidente de Loma Negra y mano derecha de Amalita. Walter y Marcela cuentan las veces que acompañaron a su padre, a quien le dicen "Don Rafael", a la misa que en memoria de Fortabat se realiza año tras año en la capilla de Loma Negra, en Olavarría. Detallan algunas conversaciones con la millonaria y con Aramburu. Dicen que Aramburu les llegó a ofrecer 50 mil dólares para que desistan del juicio por filiación, y que a partir de ese momento comenzaron a ser amenazados. 
  También afirman que después de ese "tenso" encuentro, "desapareció del Colegio Jesuita donde estudió nuestro padre la documentación que acreditaba" ese hecho. Como único documento probatorio conservan la libreta de enrolamiento de Rafael en el que figura, como domicilio, la dirección del colegio. 
  Ahora, la Justicia deberá investigar la verdad cotejando los nuevos elementos con el relato de los Rodríguez. Y sin duda tendrá que llenar los baches. Por ejemplo éste: si, como creen, Fortabat pagaba la cuota del pupilato, ¿por qué después lo abandonó a su suerte? ¿Por qué, después, el multimillonario se presentó ante su presunto hijo pocos años antes de morir? ¿Por qué en 1930 un próspero empresario pudo haber abandonado a la buena de Dios a un hijo engendrado con una amante? ¿Alfredo Fortabat actuó por remordimiento y por eso buscó a Rafael? Pero, ¿por qué 41 años después? Son algunas de las preguntas sin respuesta que se suman a otro misterio que desvela a Walter y Marcela: ellos creen que en el desaparecido testamento de Fortabat estaba incluido en nombre de su padre. 
 
 
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