Las razzias a bares gays en manos del Departamento de Policía de la Ciudad de Nueva York no se vieron interrumpidas a pesar de la resonancia global que tuvieron los disturbios de Stonewall aquella noche de 1969. En su lugar, continuaron con una exagerada periodicidad hasta finales de los años ‘80, aumentando sus grados de violencia e injusticia. La noche del 8 de Marzo de 1970, el allanamiento realizado por la policía a las cinco de la mañana en el bar Snake Pit, en el mismo barrio de Greenwich Village, dejaría uno de los saldos más violentos de aquella época, no solo por la cantidad de personas detenidas, sino por el peligro físico al que se vieron expuestas durante dicha represión. Terminando la noche, el inspector adjunto Seymour Pine (el mismo a cargo de las razzias en Stonewall Inn) irrumpió en el bar con una flota de móviles policiales y arrestó un total de 167 personas que se encontraban bailando. En medio de la desesperación generalizada, Diego Viñales, un migrante argentino que estaba en el país ilegalmente, asustado por lo que podría sucederle si lograban apresarlo,  trató de escapar saltando por la ventana del segundo piso. Los picos afilados de la cerca sobre la que aterrizó perforaron su cuerpo y comprometieron profundamente su salud. Era tal el desprecio de la época que, incluso mientras los paramédicos atendían con urgencia a Viñales, un policía gritaba a un bombero a viva voz: “No te apures, está muerto, y si no lo está, no va a vivir mucho más”. 

Aquella comunidad de gays, lesbianas, bisexuales, personas trans, drag queens, en su mayoría migrantes y de clase trabajadora, que ya habían presenciado un estallido de actividades organizativas desde el levantamiento de Stonewall nueve meses antes, a partir de la profunda violencia de dicho acontecimiento se volvió aún más activa política y socialmente, movilizando  más de 500 personas que protestaron juntas no solo contra la violencia policial, sino también reclamando justicia por aquel joven empujado hasta el vértice de su propia vida por la vergonzosa presión cultural de la homofobia institucionalizada y la precariedad de la vida migrante. El impacto mediático de este episodio seria otro punto de inflexión en el proceso de organización de dichos proscriptos sexuales que concluiría, finalmente, en la realización de la  primera marcha del orgullo, apodada “Día de la Liberación Gay de la Calle Christopher”, el 28 de junio de 1970. 

Desde entonces el mes de junio se ha convertido globalmente en una fecha simbólica constitutiva de la historia de la comunidad LGBT. Pero los modos en los que dicha historia se narra se han convertido en un campo de profundas disputas. A cincuenta años, y de espaldas a las celebraciones institucionales que cuentan con el apoyo millonario de corporaciones multinacionales, que transforman el recuerdo de estos disturbios en paquetes turísticos,  distintos grupos de activistas en la ciudad de Nueva York disputan la historia construyendo formas alternativas de honrar la memoria de Stonewall.

RECLAMAR EL ORGULLO

Desde 1984, la organización Heritage of Pride se alzó como heredera de aquella histórica rebelión, y ha dirigido la Marcha del Orgullo de Nueva York desde entonces. Esta movilización, que para muchos era un siìmbolo de rebeldiìa contra la opresioìn sexual, hoy se ha convertido en una fiesta para empresas que cede ante las demandas y preocupaciones de financiamiento de la política de Nueva York, haciendo de  un evento comunitario e inclusivo, una plataforma de especulación corporativa. Así es como, entonces, la participación limitada de grupos comunitarios, la priorización de patrocinadores privados, la inclusión desmedida de policía y los silenciamientos  a cualquier cíitica sobre la presidencia de Donald Trump, surge la coalición Reclaim Pride (Reclamar el Orgullo), un espacio de alianza entre activistas de la ciudad que tienen como objetivo recuperar la memoria de Stonewall como una irrupción rebelde en la agenda de la política pública, desde una mirada crítica hacia violencia policial, el abandono del estado y la opresión cultural producida por la desigualdad económica. Su propuesta, además, busca dar continuidad a los principales posicionamientos críticos de dicho episodio histórico a través de la organización de la Marcha por la Liberación Queer, una convocatoria para el mismo día de la celebración del Orgullo Mundial, que de forma independiente prioriza el protagonismo y la visibilidad de poblaciones clave, como ancianos, jóvenes, personas trans, inmigrantes, prostitutas y otros trabajadores que actualmente sufren en mayor medida los efectos de la discriminación y la desigualdad sexual,  haciendo, nuevamente de la lucha y el reconocimiento de libertad sexual, una pregunta intempestiva contra toda forma de opresión social. 

CUIDARSE ES RESISTIR

Las formas en que los activistas disputan la memoria de Stonewall no se reduce exclusivamente a la organización de contramarchas. También, el trabajo cotidiano del cuidado comunitario es una forma de honrar aquellas experiencias históricas que hicieron de la discriminación sexual una oportunidad para nuevas formas de vida. En ese sentido, la organización No Justice No Pride ( Sin Justicia No Hay Orgullo) un colectivo de activistas queer y trans de color del distrito de Columbia, sostienen como una actividad prioritaria el financiamiento de un refugio dedicado a personas trans, cuya referencia histórica es el trabajo de Sylvia Rivera y Marsha P. Johnson, dos trabajadoras sexuales trans de color que después de las revueltas de Stonewall, a su vez motivadas por cierta indiferencia de la comunidad gay lésbica, decidieron fundar Street Transvestite Action Revolutionaries (STAR),  un colectivo  dedicado especialmente a trabajar por las personas trans de color, las trabajadoras del sexo, y la juventud, a través de la creación de la Casa STAR. Un espacio pensado para ofrecer asilo a personas trans migrantes y a jóvenes expulsadxs de sus hogares que no eran escuchados por aquel incipiente proceso de normalización que exigía tanto “buena presencia” como “cuidar la imagen” que se ofrecía de la comunidad. Fue a través de este proyecto que estas dos mujeres trans construyeron el primer asilo político que, autofinanciado con su trabajo sexual, funcionó hasta mediados de la década de los ‘70 como un espacio amoroso de contención, crianza colectiva y educación popular para una comunidad hasta el día de hoy marginalizada. 

¡NO SEREMOS BORRADXS!

En el año 2015, el estreno de la película Stonewall, dirigida por Roland Emmerich suscito a nivel internacional un repudio enérgico pocos días antes de su estreno. Un número prolífico de activistas señalaban con preocupación que la promoción del film dejaba ver que se trataba de una historia blanquizada que borraba el protagonismo de las mujeres trans de color, por un lado, y que reducía el relato de dicha rebelión a una perspectiva androcéntrica, por otro, al posicionar como protagonista central a un joven gay cis blanco. Estas críticas no se trataban de una expresión ansiosa y prejuiciosa como se dijo en su momento, sino que eran la expresión de un cansancio histórico ante un borramiento sistemático. El efecto aún continuo de estos silenciamientos es la razón que motiva  a que distintos grupos de activistas sigan creando espacios de visibilidad especifica para estos colectivos. Es así como el Proyecto Audre Lorde trabaja desde el año 1994 enfocado en el cuidado comunitario, el progreso social y la justicia económica de personas trans de color, promoviendo educación popular, asesoramiento legal y asilo a personas migrantes de la comunidad LGBT en la ciudad de Nueva York. Desde una perspectiva interseccional, el Día de Acción Trans que impulsa este espacio, busca cuestionar la discriminación sexual, tanto como los conflictos fronterizos, de raza y clase que caracterizan la política pública estadounidense. En la misma sintonía, desde el año 1993, la Dyke March (Marcha Torta), impulsada por el grupo Lesbian Avengers junto a células de ACT UP de Los Angeles y Filadelfia, toma las calles de Nueva York para celebrar la diversidad de vidas que componen la experiencia lésbica, pero especialmente para protestar por la creciente discriminación, acoso y borramiento de sus comunidades especificas. Además, reconociendo estratégicamente la importancia mediática que recibirá la ciudad de Nueva York como cede del Orgullo Mundial, este año promueven un ¨lesbianismo sin fronteras” como un modo de demandar igualdad y justicia con aquellas hermanas perseguidas por el conservadurismo migratorio de la administración Trump.  

Críticos ante la corporativización del deseo, la fragmentación de la historia y el aquietamiento de sus demandas, estos espacios mantienen con vida desde la alegría, la organización colectiva y la amistad política, aquella pequeña y temblorosa llama que en medio de la noche hizo del placer un espacio profundo de transformación.